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Columna
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Madre a los 70

Tener un hijo no es fácil en los tiempos que corren. Todo son inconvenientes, que si el trabajo, que si el piso, que si la pareja. Nos hemos vuelto muy exquisitos, antes aunque no se tuviera para comer una mujer traía al mundo como mínimo tres hijos, uno detrás de otro, antes de que los enormes blusones y los petos de don Pin-Pon que se llevaban entonces pasaran de moda. Eso era algo que era así, un pacto con la naturaleza tipo la Santa Alianza, más fuerte que cualquier cosa. Hablando de la vestimenta de las embarazadas, la barriga no se debía notar y para que no se notara existía la horrible ropa premamá que la hacía más voluminosa y ostentosa todavía y que hundía a la futura madre en la miseria erótica para los restos. Después de contemplarse y contemplarla con aquellas sayas, su imagen quedaba estigmatizada como madre de por vida. Todo lo contrario que ahora, en que no sólo se marca la tripa con prendas ajustadas, sino que se exhibe el color sonrosado del ombligo orgullosa y alegremente. Y quizá en este sentido habría que hacerle justicia al pionero desnudo de Demi Moore en estado de buena esperanza (como se decía antes) que desterró la idea de que mujer embarazada, mujer invisible. Ahora su invisibilidad tiene un origen diferente, es fruto de su escasa existencia con una repercusión social que parece que preocupa a los políticos, mientras que a nosotras nos da igual, y que la mujer inmigrante está paliando, de momento, hasta que se canse.

De hecho, si lo pienso, hace un siglo que no he tenido que cederle el asiento en el metro a ninguna embarazada. Y es que su presencia se ha convertido casi en una rareza. En el parque que hay junto a mi casa, por ejemplo, se ve algún que otro cochecito, pero nada como antaño en que ese espacio era de las niñeras y los retoños que cuidaban. Ahora las niñeras han tenido que reciclarse como acompañantes de ancianos, que es lo que más abunda. Por cierto, ¡vaya cochecitos!, qué ruedas, qué amortiguadores, qué capazos, qué capotas, y luego nos quejamos de que los hijos no quieran salir de casa, lo raro es que hayan querido salir del cochecito. Cuando llueve o hace frío se les blinda con una cubierta transparente tras la que observan a los que pasamos arriba y abajo con auténtica pena. Puede que cuando el increíble Pepe Isbert se encaprichó del cochecito de paralítico en la película de Marco Ferreri, con el genial guión de Rafael Azcona, fuese una manera de volver a la infancia.

En este contexto en que el deseo de ser madre empieza a no encajar con la edad biológica establecida para serlo, a una gaditana de 67 años le da por tener gemelos, superando así a la profesora rumana que a los 66 engendró una hija y ambas seguidas de cerca por otra inglesa de 63, y puede que haya más, no lo sé. El caso es que algo está cambiando, y está cambiando en medio de la incomprensión, el recelo y la sorna. En un mundo en que el modelo de familia ha incorporado modificaciones antes insospechadas como el matrimonio homosexual, en que los avances genéticos y médicos nos han revolucionado la vida, a estas mujeres se les viene a llamar viejas caprichosas. Cuando puestos así, traer un hijo al mundo siempre tiene algo de capricho. A mí me parece que le han echado muchas narices al asunto, soportando un rechazo social burlón y lleno de moralina. No hay nada más que leer las opiniones en contra en que se suelen mezclar las advertencias sobre un riesgo médico, que en todo caso ellas tendrán que asumir (y cuyo tratamiento, como todo lo que se hace necesario, tenderá a mejorar), y su condición de viejas, abuelas y demás lindezas.

El auténtico prejuicio es su edad y el que sus hijos no tengan mamás jóvenes y que se les vayan a morir antes de que cumplan los 20. Consideración jamás contemplada para los millones de hombres que deciden ser padres a los 70, 75 y más. ¿O es que ellos van a vivir 200 años? ¿O es que una madre joven no puede dejar huérfano a su hijo? Pero detrás de esto el auténtico temor estriba en que la mujer se está atreviendo a romper la sagrada frontera de la maternidad y se está tomando la libertad de engendrar cuando le dé la gana. Y ya sabemos que cuando la mujer pretende tomar las riendas y agrandar su terreno de libertad se tiende a ridiculizarla y humillarla, que es la manera más cómoda de debilitarla y arrinconarla.

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