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Crónica:DON DE GENTES
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cuento de la niña y el forro

Elvira Lindo

Hay palabras de la infancia que son la pura expresión de la ternura de los padres en esos años en los que los niños aún se nos muestran desnudos

ESCROTO.

Sea sincero, ¿cuántas veces ha usado esta palabra en su vida? Escroto. Es una palabra de difícil encaje. Tres sílabas que usted no pronunciará a no ser que esté en presencia de su urólogo. Escroto. Aun refiriéndose esta palabra a una parte tan sensible a las caricias en el varón, sólo un cursi la utilizaría en pleno acto. La palabra escroto durante un intercambio sexual puede dejar por los suelos las libidos más alteradas. "Me podrías acariciar el escroto?". Cualquier idiota sabe que para el amor sólo las palabras sucias están a la altura de los acontecimientos. No sé qué opinión tendrá el profesor Seco, pero, personalmente, yo consideraría preceptivo que en las definiciones de glande, pene o escroto se incluyera una advertencia para navegantes y navegantas: son palabras que no te ponen nada. Que no te ponen. ¿Para qué sirve entonces la palabra "escroto"? ¿La utilizamos con nuestros hijos para enseñarles un poquito de vocabulario corporal? Bueno, también hay padres cursis, pero, en general, los progenitores A y B, más seguidores de su instinto que de la palabrería pedagógica, entienden que para nombrar esas cositas hay que crear un vocabulario íntimo, chistoso. La colilla, el pito, el pitirrín, la pichilla, los huevecillos, las bolillas... Esos maravillosos diminutivos del español, la sílaba mágica que convierte la palabra ruda en dulce. Y luego las palabras referidas al sexo de las niñas: el bocadillo (dos panes y algo dentro, ¿no es genial?), el chichi, el chirli, el toto... Palabras de la infancia que son la pura expresión de la ternura de los padres en esos años en los que los niños aún se nos muestran desnudos, señalan esas partes de su cuerpo sin ningún pudor y quieren tener palabras para nombrarlas. Ese periodo maravilloso de la vida en el que la madre se mete de vez en cuando con el niño en el baño y los dos pasan el rato más íntimo del día rodeados de hombrecillos y perros nadadores, de barcos y de espuma. La espuma de esos días. Ese otro momento en que el niño se queda solo y feliz dentro del agua caliente, investigando la física de sus juguetes y la de su propio cuerpo, y se toca y se toca hasta que llama a la madre para que vea la maravilla, "¡mira, mira, va a llegar hasta el cielo!". En todo ese tiempo en el que los niños acumulan la ternura que les ha de durar toda la vida para sobrellevar los momentos difíciles, la palabra "escroto" está fuera de órbita. Lo divertido de esta palabra, que podría considerarse innecesaria por su falta de uso popular, viene en años escolares, cuando los chavales, ya iniciados en el sentido del pudor, se enfrentan a esa parte de "Conocimiento del Medio" ("Coño", para decirlo con propiedad) que se refiere a la reproducción sexual. Ahí, sí. En Coño empiezan a leerse, decirse y escribirse las palabras correctas, las científicas, el glande, la vulva, la vagina, palabras que sonarán de distinta manera según el curso en el que sean pronunciadas. Para los niños más chicos serán sonoras, graciosas y raras, y para los adolescentes serán hilarantes, picantes, más guarras que las palabras guarras por el simple hecho de ser dichas por la maestra, por el hecho de estar representadas en la pizarra con un dibujo en absoluto erótico, pero a la vista de todos. Ya no hay represión, pero hay otras cosas, vergüenza, pudor, deseo, pavo, impaciencia hormonal y risillas contenidas. Está claro que, una vez que se sale de clase, las palabras limpias se cambian por las de uso corriente. No hace falta más que ir en el metro o en el autobús a la hora en que las terribles niñas vuelven a casa para escuchar de sus tiernos labios cómo el pene se convierte en polla y la vagina en chichi, por no decirlo de forma más rotunda. Pero aunque sólo fuera por esos momentos escolares, merece la pena que la palabra escroto no desaparezca nunca del mapa. Las pasadas semanas, la palabra en cuestión fue objeto de juicio moral en foros de Internet, del tal manera que ha llegado a los periódicos norteamericanos. La responsable es Susan Patron, escritora de un libro para niños, El más grande poder de Lucky, que fue galardonada con un prestigioso premio de literatura infantil y que incluía en el argumento de la novela la fascinación por las palabras. Entre las muchas palabras que provocaban asombro a la protagonista estaba la palabreja de marras, "escroto", que fue interceptada por algunos libreros (buscadores de escrotos) que retiraron la novelita de sus estantes. Como Internet todo lo multiplica, se generó el gran debate, copia de tantos debates que se dan en torno a los cuentos para niños: ¿pueden nuestros pequeñuelos escuchar semejantes palabras?, ¿debemos protegerlos de esas armas de destrucción masiva? Un librero furibundo decía: "Se nota que esta escritora no trabaja con niños, si fuera maestra no lo habría escrito". Teniendo en cuenta esta teoría, lo más coherente es que el escritor para niños fuera directamente un inspector de policía especialista en pederastia. Nada mejor que el escritor lleve el cuerpo represor dentro para interceptarse. A muchos les gustaría. No sólo en América, también en España. La corrección política hinca el diente, sobre todo, en los libros infantiles. Por fortuna, Estados Unidos, imperio en decadencia, parece que comienza a desperezarse de tantos años de represión verbal y la pobre señora Patron ha sido defendida por otros muchos libreros que no quieren dar la vieja imagen de expendedores de moralina. Scrotum, así es la palabra en inglés. Particularmente graciosa por conservar su origen latino, lo cual le da un aire tan singular que la niña del cuento, que la oye a través de una puerta, le otorga un significado totalmente distinto. De ahí la gracia. Y es que llega un momento en que la sociedad responde a tanto represorcillo cultural pasándose las prohibiciones por el escroto. Por el forro.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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