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Crónica:DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Crónica
Texto informativo con interpretación

No estamos tan locos

El prestigio de la muerte

Los conjurados de ETA alardean en cuanto les es posible de su firme voluntad de entregar hasta la última gota de sangre por la liberación de su pueblo (uno de los más prósperos del mundo, por cierto), y mientras tanto se entretienen matando a ciudadanos ajenos en todo a esa conjura de necios. Ayatolás de sí mismos, todavía no se conoce ni un solo caso de etarra voluntariamente inmolado en el ejercicio normal de sus funciones, se ve que debido (al contrario de lo que ocurre con otras religiones todavía más aparatosas) a un cierto componente pusilánime en la ferocidad del ofrecimiento a los dioses que lleva a la pretensión de gozar del paraíso en esta vida. Iba a añadir que las casualidades las carga el diablo. Las carga ETA, o lo que sea, cuando en Barajas sepultan a dos nuevos ciudadanos españoles de origen ecuatoriano. Tan lejos -asfixiados por la hecatombe de hormigón armado- de todos los colores del verde de la remota patria vasca.

Si por un desacuerdo grave con la comunidad de vecinos hago estallar las conducciones de gas, lo más previsible es que ocasione un desastre, que lo pague, que de nada valgan las protestas de que no pretendía dañar a nadie

Y el desprestigio

Por otra parte, que viene a ser la misma. Como ETA se encuentra en temporada de rebajas, afirma en un comunicado que lamenta los "daños colaterales" del bombazo madrileño, en lenguaje gubernamental tomado probablemente de Bush Bis. Se trata de sugerir que no pretendían matar a nadie, que sólo querían desearnos un buen año. Lo que se demuestra así es que la banda tiene explosivos y que puede utilizarlos cuando quiera. Pero ¿por qué en la terminal de Barajas? Puestos a hacer demostraciones en prácticas, podrían haber explosionado mil kilos de lo que sea en un páramo deshabitado como aviso de lo que son capaces de hacer si les sale de su militancia. Una bomba en el aparcamiento de un aeropuerto mata casi con toda seguridad. Y aún tienen la suerte del asesino indiscriminado cuando entre las víctimas no figura por casualidad el bebé de un abertzale dejado durante unos minutos en el interior de uno de los vehículos allí aparcados.

En el Estado

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El Estado, cualquiera, viene a ser como ese tipo malencarado y algo obeso al que los liberales de boquilla aconsejan una severa cura de adelgazamiento, así que nada de impuestos, ni de cargas sociales ni de nada. Lástima que sean esos mismos liberales de pacotilla los que exigen, por lo general en un tono airado, la intervención estatal en cuanto unos cientos de miles de personas invierten en la dudosa rentabilidad de una colección de sellos y se sienten estafados por su propia estafa, o cuando una compañía etérea deja a los pasajeros sin vuelo y sin comida, avinagrados en los pasillos del aeropuerto con sus sueños de navidades rotos. Ahí sí, el Gobierno, sobre todo si se apellida socialista, debe intervenir, resarcir, reconvertir, reconvenir. Todo a cargo de ese contribuyente que el liberal de raza querría ignorar. ¿O es que los 40 o 50 millones que va a costarnos lo de Barajas los va a pagar Libertad Digital?

Godard, 'encore'

Godard hace una especie de revisitación cinéfila que se llama Historia(s) del cine. Ay, esa cutre ese entre paréntesis, que más que pluralizar, singulariza. Este cineasta de gran talento literario saltó a la fama a partir de un pobre, intenso remake del cine negro americano: Al final de la escapada. El mérito de la peli es que lanzó a un joven Jean Paul Belmondo y a una inescrutable Jean Seberg que después haría, muy propiamente, de Juana de Arco. Jean Luc Godard, a quien tanto amamos en su tiempo, dinamitó el cine de los 60 atentando contra la gramática del relato, y lo que queda son los trazos de un talento inacabado, un tanto a la manera de Andy Warhol. Si la fotografía era la verdad, el cine sería la verdad a 24 imágenes por segundo. El error de ser pictórico donde prima el movimiento. Un tedioso error donde sólo cabe aplaudir la perseverancia antropológica.

Una granizada de entusiasmo

Ahora que triunfan las musiquillas quizás conviene recordar que se cumplen 40 años de la muerte de Trane y que todavía resulta inabarcable su versión de My Favorite Things. Un Coltrane en estado de gracia jugaba a la melodía con su saxo soprano acompañado del tranquilo piano de McCoy Tyner, y entre los dos conseguían algo tan místico como la inmovilidad del tiempo. Una vez, en una actuación en directo, le pidieron a Charlie Parker que se atreviera con Oh, dulces navidades, y lo hizo como si se enfrentara a una suite de Bach. Coltrane murió de su propia muerte a los 40 años, de los que ahora se cumplen otros 40. Desde entonces no ha tocado nada, que se sepa, enredado todavía en enredar hasta el paroxismo inmóvil una melodía que es pieza mayor del arte de los siglos más recientes.

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