50 insultos por partido
Mourinho justifica con su tendencia a soltar tacos haber llamado "hijo de puta" a un árbitro
Desafiante, el técnico del Chelsea, José Mourinho (Setúbal, Portugal; 1963) justificó de esta guisa por qué llamó "hijo de puta" al árbitro del partido contra el Tottenham (3-3) el domingo en una eliminatoria de la Copa inglesa en Stamford Bridge -al final, hubo incidentes entre los hinchas: siete heridos y 34 detenidos-. "Digo diez tacos cada 15 palabras. Si me pusieran un micrófono, se oirían todo el tiempo", explicó ayer el técnico, a quien pillaron las cámaras de televisión cuando increpaba al colegiado, Mike Riley, camino de los vestuarios en el descanso, cuando su equipo perdía por 1-3.
La federación inglesa perdona al técnico del Chelsea, que asegura ser una persona "educada"
"Las palabras pueden ser ofensivas si tú las percibes como ofensivas. Son palabras que me las digo a mí mismo. Se las digo a mis jugadores: 50 veces en un partido, 50 en un entrenamiento. Y no quiero ser ofensivo con nadie. Son las mismas que utilizo cuando el balón da en el poste. Así es el fútbol. Demasiadas decisiones del árbitro fueron en nuestra contra. Yo me acerqué a él de manera educada. Puedo ser una persona emotiva, pero soy educado. Y él respondió de manera educada. Así es como yo hago estas cosas cuando las hago. Pero funcionó al revés porque la segunda parte fue peor".
En su intento por banalizar sus insultos a Riley, Mourinho consiguió lo que pretendía: la federación inglesa le ha perdonado. A ello ha contribuido el propio árbitro, que obvió los insultos en el acta y, además, invitó a la federación a que los pasara por alto.
Riley, sin embargo, no es un colegiado cualquiera en relación con el preparador portugués. Mourinho se la tiene jurada desde que arbitrara aquel desgraciado partido ante el Reading en el que cayeron lesionados los dos porteros del Chelsea, Cudicini y Cech, que estuvo a punto de perder la vida a causa de una fractura de cráneo, por la que ahora juega con un casco. "¡Y los jugadores del Reading se fueron sin ser amonestados!", gritó colérico Mourinho, cuya carrera está jalonada de enfrentamientos verbales de este tipo con rivales, árbitros y periodistas, como bien sabe Frank Rijkaard, su homólogo del Barça.
Ajeno al hecho de haber sido cazado, Mourinho viajó el domingo a Pamplona para ver a su rival en los cuartos de final de la Liga de Campeones, el Valencia. Y también allí, ante las cámaras de televisión de Canal +, dejó una perla, menos emotiva, acaso más racional: "Sería un honor entrenar al Real Madrid, pero no ahora, sino cuando acabe mi contrato, en 2010. Trabajo muy a gusto en Inglaterra". Como bien sabía, las declaraciones tuvieron una repercusión inmediata en todo el mundo, aunque el luso se hiciera ayer el ofendido y amenazara a la prensa con no hablar más con ella hasta el final de la temporada por haber sacado sus palabras de contexto.
En caliente o en frío, las manifestaciones de Mourinho nunca dejan indiferente. Y menos ahora que sus relaciones con el propietario del Chelsea, el magnate ruso Roman Abramovich, se han enfriado después de dos años de idilio y dos títulos de Liga. "Si me echan, seré millonario y en un par de meses estaré en otro club", dijo The Special One, como le ha apodado burlonamente la prensa inglesa después de que declarase que se considera alguien especial. Arrumbado en la Liga por el Manchester United, a su cuadro le queda la Copa y la Champions, para la que espera recuperar a su capitán, Terry, el alma del Chelsea, convaleciente por una terrible patada en la cara que le dio Diaby, defensa del Liverpool. De Terry depende en gran parte el futuro de Mourinho. Y, por supuesto, el del Valencia.
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