Una puerta abierta al desierto
La carrera cruza, tras meses de diplomacia, el muro que separa a Marruecos del Polisario
Son las siete de la mañana, y Ettiene Lavigne, director del Dakar, sobrevuela en helicóptero el desierto de Smara, en la frontera entre Marruecos y Mauritania. Una hora más tarde el aparato se posa en el muro: una suave elevación en el terreno lograda con unas cuantas paladas de bulldozer que separa el territorio controlado por el Ejército marroquí del Frente Polisario.
Cinco minutos más tarde aparece el primer piloto de motos: Marc Coma, el líder. Seguidamente Isidre Esteve, quien le sigue en la general a 12 minutos. Tras recibir el sello de un miembro de la organización en sus respectivas cartas de control y posar para la foto con dos militares del costado marroquí, cruzan el paso abierto sin problema alguno.
El camino sólo se abre, salvo contadas excepciones, al paso del 'raid' más famoso
Apercibidos por la organización, la zona donde se ubica el control de paso obligatorio es vigilada por un batallón de cascos azules de Naciones Unidas. El muro no se abre nunca, pero cuando el tropel de corredores llega cada año a este punto, las autoridades de los países limítrofes hacen una excepción. La puerta sólo se abre, salvo contadísimas excepciones, al paso del Dakar.
Ni Maxim, mayor del Ejército ruso, ni tampoco Olivier Vivot, soldado francés, ni el chino Ding Hao, todos ellos destinados en la base de Smara, quieren perderse el cruce de los coches, motos y camiones de carreras. Puede que el próximo año la carrera no cruce por allí, o que el gobierno francés lo desaconseje por falta de seguridad. En Mauritania habita el Polisario, el grupo de liberación del Sáhara Occidental que, repetidas veces, ha amenazado con atentar al paso del raid más famoso del mundo. "Esto está casi siempre muy calmado", afirma Maxim. Vivot le interrumpe: "Aquí hay nueve bases de Naciones Unidas: cinco en Marruecos y cuatro con los saharauis".
San Pedro celebra la llegada del Dakar a Mauritania y obsequia a todos sus participantes con un contundente chubasco que deja perdidos a los motociclistas. El primer coche, un Volkswagen Touareg con el dorsal invisible tras una espesa capa de tierra, llega sobre las nueve. Es Carlos Sainz. "Que tenga que venir a África para encontrarme con este barrizal...", ironiza el madrileño, primero en la general.
"El muro se ha abierto esta mañana a las 5.30 y se cerrará una vez pase el último participante". La afirmación es de Lavigne, quien, de repente, se cruza en el camino de un todoterreno negro que ya enfila el paso sin identificación alguna. Otra vez será. "¡Éste no!", grita el francés, jaleando a los militares para que tomen cartas en el asunto. "Que el Dakar pueda cruzar por aquí es una labor diplomática que se lleva a cabo durante meses. Viajamos a Mauritania y Marruecos y les planteamos nuestras propuestas. Como nos conocen de todos los años, cada vez es más fácil", conviene el director de la prueba.
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