El cómic que se independizó
En sus casi dos siglos de vida, el cómic-novela ha vivido sobre todo en periódicos, revistas y publicaciones especializadas. Su evolución ha sido imparable, su éxito ha llegado a las librerías generalistas y su catálogo incluye desde Barbarella hasta Ciudad de cristal pasando por Maus y V de Vendetta.
La consolidación de un formato de edición necesita de un tiempo para presentar sus propuestas, perfilarlas y generar el poso que le da forma actual, que nunca definitiva. No es aventurado señalar el libro Histoire de M. Jabot, realizado por el escritor, ilustrador y pedagogo suizo Roland Töpffer en 1833, como origen remoto de la novela gráfica, pero el medio se consolidó a partir de finales del siglo XIX en las revistas periódicas (Europa) y la prensa diaria (Estados Unidos) y necesitó de unos años de aprendizaje para madurar formas y contenidos. Las primeras señales llegaron desde el continente europeo; la editorial francesa Le Terrain Vague asumió el creciente interés entre artístico y académico por la historieta, publicando desde 1964 diversos álbumes que respondían a una evidente inquietud experimental de forma y contenidos. Autores como Jean-Claude Forest (Barbarella), Druillet (Lone Sloane) o Guy Peelaert (Les aventures de Jodelle) plantearon obras atentas a las corrientes artísticas del momento, al tiempo que utilizaban géneros como la fantasía o la ciencia-ficción para ejercer una crítica entre social y política para un lector adulto.
Mientras una parte de la historieta europea iba asumiendo poco a poco tratamientos y asuntos que la acercaban al mundo real, Italia y Francia buscaron en la década de los setenta otras fórmulas de rentabilizar las series publicadas en revistas. La voluntad de crecer de autores como Hugo Pratt (Corto Maltés), Jacques Tardi (Ici Même, con Forest), Dieter Comés (Silencio) o Muñoz y Sampayo (Alack Sinner, El bar de Joe) encontraron respuesta; aquellas historietas de larga extensión y en blanco y negro, ajenas al estandarizado álbum de 48 o 64 páginas en color de personaje fijo y temática juvenil, fueron recopiladas en álbumes de grueso lomo para una lectura completa de propuestas cuyo ánimo y razón de ser estaban en los motivos e inquietudes vitales de sus criaturas.
La aportación norteamericana
Paralelamente a su periplo europeo, la formación y consolidación de la novela gráfica encontraba en Estados Unidos aportaciones definitivas. Curiosamente, fue el mercado alternativo del comix underground el primero en tomar la iniciativa, recopilando obras como Fritz the Cat, de Robert Crumb (Ballantine Books, 1969) o Binky Brown meets the Holy Virgen, obra de Justin Green (Last Gap, 1972). Al mismo tiempo, autores procedentes del comic-book o las tiras de prensa encontraron en la cómic-novela o novela gráfica un formato adecuado a sus inquietudes personales. Es el caso de Blackmark (1971), de Archie Goodwin y Gil Kane, una epopeya de aventuras ambientada en el género de la fantasía heroica; Bloodstar (1975), adaptación de una novela de Robert E. Howard, creador de Conan, realizada por Richard Corben, o Chandler: Red Tide (1976), de Jim Steranko, un experimento que integra texto y dibujo y un claro homenaje a la novela negra de Raymond Chandler y Dashiell Hammett.
La publicación en 1978 de Contrato con Dios, obra de un clásico de los cómics como Will Eisner (The Spirit, 1940), redescubre y redefine el concepto de novela gráfica como producto para adultos, hasta el punto de consolidar en Estados Unidos el formato con esta brillante reflexión social y semiautobiográfica. La aportación de Eisner ofrece nuevas expectativas para editoriales como Marvel y DC Comics, que en las década de los ochenta y los noventa editarán o bien directamente en formato libro o como recopilatorios de colecciones de comic-books, títulos tan significativos como Dreatstar y La muerte del Capitán Marvel (ambos de Jim Starlin) o Nick Furia: Agente de SHIELD (Stan Lee, Roy Thomas y Jim Steranko) por parte de Marvel, y Batman: The dark knight returns (Frank Miller), Watchmen (Alan Moore y Dave Gibbons) o V de Vendetta (Alan Moore y Dave Lloyd), por DC Comics.
La estela del trabajo de Will Eisner, sus preocupaciones formales y su concepción de la novela gráfica, fueron definitivas para la aparición de una nueva generación de autores definitivamente instalados en la obra de larga extensión destinada al público adulto. Los años noventa conceden categoría y entidad propia a las novelas gráficas con títulos como Maus, de Art Spiegelman; From hell, de Alan Moore y Eddie Campbell; Locas, de Jaime Hernández o Palomar, de Beto Hernández.
Contrato con Dios. Will Eisner. Norma Editorial.
El padre del nombre
CUANDO WILL Eisner publicó Contrato con Dios contaba ya con 61 años, y a pesar de haber estado cerca de dos lustros sin publicar cómics todavía era recordado e idolatrado por su creación más clásica: The Spirit. Eisner impulsó con esta obra no ya el formato actual de la novela gráfica sino su primera definición como tal, ya que fue el autor norteamericano quien bautizó a este formato de edición. Contrato con Dios recoge cuatro historias ambientas en un barrio neoyorquino durante los años treinta, historias protagonizadas por personajes reales, moradores en su mayoría de un mundo complejo, criaturas agónicas que luchan por la supervivencia, tratadas con un cariño especial por Eisner, que ejerce de testaferro de existencias desdichadas pero sumamente creíbles. Excelente conocedor de la técnica de los cómics, Eisner apuesta por una diagramación de página acorde al formato, incluyendo de una a cinco o más viñetas según la narración lo requiera, en ocasiones sin recuadrar y compensando con inteligencia texto, bocadillos y dibujo. Contrato con Dios debiera ser lectura obligada para, sencillamente, cualquier amante de la lectura. A. G.
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