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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Sin cobertura

Marcos Ordóñez

En otras circunstancias les aseguro que no escribiría ni dos líneas acerca de Mòbil. Si fuera una primera obra o se hubiera estrenado en una sala modesta (léase alternativa) la echaría tan panchamente al olvido, les hablaría de cualquier otra función y aquí paz y después gloria. Mi médico me dice que siempre se escribe mejor desde el placer que desde el hastío, pero en este caso se trata, doctor, de un hastío escandalizado, porque resulta que Mòbil la ha escrito Sergi Belbel, la ha dirigido Lluís Pasqual y se ha presentado en el Lliure, paradigma del "teatro de calidad" y, además, público, que quiere decir pagado por todos. Mi médico me dice que me tomo las cosas demasiado a la tremenda, que estos berrinches no son buenos para mi tensión, y que no hay para tanto, que él también ha visto Mòbil y que le parece una menudencia simpática. Yo le digo que para ver menudencias simpáticas me quedo en casa y pongo la tele, y que, como todo hijo de vecino, mis mosqueos suelen funcionar por acumulación. Como mi médico no va mucho al teatro, le señalo que, de diez años a esta parte, mientras Belbel se afianzaba como un director cada vez más capacitado para conectar limpiamente con el público (Muelle Oeste, Sábado, domingo y lunes, Primera plana, El método Grönholm, Las falsas confidencias, entre otras perlas), su carrera como dramaturgo empezó a deslizarse por la pendiente de la banalidad maquillada de diagnóstico, sección Grandes Temas, pero gozando, eso sí, de los mejores escaparates. Estoy altito de máxima, pero sigo: dudo mucho que cualquier otro autor hubiera podido estrenar en el Nacional un melodrama tan tremebundo como Forasters, o que el Lliure de mi modernísimo amigo Àlex Rigola le abriera sus puertas, de llevar otra firma, a un vodevil tan trivial y mal armado como Mòbil. Lo que se vende aquí, galeno querido, es el nombre de Belbel y, desde luego, el "retorno" de Pasqual al Lliure, durante años contemplado, anhelado y acariciado como si se tratara del Segundo Advenimiento, olvidando que sus montajes "del exilio" no fueron precisamente distinguidos. De hecho, la primera fase de ese retorno a casa tuvo lugar el pasado verano y no fue para echar cohetes: un Hamlet con más altibajos que el Dragón Khan y una Tempestad reducida a bromazo chiripitifláutico. Aquel programa doble se autopublicitó como "una reflexión sobre la lucha armada y el fin de la violencia", que ya es imaginar, pero ¿cuál es el móvil de Mòbil? A juzgar por el dossier de prensa, Lluís Pasqual llevaba su buen tiempo esperando como agua de mayo "ese texto contemporáneo que hable de nosotros y de nuestras cosas en el intento metafórico de reflejar nuestras vidas". Puede que Mòbil sea para Pasqual "uno de esos textos", pero desde luego no me siento ni de lejos incluido en lo de "nuestras vidas". Los protagonistas de la comedia son tres mujeres/cliché, degradadas por los peores tintes de la histeria y el tópico: un ama de casa pelmaza y abandonada (Maife Gil), una hija de perfil mental más bien bajo (Marta Marco) que sigue sus pasos y una alta ejecutiva modelo Cruella de Vil pasada por un culebrón venezolano (Rosa Novell). Para compensar las posibles acusaciones de misoginia rampante se adjunta un mocetón (Carles Francino), hijo de doña Cruella, bobo pero musculoso. Los conflictos no son la repanocha: la hija quiere cantarle las cuarenta a su padre ausente, la ejecutiva no gana para orfidales y sojuzga al chico pero en realidad le quiere, y el chico pretende vivir su vida, faltaría más. Hay un atentado en un aeropuerto, pero uno diría que sólo sirve para que a) el ama de casa pelmaza y abandonada nos cuente que se ha encontrado en la pista la piernecita de una niña (monólogo truculento recibido con risas por el respetable) y, lo más importante, b) para que mute en la respuesta catalana a Shirley Valentine y se ligue al musculoso mocetón en la escena más marciana de la temporada, cuyo mensaje podría ser que no hay nada como un buen polvo para olvidar por igual las neuras otoñales y las molestias del terrorismo. Hay comedias recientes, y no hace falta dar nombres, que juegan igualmente con la inverosimilitud y el desafuero, pero que convencen, divierten y emocionan porque no "buscan" diagnósticos de manual sino que los encuentran en la verdad humana y porque trabajan "desde el interior" del texto, línea a línea.

A propósito de Mòbil, dirigida por Lluís Pasqual en el Teatro Lliure

Si Mòbil me aburre a morir es, esencialmente, porque su escritura es plana, previsible y aluvionesca, sin separar el grano de la paja y con un taco cada tres palabras. Sin tensión dramática en los conflictos, reducidos a caricatura, ni en unos parlamentos unidireccionales y cuajados de lugares comunes, sin nervio ni sorpresa. Como con esos mimbres no hay quien trence una cesta mínimamente plausible, Pasqual recurre a todas las variantes de la exasperación farsesca: aquí os movéis en círculos, aquí montamos una coreografía paródica de artes marciales, aquí te diriges a tu padre como si fueras Rosa en la final de Operación Triunfo, aquí le dices lo mismo a doña Cruella pero marcándote un rap, y aquí y allá y acullá forzáis la voz y los manotazos hasta el límite. Marta Marco y Rosa Novell salvan el honor en un esfuerzo titánico y tienen momentos divertidos, pero no sólo han de luchar contra sus parlamentos sino también contra un competidor inusual: un pantallazo literalmente cegador (7.860 leds o puntos de luz a toda mecha) que les convierte definitivamente en siluetas y motiva la recomendación de que acudan ustedes al Lliure provistos de gafas de sol. Como quien va a ver un eclipse, para apurar la metáfora. Por el panelón desfilan los consabidos letreritos ("Insert Coin", "Game Over"), los rostros ampliados, las escenas fuera de campo, y al final un globo terráqueo que salta en pedazos, no fuera a ser que nos olvidáramos de la radiografía contemporánea. ¿Es necesario? Diría que no, salvo para vender el proyecto y vestir al desnudo, aunque, ya puestos, un mecenazgo de la Clínica Barraquer hubiera ahorrado bastantes caudales públicos.

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