_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Triste mercado

Los pacíficos habitantes de Alcorcón se quejan de que los medios sean buitres carroñeros que demandan la carnaza de la brutalidad de los jóvenes camorristas, alentándolos, y lamentan además que se cuente mal lo que pasa. Razón no les falta: a pesar de que Alcorcón tampoco vivió tranquilo este fin de semana, uno era el Alcorcón que reflejaba el sábado la crónica informativa del Telediario de las nueve, y otro, algo distinto, el que intentaba describir un programa sensacionalista de otra televisión en el que los jóvenes se debatían en directo entre el rechazo a la tele y su querencia por ella. Desde la agitada respiración del reportero, queriendo dar idea de una situación convulsa que no acababa de darse, intentando que la chiquillada apareciera más violenta de lo que parecía, hasta la llamada del presentador a unas vecinas que no acababan de ver desde su ventana lo que el presentador quería que vieran, el programa parecía un espacio de agitación para que Alcorcón volviera a ser aquella noche lo que se esperaba de Alcorcón en algunas teles.

Hay pueblos, ciudades y autonomías que emplean mucho dinero y esfuerzos en operaciones de mercadotecnia para darse a conocer, sin demasiados logros, y otros que, sin quererlo, terminan como Alcorcón en las primeras páginas de los periódicos, en las tertulias de radio y en muchos programas de televisión, inmundos o no, por iniciativas de otros, si no ajenas al menos indeseadas. Algunos pueblos se quejan de no aparecer nunca en los medios de comunicación, con lo cual sus habitantes deben llegar a dudar de que existan, y otros salen a su pesar, pero no con las imágenes que hubieran sido de su gusto, lo que termina haciéndoles creer que los medios se han equivocado de pueblo. No creo que sea esto lo que ha llevado a la Comunidad de Madrid a invertir millones de euros del erario público, por procedimientos de urgencia y con pocos miramientos, en encargos publicitarios a una empresa en la que por casualidad trabaja una de las personas de más confianza del ex presidente Aznar. Pero sí es lo que le ha pasado a Alcorcón, a propósito de las reyertas juveniles, y lo que le ha ocurrido a los municipios de Telde o Mogán, en Gran Canaria, que han venido a ser conocidos por la corrupción cuando lo deseable para sus gentes es que hubieran sido conocidos antes y por otros encantos. Y quizá los medios hayan pecado de reduccionistas y simplificadores en el caso de Alcorcón, y hayan puesto más focos en la expresión xenófoba de la violencia, allí donde la hubiere, que en otros aspectos de lo que por complejo resulta más difícil de narrar. Nos hemos acostumbrado a un periodismo que confunde la síntesis con la ramplonería y que origina por eso más confusión que claridad. Y es evidente que si en estas revueltas la xenofobia no lo es todo, sí tiene su parte, y que si la inmigración, con sus lógicos problemas de integración, no es lo único que causa una situación como ésta, tampoco eso es ajeno a lo que pasa. También está claro que el cuadro caótico que presentan estos sucesos revela un problema de integración de los jóvenes españoles, ya procedan de Almería o Albacete, por ejemplo, que es de donde han venido los padres de muchos de esos nuevos "nacionalistas" de aldea que proclaman su propósito de defender Alcorcón "hasta la muerte".

Pero si los tranquilos ciudadanos no están contentos con los medios, tampoco parecen estarlo los protagonistas de las quedadas, que si bien creen ser algo, no por otra cosa que porque ya han conseguido estar en los medios, no se reconocen en la imagen que de ellos se proyecta. Hay serias dudas de que sepan quiénes son y por qué hacen lo que hacen, aunque los expertos sí lo sepan o crean saberlo, pero parece que se ven y no se gustan.

Pero si los medios, por lo general, no han estado ahora a la altura de las circunstancias, y forman parte sustancial del problema, hay que exigir que las autoridades sí lo estén y que la carencia de pedagogía en la vida pública no la arregle la Comunidad de Madrid con una cuantiosa campaña publicitaria que favorezca el bolsillo de algunos de sus próximos, como ha hecho ahora, en detrimento de políticas sociales que tienen mucho que ver con este triste mercado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_