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Columna
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Del zaragozano

El interés creciente por los fenómenos meteorológicos se ha incorporado a las prioridades del ciudadano contemporáneo. En otro tiempo fue cuidado de los agricultores y los empresarios taurinos mirar a las alturas, con aprensión o esperanza, pues del tiempo que hiciera dependían las ganancias o pérdidas de las cosechas o la celebración de las corridas. Muchas otras actividades humanas dependían de la bonanza o la destemplanza, pero, en el terreno industrial o agrícola, el asunto ha dejado de ser decisivo. Lo es para el común que en ello reside la organización del fin de semana y sacar el coche para viajes cortos o largos. Curiosidad que fue común a la profesión periodística era, en jornadas indecisas, la salida a la calle del regente de la imprenta del diario para otear los cielos y calcular si el día iba a ser o no lluvioso para acomodar la tirada.

La mayoría esperamos el momento en que las televisiones nos informen a través de sus expertos. Suelen coincidir, ya que los datos los facilita el Instituto Nacional de Meteorología, si es que se llama así, pero se perciben ciertos matices que hacen que prefiramos escuchar el pronóstico en una u otra cadena. No voy a declarar cuál es la mía favorita, en este aspecto, pues podría ser torcidamente interpretado. Con la que está cayendo uno nunca sabe...

Puede parecer que son noticias imparciales y comunes, pero he notado que unas emisoras ofrecen información más optimista que las competidoras a este respecto. Proliferan las televisiones locales, lo que podría indicar un mayor acierto inmediato, pero este mundo de las isobaras -quizás para no pillarse los dedos- suele generalizar al corto plazo que nos interesa.

Es también importante la simpatía o el rechazo que inspire el locutor encargado y aunque la mayoría son profesionales competentes en el asunto, también encontramos al que provoca rechazo, quizás porque no nos dice lo que esperamos o nos conviene.

Tendemos a considerar que estas actividades se corresponden con fundadas certidumbres, ya que el mal tiempo no depende de que nos duelan los pies o que se agudice la artrosis, sino que se cuenta con satélites especializados que envían una referencia exacta y perfeccionada a los observatorios terráqueos. Así y todo, no se tienen en cuenta el ignorado capricho de las nubes, la instalación de microclimas por los que el sol agujerea el espeso manto de las nubes y nos ofrece un día radiante o, al revés, si anticipan horas soleadas y la lluvia y el cierzo nos amargan la tarde o la mañana.

Imagino, sin tener de ello la certeza, que esos técnicos son expertos y no simples transmisores de datos externos, y nos sorprende que una cara que empieza a ser conocida desaparezca y resurja en otro programa muy distinto en la misma u otra cadena. En los espacios que a esto dedican las emisoras locales modestas, casi siempre detectamos la bisoñez del encargado o encargada en que, sistemáticamente, pronuncian "metereología", olvidando que se refieren a meteoros, como son la lluvia y el bueno y el mal tiempo.

Aunque para algunos parezca desconcertante, siguen apareciendo con puntualidad unos folletos que empezaron a editarse en 1840 -hace 167 años, sin duda las publicaciones periódicas más antiguas de España- e imagino que con muy parecido formato al original, de rancia estética. Son El Calendario Zaragozano - El Firmamento, formato de bolsillo, con 48 páginas, que ofrece un "juicio universal meteorológico", pronósticos, santoral y ferias en todas las provincias.

Y otro, de la misma empresa editora (fundada en aquella época por don Mariano Castillo y Ocsiero), Almanaque El Firmamento, de 144 páginas, con mayor información, entre las que se cuentan los calendarios gregoriano, judío y musulmán, entre su variado e interesante contenido.

Pueden obtenerse en cualquier librería acreditada, el calendario por el módico precio de 1,20 euros. Pronostica, para la mitad de mes que nos queda, ambiente húmedo, pero de mejor temple, lloviznas escasas y temperaturas suaves. Creo que va a tener razón.

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