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LÍNEA DE FONDO | Fútbol | 20ª jornada de Liga
Columna
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Segunda vuelta

Dicen los cronistas que el Bar-ça se tambalea. Que no tiene ningún hueso roto, pero que acusa cualquier golpe, por ligero que sea, como un boxeador filtrado se traga un gancho al mentón: siente el fogonazo, se queda sin piernas y experimenta una oscura sensación de pérdida para la que no hay remedio en la esquina ni en la memoria.

Analizado con imparcialidad, su comportamiento es irreprochable. Se viste para matar, se agarra a la cancha como un desesperado y busca el cuerpo a cuerpo: en vez de reconocer su debilidad, da un paso adelante. De pronto, pierde por un gol y sigue el protocolo de los campeones heridos: se hincha, resopla, escupe los dientes, levanta los puños y trata de alcanzar la borrosa figura del adversario sin tiempo para preguntarse por qué ahora, de la noche a la mañana, lo probable se ha transformado en imposible. Pero ataca por dos razones: porque no sabe hacer otra cosa y porque aún no ha aprendido a caer.

En el banquillo, Frank Rijkaard aprovecha sus ventajas de hombre ensimismado para analizar cada una de las fases en la vida del futbolista, se dice que el cansancio de los equipos es tan misterioso como la fatiga de los metales y sufre la depresión a su manera: descubre repentinamente que sus mensajes no surten el efecto acostumbrado en los chicos. Aunque unos toman nota como alumnos y otros asienten como autómatas, todos vuelven al campo con la expresión vacía de quien no ha conseguido entender nada. Su comportamiento no admite una explicación sencilla porque, en realidad, él se limita a transmitirles las consignas habituales: que mantengan las líneas apretadas, que el balón no deje de correr, que el compañero al mando disponga siempre de varias opciones, que nadie se escabulla en el trabajo de mantenimiento y que nunca olviden el principio más viejo y más certero: con la suma de esfuerzos se consigue lo que está fuera del alcance de un solo jugador.

Ni siquiera Ronaldinho conoce el remedio. A él, que tan bien se entiende con la pelota, le ha comido la lengua el gato. ¿Qué se puede hacer para recuperarlo? Por lo que sabemos, lo mismo que con la Luna: esperar a que vuelva a salir. En su condición de ejemplar único, no admite reglas, así que en vez de darle consejos hay que darle cariño y, si es posible, mentirle un poco. Decirle, por ejemplo, que los santos vendrán a verlo, que encontrará soluciones nuevas al viejo problema del gol y que está autorizado a seguir administrando su propio repertorio con la libertad que sólo puede permitirse a quienes, como él, han encontrado la llave de la jaula.

O, mejor aún, quizá debamos resignarnos al agnosticismo y reconocer con Ángel Cappa que el fútbol es una joda y que ni el silencio de Ronaldinho, ni sus chilenas ni el síncope del Barça tienen explicación.

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