La vuelta del 'pequeño diablo'

Sonriente, bronceado -en Argentina es verano- y mascando chicle, Leo Messi llegó ayer al Camp Nou tras permanecer cinco semanas en su país recuperándose de la rotura del quinto metatarsiano del pie derecho. Su vuelta al Barça, que coincide con la de Eto'o, es casi una bendición para un equipo que ha ofrecido desconcertantes signos de agotamiento. Recibido en el aeropuerto por una colmena de cámaras, como si fuera una estrella de cine, el delantero, apodado el pequeño diablo por Fabio Capello, deslumbrado cuando le descubrió en el Gamper hace dos años, asegura no sentir la menor presión por la imperiosa necesidad de ayudar a un Barça desconocido. "El equipo está bien: solo hay que mirar la tabla [es líder]. Lo del Zaragoza [0-1, en la ida de la Copa] podía pasar", dijo en defensa de sus compañeros. Su plan es jugar "aunque sea un ratito" dentro de ocho días ante el Racing.

Frank Rijkaard, técnico azulgrana, no ha ocultado su aprensión a que el entorno presione demasiado tanto a Eto'o como a Messi ante la errática trayectoria de su equipo. "¿Presión? ¡No! ¡Al contrario!", dijo tranquilo el argentino. "Sólo tenemos ganas de volver y estar dentro de una cancha. Samu [Eto'o] es mayor que yo, tiene más experiencia y aún lo va a notar menos". El camerunés, que ayer marcó un gol en un partidillo de entrenamiento, avisó de que no se sentía salvador porque antes debían reconocerle sus méritos. Messi no le da tantas vueltas a las cosas. Es un hombre que desprecia olímpicamente la presión: debutar y jugar a lo grande (también este año) en el Bernabeu, irritar a Stamford Bridge o golear en el Miniestadi. Sólo se tensionó hace un año cuando se rompió ante el Chelsea y precipitó, con resultados nefastos, su recuperación para estar ante el Madrid. La decisión fue catastrófica: no llegó a tiempo ni de jugar en París la final de la Champions.

Dice ahora que ha aprendido de esa experiencia y que le ha ido bien este tiempo en Rosario, donde, además de recobrar un marcadísimo acento argentino, superó el engorro de las muletas ("llevarlas fue lo peor"), hizo lo que menos le gusta -correr- y tocó balón. No vio los partidos del Barça -"me pongo demasiado nervioso, reveló"- y se conformó con los resúmenes o el diferido. No se ha perdido poca cosa: casi la mitad (16) de los 35 partidos de este curso.

Messi se lesionó en noviembre ante el Zaragoza y, desde entonces, el Barça, líder en la Liga por un punto, ha perdido el Mundialito, dejado ir media Copa y sólo se le recuerda el partidazo ante el Werder Bremen. Con un bagaje de cinco goles -cuatro en la Liga y otro vital en Bremen-, Messi confía en estar a tope ante el Liverpool. Extraviado el gran Ronaldinho -está magullado desde la Copa y hoy se sabrá si juega en Pamplona- el Barça necesita a Messi como el aire. "Estoy muy feliz con su vuelta", reconoció Giuly, su relevo. También debe estarlo Saviola tras oír la frase que le dedicó Messi: "Me alegro por sus goles y ojalá se quede mucho tiempo con nosotros".