Sólo Barça
Los azulgrana pasan por encima del Madrid en una decepcionante final de la Copa del Rey de baloncesto
Los clásicos no tienen patrón. Ni en fútbol, ni en baloncesto. Son un tiro al aire, se dirimen cuestiones emocionales que les hacen impredecibles, incluso en deportes tan numéricos como el basket. El séptimo de la Liga ACB barrió al líder del primer al último segundo y conquistó la Copa (53-69), una fiesta que cada curso sirve de termómetro a un deporte tan enraizado en España y que tras algunos baches ha vuelto a coger impulso. Al reciente éxito mundial de la selección se añadió ayer la primera gran batalla de la temporada entre los dos imperios, lo que siempre acentúa el interés general. Y no por la exclusión de entidades ejemplares como el Tau, el Unicaja, el Joventut y otras muchas, sino porque la historia reconoce al Madrid y al Barça como las dos grandes superpotencias del baloncesto español. La atomización de la Liga, con la pujanza indiscutible de un amplio elenco de equipos, ha hecho que este deporte aumente el angular. Madridistas y barcelonistas al margen, el resto de las aficiones, ejemplares en su convivencia multicolor en Málaga, cantan en su repertorio que están hartas del Barça y el Madrid. Pero el pasado no se retuerce en dos días y prueba de que los clásicos son cada vez más infrecuentes es que hacía seis años que blancos y azulgrana no se citaban en una final así. De hecho, en esta edición, nadie habría cantado un bingo a favor del Barça, tan raquítico toda la campaña.
La Copa ha vuelto a confirmar que hay disciplinas en las que, afortunadamente, es posible el puro envite deportivo. sin que se convierta en un campo minado por enconamientos extremos. En Málaga han cohabitado sin graves incidentes ocho aficiones diferentes, a un palmo unas de otras en las gradas y en las calles. Los jugadores no huyen de los suyos y la organización de la ACB propicia la normalidad. Por si fuera poco, el jugador nacional vuelve a tener tirón. A los chicos de oro ya les aprietan, entre otros, Trías, jugador más valioso de la Copa, y Ricky Rubio, un chiquillo de 16 años al que el azar quiso que se sentara en las gradas a un paso de Jerry West, leyenda de la NBA que ahora navega al frente de los Grizzlies de Pau Gasol. Un guiño del destino para el saludable baloncesto español, pese a la decepcionante final en la que sólo existió el Barça.
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