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HISTORIAS DEL 'CALCIO' | Fútbol | Internacional
Columna
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El beso de la desgracia ajena

Enric González

Sería el colmo, pero cada domingo parece más posible: el Torino se arriesga a descender y cruzarse con el Juventus por el camino. Todo el esfuerzo realizado por el Toro para volver a la Serie A tenía un objetivo supremo, el de jugar de nuevo un derby turinés y ganarlo. Aunque sólo fuera una vez. Este año no puede ser porque la Vieja Señora purga sus corrupciones en la Serie B. En septiembre próximo, el Juventus estará, sin ninguna duda, de vuelta en la Serie A. Quien puede no estar es el Torino. Y el sueño del derby se habrá esfumado, al menos, por un año más.

La desgracia, es bien sabido, viste una camiseta grana. Desde la catástrofe de Superga (1949), cuando el mejor Torino de todos los tiempos desapareció en un accidente aéreo, una sombra persigue a los vecinos del Juventus. El caso de Gigi Meroni, la mariposa grana, el jugador emblemático que murió atropellado por un joven seguidor del Toro (para rizar el rizo, el muchacho que conducía llegó a ser presidente del club), es sólo la más tremenda en una lista de fatalidades.

Otro Gigi del Torino, jugador de banda como Meroni y como Meroni propenso a la vida loca, también recibió el beso de la desgracia grana. La trayectoria de Gigi Lentini es una parábola perfecta, en el sentido evangélico.

Lentini tenía 20 años cuando deslumbró a los aficionados del Toro. Ofrecía la magia del fantasista y la emoción del extremo. Parecía destinado a tocar el cielo. A nadie le extrañó que el Milan y el Juventus se pelearan por contratarle en una subasta que elevó su precio hasta los 65.000 millones de liras, unos 33,5 millones de euros. Era 1992 y Lentini, con sólo 23 años, se convirtió en el futbolista más caro de todos los tiempos. Se lo llevó el Milan de Silvio Berlusconi, que pagó una parte en dinero negro. El pastel se descubrió, pero no pasó nada: el sumario fue sobreseído años después. Sí pasó algo entre la gente grana, que se enfureció por el traspaso de su estrella. La sede del club sufrió un asalto por parte de un grupo de salvajes. La mayoría de los aficionados no asaltó nada y se limitó a irse a su casa con el corazón roto.

Lentini se instaló en pleno centro de Milán, en el barrio de la moda y las modelos, y se compró un Porsche Turbo. Al año siguiente, 1993, el Porsche de Gigi Lentini derrapó en una curva de una autopista piamontesa, dio varias vueltas de campana y se incendió. El futbolista fue rescatado en estado de coma y con el esqueleto quebrado por todas partes. Tardó meses en recuperarse, sufrió una pérdida parcial de memoria y Fabio Capello, entonces entrenador del Milan, prefirió no volver a contar con él. Capello se fue al Madrid, pero llegó Tabárez, quien tampoco contó con Lentini.

El que fue el jugador más caro de todos los tiempos se marchó al Atalanta (1996-1997) y regresó luego al Torino, donde jugó cuatro temporadas. Se reencontró con un Toro hundido en la miseria. Las falsificaciones contables que habían permitido camuflar parte de los ingresos de la venta del propio Lentini, la venta del histórico estadio Filadelfia y todo tipo de trapacerías financieras concluyeron en quiebra y refundación. El Torino era un equipo ascensor que pasaba más tiempo en la planta baja que en el ático de la Serie A. En 2001, con 31 años, Lentini pasó al modesto Cosenza.

En 2004 le llegó el momento de la retirada. Pero hizo algo insólito. Como si quisiera justificar por cantidad, ya que no había podido hacerlo por calidad, su gigantesco traspaso de 1992, Gigi Lentini fichó por el Canelli, un equipo de aficionados. Su ayuda y la de su amigo Fuser, otro semiretirado, llevó al Canelli a la Serie D, ya dentro de la categoría profesional. Lentini cobra 2.500 euros mensuales y mantiene una estrecha relación con la desgracia grana: recientemente, el ciclomotor que conducía se estrelló contra un coche sin otro daño para él que unos rasguños. Sigue jugando al fútbol.

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