Capello y sus 'capollos'
Nunca correr tanto sirvió para tan poco. Si Toschack hubiera visto al Madrid en el Madrigal, sin duda habría recuperado la más célebre de sus frases favoritas.
-Han corrido como pollos sin cabeza.
No le faltarían razones; en el intento de defender una causa sin pies ni cabeza, los chicos de Capello, sus capollos, nunca sudaron tanto el calzón. Puesto que se replegaban tozudamente hasta el área de Casillas, su suerte estaba echada: para salvar la distancia entre los dos porteros deberían pasarse noventa minutos haciendo el péndulo. A ratos, es decir, casi siempre, daban la imagen plana de esos equipos hundidos en la tabla de Segunda División. No luchaban para ganar, sino para salvar el cuello.
Al margen de sus orígenes o trayectorias, todos resultaban irreconocibles. Una vez más comprobamos que en el cuarto oscuro de Fabio Capello los futbolistas sufren una asombrosa degradación: entran en color y salen en blanco y negro. Al pobre Fernando Gago, el muchacho que jugaba de memoria, le dijeron que debería enchufarse pronto si quería sobrevivir a su nuevo entrenador, así que metió los dedos en el enchufe; mientras Robinho de Souza, al que los especialistas brasileños proclamaban sucesor de Pelé, se transformó en su propia caricatura, sus compañeros mártires parecían, efectivamente, el gallo de la Pasión: sólo cantaban para cumplir la profecía.
Los capellólogos no saben a qué atenerse. Por ahora opinan que este hombre ya ve el mundo a través de una loncha de jamón, que tiene una multicopista en la cabeza y que pretende convertir a sus pupilos en la réplica de Emerson, ese sufrido repartidor que, incapaz de levantar los pies, se desliza por la cancha con el garbo de un costalero. Y, aunque cada cual sea libre de elegir sus modelos, siguen sospechando que la gente del Bernabéu prefiere las cabriolas de Zidane, o incluso el galope corto de aquel famoso abducido cuyo nombre era David Beckham, al trote cansino de un mulo con botas.
Tampoco entienden su obsesión por deshacerse de Ronaldo después de un intrigante concurso de despropósitos: rechaza una oferta de quince millones de euros, le aligera quince kilos de grasa, le templa los abdominales, y cuando empieza a caber en las chaquetas de Armani decide venderlo al peso. ¿Qué está pasando aquí?
En un desesperado intento por explicar el barullo, algunos comentaristas maliciosos empiezan a temerse lo mejor. ¿Querrá Fabio Capello repetir la historia de antaño? ¿Estará reforzando al Milan por si vuelve a llamarlo Berlusconi?
No caerá esa breva.
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