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Columna
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Zaplana, moco de pavo

Si el hombre está liquidando al planeta, la derecha radical valenciana, parapetada en la Generalitat, está liquidando nuestro País. Si el cambio climático anuncia un futuro catastrófico e irreversible, el cambio político es ya una emergencia. Figúrense si no, codo a codo, y haciendo de las suyas simultáneamente, al dióxido de carbono y a Carlos Fabra, a la combustión de hidrocarburos y a las artimañas de los especuladores del suelo, a los herbicidas halogenados y al caso Ivex, aún vivo y coleando, según la Audiencia de Valencia, a la lluvia ácida y a los artífices del plan de Rabassa o de Porxinos o de la planta de biodiésel en el puerto de Alicante, a los vertidos industriales que encarroñan las aguas de los ríos y del Mediterráneo, y a los PAI a extramuros de los planeamientos generales. Agentes químicos y chorizos urbanísticos, sin sensibilidad ni conciencia, pero con fragancia de Gaultier y bolsa de basura, arrasan orografías y finanzas, litorales y educación y salud públicas, patrimonio natural y arquitectónico, y al corromperse en el ejercicio de una farsa, que nada tiene que ver con la política, desacreditan el proceso democrático y sus posibilidades de participación social. Sus luchas, no por el interés común, sino por el propio o por los de su calaña, las resuelven impúdicamente y hacen palestra, sin empacho alguno, de instituciones, que una vez gozaron del respeto y confianza de la ciudadanía. En las últimas semanas, tirios y troyanos, moros y cristianos, montescos y capuletos, y en román popular, zaplanistas y campistas, se han montado el espectáculo de la degradación y de las conveniencias, en la CAM. Los amanuenses del portavoz del PP en el Congreso, catalogan, en la penumbra de sus covachuelas, un reguero de frustraciones y derrotas. Zaplana ha sucumbido frente a un adversario astuto y contumaz. Francisco Camps, con el apoyo del presidente de Murcia, Ramón Luis Valcárcel, ha puesto bajo su mando al consejo de administración y a la comisión de control, es decir, a los órganos de gobierno de la presunta entidad de ahorro. A Zaplana le han arrebatado la hucha y lo han dejado con sus encantamientos al aire. Rajoy, que va como una mariposa de manifestación en manifestación, le tiró de la oreja, por dos veces, a su vocero: la autonomía es de quien se la trabaja, y la autonomía valenciana se la trabaja, y cómo se la trabaja, Camps. Y Camps tiene nombre de franquicia: Fabra, en Castellón, Díaz, en Alicante, y así sucesivamente. Ahora, solo queda un zaplanismo residual y un Zaplana, desolado. Un Zaplana a quien su jefe de filas lo está poniendo en su sitio, en la seguridad de que el aún presidente de la Generalitat, se haga de nuevo con el poder, en las elecciones autonómicas de mayo. Así que Zaplana a sus labores. Oiga, usted, que ser portavoz del grupo popular en el Congreso no es moco de pavo. No, no es moco de pavo, pero tampoco es Terra Mítica y sus alrededores, ni tiene la cara y la voz de Julio Iglesias. Mariano, ay, Mariano.

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