Un año con Javier García-Bellido
El día 10 de marzo hará un año que Javier García-Bellido García de Diego se marchó, quedándose para siempre con todos aquellos que tuvimos el privilegio de trabajar cerca de él.
No hay paradoja: Javier falleció hace un año, y su marcha le ha hecho aún más presente, porque su ausencia no es sencilla de sobrellevar. Para su mujer, Consuelo, y para su hijo, Arán, no resulta fácil, pero tampoco lo es para los que tuvimos la inmensa suerte de trabajar con él, de almorzar con él, de debatir con él. Quienes sentimos interés por el urbanismo, tan tristemente de moda en los últimos meses, nos hemos quedado huérfanos.
No pecaré de exagerado si digo que Javier era un Leonardo del siglo XXI, curioso sin límites, ferviente defensor del enfoque pluridisciplinar, experto en la ordenación del territorio, urbanista por excelencia.
Dedicó su vida al servicio público en la Administración, donde dirigía una revista científica independiente editada por el Ministerio de Vivienda: Ciudad y territorio. Generoso hasta el extremo, disfrutaba sobre todo al compartir su saber. Javier te dedicaba todo su tiempo, lo que producía la engañosa sensación de que pudieras debatir sin límite sobre los efectos económicos de la Ley del Suelo.
En las páginas del suplemento Negocios de EL PAÍS, publiqué un artículo titulado El suelo y la vivienda cuyas ideas procedían íntegramente de él, pero que se negó a firmar conmigo. Javier se ha quedado con nosotros para siempre, y nos ha regalado un modelo de integridad, de una integridad tal que afectó a su "promoción" profesional.
Javier, en palabras de Luciano Parejo, era un académico que no necesitaba de la Academia: lleno de afán por saber, riguroso, generoso y apasionado por la transmisión del conocimiento, comprensivo pero exigente, solidario, optimista, imaginativo, constructivo, lleno de una contagiosa energía y amor por la vida.
Aunque Javier era agnóstico, la prioridad que atribuía a los intereses de la Comunidad me recuerda a los primeros cristianos.
Hace exactamente un año estaba dando clase en su Universidad, la Carlos III, cuando se sintió indispuesto. Quiso terminar la clase, y nos dejó echándole de menos, teniéndole más presente que nunca, recordando esos ratos en que creíamos tener todo el tiempo del mundo para aprender de él.
El día que falleció, Mercedes Cabrera trató de consolarme: después de todo se ha marchado haciendo lo que más le gustaba, enseñar. Seguro que habría acogido con gran interés a Educación para la Ciudadanía, y habría preguntado si incluirá un módulo titulado Ciudad y territorio.
Javier, gracias por tu estímulo, siempre desprendido, que no nos permite dejar de estudiar y afanarnos por un urbanismo mejor.
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