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Columna
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Otra de calamares

Los periodistas envidiamos a los políticos por la misma razón que ellos envidian a los directivos de los clubes de fútbol. Porque cada gremio considera, con razón, que el otro carga con menos responsabilidades. Una vez, yo era muy joven, apareció bajo mi firma que un mercante llamado Cason había embarrancado a 500 millas de Fisterra. Muy joven y todo, yo sabía que la milla náutica eran 1.800 metros y pico, pero donde puse cinco, un editor samaritano y mesetario se sacó del teletipo dos ceros que me hicieron blanco de chacota durante el tiempo que duró la crisis. Todavía algún veterano de la profesión me saluda como el tipo que encalló al Cason en Ayamonte.

A Aznar le pasó lo mismo, más o menos, con lo de las armas de destrucción masiva que tenía o no el extinto régimen iraquí: "Tengo el problema de no haber sido tan listo y no haberlo sabido antes, pero es que, cuando yo no lo sabía, nadie lo sabía". Aparte de una particular construcción lingüística que evidencia que las deficiencias educativas son anteriores a la Logse, la frase revela las dos grandes ventajas de la política, que comparten también los altos estamentos futbolísticos y de las que carece la profesión periodística. Una, que se puede decir digo sin empacho alguno después de haber jurado que diego, incluso habiendo puesto por testigo al propio Alfredo Urdaci cuando era un periodista serio y puntualizador y no una especie de Buenafuente de derechas. Otra, que se diga lo que se diga siempre hay seguidores que además ríen la gracia.

Hay quien sostiene que esto es así porque, como dijo Sartre, "el pasado puede modificarse y de hecho los historiadores no paran de demostrarlo". Más bien pasa porque buena parte de la clase política atribuye a la ciudadanía la misma memoria que al calamar, que a los pocos segundos de haber zafado de un anzuelo vuelven a picar el cebo porque se les olvidó que dentro había un gancho. La teoría del calamar funciona a escala planetaria y a escala local. A ella se acogen los dirigentes del PP de Galicia que claman, un ejemplo de muchos posibles, contra las listas de espera en la sanidad pública, que deben haberse reproducido con furor tropical en apenas año y medio, después de 16 años oficialmente erradicadas. O se acogió en su día Paco Vázquez, que había vendido como algo que equipararía el perfil portuario de A Coruña con el de Sydney lo que parecía un mamotreto en la maqueta y resultó ser un mamotreto una vez construido, hasta tal punto que él mismo no se recató en calificarlo de "algo cutre". Su sucesor acaba de prometer ahora que el nuevo desarrollo portuario equiparará (se supone que en pujanza económica) a la ciudad con Hamburgo.

Pero lo que se da en A Coruña igual de bien que la pesca del calamar en una noche de octubre con la marea subiendo es el candidato pontificio. Ya en la campaña de 1991, cuando Augusto César Lendoiro se presentó por el PP, sorprendió a la ciudadanía con un proyecto de puente hasta Ferrol. Más tarde y más modestamente, Francisco Vázquez lanzó la idea de construir una pasarela peatonal hasta la playa de Santa Cristina. También desde los otros lados de la ría han tendido ideas. El regidor de Oleiros, Ángel García Seoane, propuso no hace mucho duplicar el puente de A Pasaxe. En el vecino Culleredo también se estudia otro sobre la ría de O Burgo. El actual regidor coruñés, Javier Losada, ha puesto su empeño en tender uno desde el nuevo Hamburgo hasta Oleiros. Ninguna de las propuestas ha superado la fase de la infografía en las páginas de local, pero eso no ha desanimado la fe constructora de los ediles, reminiscencia quizás de la política decimonónica en la que los próceres conseguían de Madrid o puentes o lavaderos.

Habrá ingenuos que consideren que contra la teoría del calamar está la prueba de las hemerotecas. Ignoran que para elector, como decía el doctor Samuel Johnson del que se casa por segunda vez, siempre es más grato confiar en la esperanza que fiarse de la experiencia.

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