Guiados por el buen gusto
De paseo en Copenhague para descubrir una ciudad amable y civilizada
Punto de partida: el puesto de perritos de la plaza Real. Compras en Store Regnegade, arte antiguo en la Gliptoteca, y el mejor 'smorrebrod' de la capital danesa en Ida Davidsen.
Una ciudad es siempre mucho más que el puñado de símbolos, lugares o imágenes que la representan. De Copenhague, por ejemplo, jamás escogería la escultura sentada de la sirenita de Andersen, o las atracciones de los jardines de Tívoli, o las casas de colores y las embarcaciones de madera del canal de Nyhavn. Antes prefiero la coherencia con la que se suceden sus parques, calles, lagos, plazas y canales; su sabiduría al armonizar la arquitectura clásica con la moderna, o la amabilidad de su paisaje urbano, recorrido por miles de silenciosas bicicletas.
No hace falta marcarse grandes objetivos a la hora de visitar esta ciudad portuaria asomada al Oresund, el estrecho que une los mares Báltico y del Norte, y que fue capital de un vasto reino que incluía parte de la actual Suecia. Basta con pasear y toparse con sus cafés, museos, bares y tiendas, o con disfrutar de los detalles de esa pequeña escala, la humana, que parecen dominar a la perfección los escandinavos. Hay que fijarse en los pavimentos de las calles, en los patios interiores de las casas, en los amplios ventanales de los locales comerciales, en los portales de los edificios, en los suelos de madera de las viviendas.
Los daneses han logrado algo difícil: que apetezca mirar, incluso fisgar, sin tener aprensión. Como buenos protestantes, no gustan de persianas ni contraventanas, y nos permiten invadir con la vista los interiores donde se desarrollan sus vidas aparentemente ordenadas. En sus oficinas y viviendas se respira buen gusto, sencillez y funcionalidad, las características que definen su magnífico diseño, compartido por todos. Por eso, y porque además los daneses son amables y civilizados -cuando los nazis exigieron que los judíos daneses llevaran la estrella amarilla, el rey dijo que él sería el primero en portarla-, el tiempo pasa a toda prisa paseando por esta joya nórdica, como si ser turista no fuera otro esfuerzo más.
Desde Kongens Nytorv
La amplia plaza Real, y en particular su sabroso puesto de perritos, es un buen lugar para comenzar un paseo cargado de energía. Mientras comemos una salchicha, si somos capaces de hacer dos cosas al mismo tiempo, podemos seguir las evoluciones de los patinadores sobre la pista de hielo o admirar la belleza de los edificios circundantes. El palacio de Thot, de estilo barroco holandés, alberga la Embajada francesa. En el lujoso Hotel de Inglaterra, Céline se refugió cuando ya sólo quedaban unos meses para que acabara la II Guerra Mundial, y allí sería perseguido por su colaboracionismo con los nazis. En el "viejo escenario" del teatro Real, de elegante fachada renacentista, tuve la oportunidad de asistir a una ópera de Don Juan cuya acción, por desgracia, se desarrollaba en un hotel moderno y hortera. De los grandes almacenes Magasin salen los clientes con bolsas negras llenas de compras, a buen paso.
Desde la plaza parte una de las calles que conforman la zona peatonal y comercial llamada Stroget, muy concurrida a todas horas. Si caminamos por una de las calles traseras llegamos a Laedestraede. Allí está el bar Zirup, un buen lugar para tomar un café o una cerveza, y Gronlykke, una colorida y alegre tienda de objetos de decoración ubicada en un semisótano. A continuación hay otro bar donde alternar, el Wanna'B, de color rojo, y más allá llegamos a la Radhus, la inmensa plaza del Ayuntamiento.
Hacia el norte se encuentra el Radisson SAS Royal Hotel, el afamado hotel proyectado por Arne Jacobsen, y no lejos de allí, la universidad y el barrio latino, verdaderamente animado. Cerca hay un puñado de calles con tiendas y locales muy atractivos. En Store Regnegade, por ejemplo, conviven una tienda de tendencias como Storm con otra de decoración como frydenDAHL (en la que merece la pena comprar algo, aunque sólo sea por el envoltorio y la bolsa de tela), y con una curiosa y solemne tienda de uniformes y emblemas, C. L. Seifert.
En cambio, si partimos de la plaza del Ayuntamiento hacia el sur, nos encontraremos con la Gliptoteca, cuyas colecciones de arte antiguo y de pintura y escultura danesa y francesa fueron donadas por otro Jacobsen, Carl, el cervecero fundador del emporio Carlsberg. La Gliptoteca comprende dos edificios unidos por un espectacular patio acristalado, el llamado jardín de invierno, con fuentes y palmeras y un agradable restaurante. La visita no merece la pena sólo por el edificio, o por ver, por ejemplo, la colección de bustos romanos, sino también por la exquisita disposición de las piezas, por las peanas, o por la magnífica selección de los colores de las paredes en las diferentes zonas del museo.
Ocurre lo mismo con el cercano Museo Nacional, ubicado en el palacio del Príncipe, del siglo XVIII, obra de Eigtved. Mientras se visita la sección de Etnografía, y uno se detiene a ver ropa y objetos traídos de las heladas regiones polares por el famoso explorador Knud Rasmussen, no se puede dejar de pensar, por ejemplo, en la estupenda iluminación natural de la sala. Y es que en Dinamarca, aunque vaciaran los museos, habría que seguir visitándolos.
Desde Amalienborg
Esta plaza está rodeada de edificios palaciegos de estilo rococó proyectados por el omnipresente Eigtved. Junto a las garitas, los soldados de la guardia real, como en cualquier monarquía que se precie, pasan frío para solaz de los turistas. Si nos dirigimos hacia el canal podemos tomar el paseo de Langelinie, con buenas vistas de las zonas industriales y portuarias del otro lado, pertenecientes a la isla de Christianshavn, y más allá. Se aconseja no compararlas mentalmente con las españolas, para no comenzar el paseo con una llantina. Aquí se encuentra la agotada Sirenita, y un pequeño pabellón de Mies van der Rohe que alberga un cuidado restaurante.
Más allá está el Kastellet, ciudadela militar en forma de estrella de cinco puntas en cuyos fosos inundados nadan felices familias de patos. Entre la ciudadela y la plaza real de Kongens Nytorv, vale la pena recorrer algunas calles. En Bredgrade hay anticuarios, casas de subastas de muebles, una iglesia rusa de cúpulas doradas y el Museo Danés de Artes Decorativas, emplazado en un antiguo hospital, y en el que no hay que perderse la colección de diseño danés del siglo XX.
En la calle paralela, Store Kongensgade, podemos detenernos en Fil de Fer, una delicada tienda de objetos de hierro para interior o jardín, y comer en Ida Davidsen, donde, dicen, se sirve el mejor smorrebrod de la ciudad. Se trata de un plato frío a base de pan de centeno negro y mantequilla alegrado con carne, salmón, arenque, gambas, salchichón o lo que ofrezca el cocinero. Y en la calle siguiente, para acabar, podemos entrar en la librería-café Tranquebar, especializada en viajes, y que debe su nombre al de un establecimiento colonial danés ubicado en la India entre los siglos XVII y XIX, y comprar algún libro de Isak Dinesen.
Nada original, pero al menos en el avión, de regreso, disfrutaremos de su prosa concisa y elegante. Y es que, mientras me despido de Copenhague, empiezo a pensar que lo danés es casi siempre sinónimo de buen gusto.
Nicolás Casariego (Madrid, 1970) es autor de la novela Cazadores de luz (Destino).
GUÍA PRÁCTICA
Cómo ir- Spanair (www.spanair.com; 902 13 14 15), ida y vuelta a Copenhague desde Madrid, a partir de 139 euros, tasas y gastos incluidos.- Iberia (www.iberia.com; 902 40 05 00), ida y vuelta a Copenhague desde Madrid, a partir de 141 euros, y desde Barcelona, a partir de 173 euros, precios finales.- SAS (www.flysas.es; 807 11 21 17), ida y vuelta a Copenhague, desde Madrid, a partir de 160 euros, tasasy gastos incluidos.Tiendas- Gronlykke. Laedestrade, 5.- FrydenDAHL. Store Regnegade, 1.- Storm. Store Regnegade, 1.- Tranquebar. Borgergade, 14.- Fildefer. Store Kongensgade, 83 A.Bares- Zirup. Laederstrade, 32.- Wanna'B. Kompagnistraede, 4.Comer- Ida Davidsen (0045 33 91 36 55). Store Kongensgade, 70.
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