'Dramagogia'
Dice el magistrado francés Didier Peyrat en su libro más reciente, que la dramagogia (acertado neologismo que mezcla las palabras dramatismo y demagogia) es la técnica favorita de los catastrofistas. Pues viendo lo que pasa por aquí, diríamos que estamos ante una auténtica oleada de dramagogia que inunda nuestros medios de comunicación. Estos medios de comunicación están convenientemente alimentados por políticos insensatos y acompañantes más o menos interesados, que no dejan de mezclar y encadenar todo tipo de acontecimientos por dispares que sean, para tratar de demostrarnos que estamos al borde de una catástrofe colosal. Cada contratiempo, cada delito, cada declaración, sirve para denunciar la conspiración universal de los políticos, periodistas, artistas o jueces que no coinciden con sus consignas. Y en ese mejunje extraño, los valores sagrados de la patria, el orden y la moral se ven irremisiblemente amenazados por todo tipo de delincuentes, izquierdistas, inmigrantes, amorales y nacionalistas periféricos. No hay receso posible. Cada día la actualidad local, autonómica, nacional o internacional, sirve para echar más madera al fuego. Cuando no es el terrorismo, son los okupas, si no son los albanokosovares, serán los ladrones silenciosos. Por lo que se ve, los delitos se suceden, la inseguridad aumenta, la corrupción asola ciudades y pueblos, y además ahora, por si fuera poco, la catástrofe climática convierte la cosa en irreparable. Hace ya tiempo me enseñaron que los argumentos sin evidencias que las respalden, sólo sirven para intoxicar y tratar de modificar groseramente las percepciones sociales. Y desde el 14 marzo de 2004 vivimos en un acoso permanente de argumentos, declaraciones y estrategias basadas en evidencias nimias o simplemente inexistentes. Pero, nadie nos ahorra el ruido cada vez más insoportable.
En ese contexto, no me sorprende lo más mínimo que algunas formaciones políticas preconicen la seguridad como tema central de las próximas campañas electorales. Y tampoco me sorprende que los mismos metan las manos en el envenenado tema del barrio de La Salut de Badalona para ver qué sacan del "lío de los rumanos". Los obsesos de la seguridad lo son o por ideología o por haber sufrido una sobrevictimización, al vivir en condiciones (de trabajo, de vivienda, de movilidad,...) generadoras de gran ansiedad. Lo cierto es que no podemos negar que existe una creciente sensación de inseguridad. Mucha gente percibe que tenemos un nivel de riesgos considerado anormal. Y es así a pesar de que las estadísticas de delitos, y las encuestas de victimización no nos muestren cambios drásticos en los últimos años. Han aumentado los delitos menores, las faltas, la violencia concreta contra personas, pero no hay aumento significativo de hurtos en casas o negocios, delitos graves o de muertes violentas. Los datos que proporcionan las fuerzas de orden público, nos dicen que en Cataluña tenemos una tasa delictiva de las más bajas de Europa. Superamos apenas los 21 delitos por cada 100 habitantes, cuando la media europea es de 70, y la española es de casi 50. A pesar de todo, la encuesta de victimización que realiza la Generalitat muestra un aumento de las personas que dicen haber sido víctimas de algún hecho delictivo, lo hayan denunciado o no. Así, de un casi 14% que decían haber sido victimizadas en 1999, hemos pasado a casi un 19% en 2004.
No tenemos datos que confirmen que estamos ante una "explosión de la delincuencia", pero a pesar de eso no podemos tampoco tratar de atajar esa falsa conciencia social afirmando que todo se debe a las inseguridades que genera el actual sistema económico, o la creciente precariedad laboral. El aumento de la violencia contra las personas es real. No alcanza situaciones graves, y no conviene dramatizar, pero tampoco banalizar. Ya que en muchos casos son los sectores y las personas con menos recursos los que más sufren esa brutalización vital. Los que más tienen, ya se preocupan de blindar sus casas, sus coches, las escuelas de sus hijos y sus demás posesiones con todo tipo de artilugios. Pero, los que su primera inseguridad es su propia supervivencia, su lugar de trabajo, su salud precaria, son también quienes más vulnerables son a ese aumento de la violencia difusa. No podemos ni confundir la inseguridad con algo propio de una conspiración reaccionaria, ni tampoco olvidar que detrás de los discursos securitarios muchas veces se esconde la voluntad de invisibilizar los problemas sociales de fondo. No es lo mismo no tener coche porque nunca te lo has podido permitir, que no tenerlo porque te lo han robado. Pero tampoco es lo mismo ir al hospital porque estás enfermo que ir al hospital porque has sido víctima de un asalto o agresión. No puede afirmarse que la violencia es básicamente un producto de la exclusión o de la pobreza. Pero tampoco es cierto que no hay conexión alguna entre desigualdad y acciones delictivas.
Hemos de ir construyendo nuevas categorías que nos permitan ir más allá del conflicto clásico entre orden y desorden como valores absolutos. Podríamos tratar de distinguir entre distintos tipos de orden, y entre distintos tipos de desorden. No nos sirve ya el orden de una sociedad simple, fundada sobre la jerarquía, las homogeneidades sociales y la negación de la autonomía individual. Necesitamos un orden complejo, un orden negociado que sepa integrar el pluralismo social, las capacidades cooperadoras de individuos y grupos para implicarse en una convivencia sentida como propia, con más información de todos y cada uno sobre las condiciones de partida y los consensos que permitan mantener grosores vitales de complejidad y reconocimiento mutuo. ¿Se puede vigilar sin considerar a todos sospechosos? ¿Se puede organizar la seguridad sin humillar a los más débiles? ¿Se puede investigar sin prejuzgar? ¿Podemos tener una seguridad de posibilidades y no de restricciones?
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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