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'Escudella barrejada'

El penúltimo día de enero Josep Ramoneda publicaba un artículo en EL PAÍS en el que utilizaba la metáfora de una "sopa fría" para referirse a la imagen que proyecta el Gobierno de Entesa sobre la ciudadanía. La cosa venía a cuento pues, según nos refería el propio Ramoneda, en un encuentro reciente con el presidente José Montilla, la tardanza en empezar a cenar enfrió la sopa. Admitía Josep que tras una etapa de la que salimos todos muy escaldados bien se agradecía una sopa fría, aun advirtiéndonos de que tarde o temprano hará falta algo más caliente.

Supongo que también podemos achacar a una política fría alguna responsabilidad sobre la elevada abstención electoral en las pasadas elecciones al Parlament. Lejos de culpabilizar a los y las abstencionistas, conviene reflexionar sobre las causas de la abstención. No tanto sobre la ínfima abstención técnica ni sobre el libérrimo afán de abstenerse, sino sobre aquellas causas que han alejado a gentes diversas de la participación política por falta de motivación suficiente, pero que podrían volver a votar en el futuro si se les diesen motivos suficientes para hacerlo. Y para ello la sopa no sólo debe estar caliente, sino que debe mejorar su sabor y adaptarse a nuevos gustos. Porque, en efecto, los problemas de las sopas no son sólo los relativos a la temperatura a la que se consumen. A veces les falta sal, en otras ocasiones les sobra. A veces echa uno de menos algunos tropezones, crujientes picatostes o el placer de degustar texturas distintas en lugar de consumir purés de sabor indeterminado.

En Cataluña tenemos grandes tradiciones de sopa. Mi favorita es la escudella barrejada. Buen caldo, pero con verduras y carnes bien visibles y comestibles. Cada tropezón con su personalidad, con su sabor, con su textura. Juntos, revueltos, aportando todos su parte nutritiva a la sopa, pero sabiendo qué se come y decidiendo incluso en qué orden. Hasta el punto de poder renunciar a masticar la gallina o la acelga aun aceptando, de buen gusto, su aportación al conjunto. Partiendo, claro está, de un buen caldo, fundamento imprescindible de una buena sopa.

Coincido con Raimon Obiols en que una buena política es una "política de sentido"; es decir, una política que proporcione una lógica explicativa a lo que se hace, que señale un objetivo que alcanzar y dibuje un camino de reformas para conseguirlo. Creo, en efecto, que la desafección política se combate con más política, con mejor política, huyendo de discursos huecos y de actitudes más propias del avestruz que esconde la cabeza ante contratiempos, novedades o acontecimientos inesperados.

Debemos reconocer que los partidos políticos tienden a veces al puré indeterminado. Intentando gustar a todo el mundo, producen en algunos momentos mezclas insípidas y uniformes en las que es difícil encontrar el gusto de lo auténtico y lo diverso, como también es cierto que en determinados momentos se producen sonadas excepciones. Las primarias del PSOE sobre el candidato a la presidencia del Gobierno que ganó Josep Borrell representaron el momento más estimulante y más dinámico en la vida partidaria del conjunto de las fuerzas políticas en los últimos 10 años. Lo hemos vuelto a ver ahora con el proceso de primarias para la elección de Ségolène Royal como candidata de los socialistas franceses y el amplio debate participativo que ha abierto. De estas y otras experiencias concretas se deduce una conclusión rotunda: más participación y más debate político favorecen la conexión entre la política y la ciudadanía y reconcilian a los electores con los partidos.

El puré uniformador de la política hueca ha desorientado también a veces a la izquierda, pues cuando ésta se limita a una mera gestión administrativa, abandona la tarea de gobernar en el sentido profundo de la expresión y se aleja de la energía que la alimenta: utopía, debate y participación. Esos son los ingredientes de una política caliente. Ulrick Beck, en su defensa de una "izquierda cosmopolita", dice que "la izquierda que vive encerrada en su ciudadela", sea desde el proteccionismo del Estado o desde su réplica reformadora liberal, no ha comprendido que "la renuncia abierta a la utopía es un cheque en blanco al abandono de la política por parte de la propia política. Sólo quien es capaz de entusiasmarse gana apoyos y conquista el poder". Y de eso se trata, de vertebrar una mayoría social para impulsar reformas que, guiadas por los valores que inspiran nuestro proyecto, sirvan para construir una sociedad más justa.

El PSC ha desarrollado desde 1978 un proyecto exitoso. No sólo consiguió la unidad socialista, sino que se convirtió en el primer partido catalán de izquierdas. Y lo hizo precisamente partiendo de unos principios meridianamente claros: unidad civil, atajando de raíz los intentos de dividir a los catalanes en función de su lugar de nacimiento o lengua materna; catalanismo, federalismo y justicia social. El presidente Montilla, al proponer un ambicioso programa de catalanismo social, no ha hecho sino actualizar y abrir al futuro el proyecto fundacional del PSC. El acierto de nuestras propuestas nos hizo mayoritarios a escala municipal y ha acabado por llevarnos a ser la fuerza mayoritaria del Gobierno de Cataluña en las dos últimas legislaturas. Nuestro proyecto federal ha supuesto un impulso decisivo al autogobierno de Cataluña en las determinantes citas de la Constitución de 1978, el Estatut de 1979 y el Estatut de 2006, y ha sido una contribución fundamental a las etapas de gobierno progresista en España en los periodos 1982-1996 y de 2004 hasta hoy. La permanente vigencia del proyecto del PSC ha requerido un esfuerzo constante de renovación. Si se reflexiona sobre nuestra reciente evolución electoral, ese esfuerzo de renovación debe mantenerse e incrementarse pues en democracia los proyectos políticos no viven de la sopa boba.

Los socialistas catalanes estamos comprometidos a reflexionar a fondo sobre nuestro proyecto, nuestras propuestas, y también sobre la necesidad de ampliarlo a más gente, a nuevos protagonistas. Se trata de modernizar nuestro discurso, agenda y lenguaje. De repensar nuestro relato político, que ha de ser capaz de proporcionar claves para entender lo que pasa, para señalar los objetivos sociales que queremos alcanzar y las reformas necesarias para conseguirlos. Un relato inteligible capaz de proponer un horizonte ilusionante. Se trata de hablar de nuestra organización, de hacerla más abierta, más acogedora, más participativa, más eficaz. De reflexionar sobre nuestros instrumentos para hacer política, sobre cómo mejorar nuestra capacidad para conectar con la sociedad, con el electorado socialista más tradicional -atendiendo también a su evolución-, con los jóvenes y con los sectores más dinámicos. No se trata sólo de "caras nuevas". Se trata de practicar una política de proximidad, capaz de escuchar, entender y atender la evolución de la sociedad. Capaz de impulsar el progreso económico, la justicia social, la libertad y la responsabilidad individual, la paridad y la sostenibilidad. Consciente de que gobernar no es sólo administrar o gestionar. Capaz de gobernar para cambiar las cosas y de gobernar los cambios. Capaz de ganar elecciones, pero también de ganar la batalla de las ideas, el combate cultural, capaz de movilizar amplias mayorías ciudadanas para impulsar reformas a fondo.

Debemos acertar en los temas que tienen que centrar la agenda política, los de las preocupaciones ciudadanas, pero debemos ser capaces también de anticipar los problemas de un futuro que ya está aquí. Tenemos que desarrollar una política que, tejiendo una amplia complicidad social, aborde con valentía los retos calientes a los que nos enfrentamos: precariedad social, calidad del empleo, inmigración, vivienda, emancipación juvenil, calidad de los servicios públicos, fractura digital, demografía, competitividad en el mercado global, innovación tecnológica y formación.

Sólo quien es capaz de cambiar será capaz de dirigir los cambios. Por ello debemos actualizar y renovar el proyecto que nos ha hecho llegar hasta aquí, el proyecto que nos ha hecho mayoritarios y, sobre todo, útiles a la sociedad catalana, a los trabajadores y a las clases populares de este país. Estoy convencido de que somos capaces de hacerlo y de que así, sólo así, no se enfriará la sopa.

Miquel Iceta Llorens es viceprimer secretario y portavoz del PSC.

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