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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

Mubarak reforma la Constitución

El presidente de Egipto retira la referencia socialista y recalca que es una democracia

Timothy Garton Ash

En el palacio de los faraones cambian los dioses, mientras los hermanos se agrupan fuera.

Aunque Hosni Mubarak, de 77 años de edad, ha sido reelegido hasta 2011, se cierne sobre él una crisis sucesoria, la pesadilla de todo régimen autoritario
Ocurra lo que ocurra en la transición posterior a Mubarak, estoy seguro de que el componente islámico no se hará más débil, sino más fuerte
Quizá sea un proceso muy largo, pero llegará un día en que el islamismo se una también a las filas de los dioses que han caído desde hace 5.000 años

Delante de la inmensa entrada de arenisca dorada al templo de Edfu se alza una impresionante estatua en granito de un halcón, de unos cuatro metros de altura, que representa a Horus, uno de los principales dioses egipcios. Esculpida en su pecho se ve la pequeña figura de uno de los gobernantes griegos de Egipto en la época en la que se construyó el templo. Para apuntalar su legitimidad política, el neofaraón extranjero no sólo se envolvió en la bandera, sino que además talló su propia imagen en la piedra de un dios poderoso. Los dirigentes egipcios llevan 5.000 años jugando a este juego, y están volviendo a hacerlo.

Más de tres milenios antes del nacimiento de Cristo, cuando los antiguos europeos aún erraban por los bosques cubiertos de pieles y se comportaban como hooligans prolépticos, los faraones de la primera dinastía ya habían construido un reino unificado en el valle del Nilo y recibían tratamiento de semidioses. Luego pasaron a presentarse como hijos e íntimos del dios sol Ra, de Isis y Osiris, y de su vástago divino, el dios halcón Horus.

Los dioses eran muy útiles para conservar el poder, pero también eran fungibles. A lo largo de los siglos, a medida que cambiaba la situación política hubo fusiones y adquisiciones empresariales entre ellos. La luminaria de Luxor, Amón y el dios sol Ra se unieron para convertirse en Amón-Ra, una nueva marca muy poderosa. Los sucesores ptolemaicos de Alejandro Magno promovieron a Serapis, una mezcla deliberada de dioses griegos y egipcios. En el templo grecorromano de Philae, se ve esculpida en las paredes del santuario la imagen de una madre y un hijo, pero el rostro de la madre está borrado. En algún periodo cristiano se convirtió a Isis en María, y al dios halcón Horus, en Jesús.

Después llegó Alá, por supuesto, con su mensajero Mahoma. Para el decimonónico Mohamed Alí Pachá, nacido en Albania, la nueva divinidad fue la modernidad de estilo europeo. Para Napoleón y el gobernador británico de Egipto lord Cromer, fueron los dioses occidentales del progreso y la civilización, transmitidos por la bayoneta y el cañón Gatling. Para el presidente Nasser, el arquitecto del Egipto poscolonial, fue el panarabismo, pero también el socialismo, con el añadido del islam.

Ahora vuelven a cambiar de dioses en el palacio del faraón. Veintiséis años después de la subida al poder del presidente Mubarak se han propuesto varias enmiendas a la Constitución. El artículo 1, en vez de decir que "la República Árabe de Egipto es un Estado socialista democrático, basado en la alianza de las fuerzas trabajadoras del pueblo", dirá sencillamente que "la República Árabe de Egipto es un Estado democrático, basado en la ciudadanía...". Se elimina el socialismo, como el rostro de Isis en Philae. Van a suprimirse las referencias a él en otros nueve artículos de la Constitución.

Pese a la oposición de los políticos laicos y cristianos coptos, el artículo 2 seguirá diciendo que la sharia es "la principal fuente" de legislación egipcia. Al mismo tiempo, con la prohibición de los partidos políticos de base religiosa y los candidatos independientes en las elecciones presidenciales, el Partido Democrático Nacional del actual presidente pretende mantener a su principal rival, los Hermanos Musulmanes -una organización ilegal, pero muy popular-, fuera de cualquier lucha futura por obtener legalmente el poder político. Es decir, trata de adoptar el islam al mismo tiempo que combate el islamismo.

Desde la perspectiva de 5.000 años de historia egipcia, la política es algo muy distinto de lo que se encuentra en los libros de educación cívica. No consiste en instaurar este o aquel sistema político lógica y legalmente constituido, basado en esta o aquella ideología. Consiste en gobernantes que toman prestados dioses, ideologías y sistemas legales, los manipulan y los fusionan, se adaptan a las fuerzas internas y externas, combinan la coacción y el clientelismo, y comparten parte del botín cuando es preciso, pero siempre con el objetivo de aumentar al máximo su propio poder y riqueza y conservarlos durante el mayor tiempo posible: ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos. Quienes se toman demasiado en serio la religión o la ideología legitimadora -sea el culto a Osiris o el socialismo- no se enteran de nada. Los dioses vienen y se van; lo que perdura a lo largo de milenios es la sed de riqueza y poder de los hombres y su vana búsqueda de la inmortalidad.

Crisis sucesoria

Todo esto nos lleva de nuevo al régimen del presidente Hosni Mubarak, que tiene 78 años. Aunque ha sido reelegido hasta 2011, se cierne sobre él una crisis sucesoria, la pesadilla de todos los regímenes autoritarios. Un factor que sirvió para que la gente saliera a la calle en el movimiento Kifaya (¡Basta Ya!), durante la campaña para las elecciones presidenciales de 2005, fue la perspectiva de que podía estar preparando a su hijo Gamal para que le sucediera. "¡A pesar de la policía, no a la extensión, no a la sucesión!", proclamó el veterano activista de izquierdas Kamal Khalil. "Oh, Egipto", continuó, "todavía tienes un palacio, todavía tienes chabolas, di a ésos que viven en Orouba

[un bulevar en un barrio de magníficas mansiones, incluida la residencia del presidente] que vivimos 10 en cada habitación".

El primer ministro

Por ahora, el presidente Mubarak se ha deshecho del movimiento Kifaya y, como contaba en mi artículo de la semana pasada, también ha acabado con las breves presiones estadounidenses para que hubiera una democratización rápida. Los fundamentos de su poder -el ejército, la policía y las fuerzas de seguridad- parecen tan sólidos como los inmensos pilares del templo de Karnak. (Además prestan valiosos servicios al Pentágono, incluido el uso de instalaciones de sobrevuelo y el desagradable asunto de la rendición extraordinaria). Cuenta con un primer ministro muy impresionante, el doctor Ahmed Nazif, informático de formación, que me ha explicado la campaña de su Gobierno para integrar a Egipto en la economía mundial. Están reduciendo las barreras al comercio y las inversiones, y el año pasado lograron un crecimiento de más del 5%. Gamal Mubarak, que posee un MBA y ha trabajado para el Bank of America, es uno de los impulsores de este nuevo programa de libre mercado del Gobierno. Pero los beneficios económicos no llegarán a los pobres -si es que llegan- hasta dentro de mucho, mientras que los costes van a notarse antes; por ejemplo, en la reducción de los subsidios estatales a la gasolina y el combustible doméstico.

Para muchos de los que viven, 10 por habitación, en los barrios más pobres de El Cairo, el gran mito sigue siendo el de los Hermanos Musulmanes, cuyo lema es de una sencillez brillante: "El islam es la solución". Mientras estén prohibidos, los Hermanos no necesitan demostrar de qué forma es la solución, el islam. No puede pretenderse que elabore políticas detalladas y concretas, ni mucho menos que las ponga en práctica. De hecho, el régimen de Mubarak presta un gran servicio a los Hermanos con su persecución continuada. Al intentar estrangular el islamismo, está alimentando su crecimiento. Y los opositores con los que he hablado, tanto los cristianos coptos como los laicos de izquierdas, se sienten atrapados entre la espada y la pared (una pared verde, el color del islam). En muchas cuestiones culturales, como los derechos de la mujer, opinan que el régimen de Mubarak es el mal menor.

Ocurra lo que ocurra en la transición posterior a Hosni Mubarak, en los próximos 10 años -independientemente de que haya un presidente Mubarak II o con un candidato apoyado por el ejército o con otro distinto-, estoy seguro de una cosa: el componente islámico de la mezcla divina que legitima la política egipcia no se hará más débil, sino más fuerte. Si eso les parece inquietante, sólo puedo sugerir un magro consuelo: con el tiempo, pasará. Es posible que sea un proceso muy largo, pero llegará un día en el que también el islamismo se una a las filas de los dioses que han caído desde hace 5.000 años.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

El presidente de Egipto, Hosni Mubarak.
El presidente de Egipto, Hosni Mubarak.ULY MARTÍN

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