Un rebelde con gancho
Oleguer, zaguero del Barça, compagina el fútbol de élite con el compromiso como forma de vida
La furgoneta azul dio varias vueltas por la calle Muntaner, de Barcelona, hasta que, por fin, encontró aparcamiento. Faltaban pocos minutos para las 21.00 horas. Era viernes, 26 de enero, y la gente empezaba a agolparse frente a la Sala Muntaner, que tenía en cartel la obra Crónica Sentimental de España, de Xavier Albertí, que, a través del texto del mismo nombre de Manuel Vázquez Montalbán, hacía un repaso mordiente e irónico de cómo la dictadura de Franco utilizó a las folclóricas, Raphael y otros artistas en beneficio del régimen. La furgoneta, al final, encontró aparcamiento y del asiento del conductor descendió Oleguer acompañado de un grupo de seis amigos, algunos apuntados a última hora porque quedaban pocos días para que la obra se retirara de cartel. El defensa del Barça se rió a carcajada limpia.
En 2005 dedicó un gol a un niño de 14 años detenido en Sabadell por criticar al alcalde
Dicen los críticos de teatro que para entender las claves de aquella función tenían que tenerse 50 o 60 años, pero ése no fue el caso de Oleguer Presas (Sabadell, Barcelona; 1980), un tipo culto, instruido, devorador de las obras de Vázquez Montalbán, que ha compaginado y aprobado sin problemas la carrera de Económicas con ser jugador del Barça y que ahora es feliz estudiando Humanidades. Pocas veces han visto en la Sala Muntaner, que huye de lo comercial, a deportistas de élite, pero en Oleguer caben dos mundos que a veces, como en el caso del artículo sobre De Juana Chaos, en el que cuestiona la actuación del poder judicial, provocan un estrepitoso choque de trenes: Kelme le ha retirado el patrocinio y el presidente Laporta le tiró de las orejas por hablar de política en el estadio.
Comprometido con el movimiento okupa, independentista y de izquierdas, Oleguer es un tipo de lo más normal en la calle, pero también una especie de marciano en un vestuario que es una lujosa torre de Babel, muy alejada del pulso político y ciudadano. Quizá por eso pierde ese rictus de tensión y se le ilumina el rostro fuera del Camp Nou, como cuando, por ejemplo, pasea o come un bocadillo bebiendo una cerveza con limón por cualquier lugar del Raval, donde muchos de sus compañeros no habrán puesto nunca los pies. No debe de ser fácil vivir con el freno puesto. Muchas veces se muerde la lengua y baja el listón cuando habla ante los periodistas para pasar inadvertido. Y no hay nada peor que entrevistar a un tipo que se hace pasar por ausente.
Pero tiene un dilema porque, cuando se muestra tal y como es, no para de sufrir problemas. Nacido en Sabadell, sobrino de Toni Batllori, dibujante de La Vanguardia, y acostumbrado a pasar muchos ratos de la infancia en una masía de Olost, cerca de Vic, en la Cataluña interior, Oleguer empezó a destacar con un balón en sus pies, acabó en la Gramanet y recaló en el Barça. Pero eso no le impidió continuar con sus mismos amigos, compartiendo el piso con ellos y haciendo las mismas cosas. Por eso sufría un shock cuando alguien le pedía un autógrafo, ya que en su mundo no está muy bien visto la veneración a los futbolistas. En 2003 fue detenido en Sabadell por una trifulca tras el cierre de un bar y tras marcar un gol en Málaga, en 2005, se lo dedicó a un niño de 14 años detenido por la policía de Sabadell por pegar un adhesivo en contra de la gestión del alcalde Bustos.
Colaborador de la revista Urdint la trama, publicó un artículo en contra del sí en el referéndum de la Constitución europea y acaparó los focos cuando se enroló en una campaña en favor de las selecciones catalanas poco antes de acudir a una cita previa al Mundial con España. Con buena sintonía con Thuram, que responde a diario en el Camp Nou a preguntas sobre las elecciones francesas, Oleguer, que domina el inglés, no pierde el tiempo. Hace meses publicó un libro, Camí d'Itaca, presentado en una casa okupada en Barcelona y en el que, aprovechando el pretexto de la caravana del Barça tras la primera Liga de Rijkaard, hace un repaso sobre la dictadura, la transición, la guerra de Irak y otros temas.
Tras cinco partidos como titular, ayer sólo jugó los últimos cinco minutos -"fue una decisión táctica", argumentó Rijkaard-. En las gradas se vieron cuatro pancartas de solidaridad y alguna pidiendo el boicoteo a Kelme. 18.000 personas han secundado una campaña en contra de esa firma y en defensa del jugador. Pero él no cambiará. Le gustaría vivir en un mundo mejor y, como Vázquez Montalbán, cree necesario, según decía en su libro, el compromiso: "Hay que mojarse porque la indiferencia equivale a rendirse. Hemos de soñar, cueste lo que cueste, para acercarnos a la utopía. Ítaca no queda tan lejos".
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