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Crítica:FESTIVAL DE JEREZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Expresión de amor

La bailaora sevillana Rafaela Carrasco ha traído a este festival probablemente la propuesta más delicada e intimista dentro, por supuesto, de la línea innovadora a que ella nos tiene acostumbrados. El lenguaje elegido para esta obra, donde se explora el amor y sus misterios, compone un discurso danzístico moderno sólo con puntuales concomitancias con el flamenco, las que se reservaron a los dos cantaores, que ejercen una labor de hilo conductor, pregoneros de las cuitas del amor, ilustrando los sucesivos cuadros con unos cantes diversos (malagueña, taranta, martinete, fandangos) sobre los que se han puestos unos textos -de los que, por cierto, no se reseña autoría- acordes con el tema.

Del amor y otras cosas

Compañía de Rafaela Carrasco. Baile y Coreografías: Rafaela Carrasco, Daniel Doña. Cante: Miguel Ortega, Antonio Campos. Guitarra: Jesús Torres. Violoncello: José Luis López. Flauta y saxo: Ramiro Obedman. Piano: Pablo Suárez. Teatro Villamarta, 4 de marzo de 2007.

Sería pues una danza elegante y cuidadas coreografías los vehículos elegidos para trasladar las sucesivas etapas del amor: la atracción, la necesidad, el desencuentro, la monotonía, el desamor o el peso del recuerdo. Un tratamiento exquisito y complejo de fuerte carga expresiva, pero puede que de una expresión tan tersa y uniforme que uno termina por echar en falta los picos de la pasión tan consustancial al hecho amoroso.

La narración se torna así algo lineal y un tanto hermética, también contagiada por la frialdad de la luz blanca que la ilumina. Como contrapartida habría que apuntar que todo el peso de transmitir esa sucesión de emociones residió en el mismo baile, en unos cuerpos que no cesaron de girar, sin apenas otros elementos en su ayuda. Apenas el cuadro de aquella levita en bata de cola, simbolizando el peso del amor; el de la danza del desenredo, con ese abrigo que une y separa, o el de la destrucción del recuerdo en forma de vestido lleno de palabras que se pega a la piel y del que hay que deshacerse aunque sea con dolor. Lo demás danza y más danza, un interminable juego de pasos a dos con el acompañamiento de una música que merece capítulo aparte.

En pocas obras la música cobra un papel tan cómplice con la narración. Se trata de piezas musicales compuestas para la ocasión por sus propios ejecutantes que, lo mismo que acompañan la narración, podrían tener vida propia. La atmósfera creada por violonchelo y piano competía en delicadeza con la obra y la entrada del saxo, dando la réplica al cante por martinete, fue un agradecido contrapunto al fluido y algo lento discurrir de la obra.

Una propuesta de esta calidad se presta, sin embargo, a lecturas tan subjetivas como encontradas. Quizás porque convertir en universal la individual experiencia del amor sea un empeño difícil o porque no siempre en los terrenos de la abstracción se logra hallar el perfil adecuado para una expresión.

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