El dividendo escocés
El próximo 1 de mayo la unión entre Escocia e Inglaterra cumplirá 300 años. Dos días después, en las elecciones escocesas, puede ser cuestionada, si, como indican las encuestas, el Partido Nacional Escocés (SNP) se convierte por vez primera en el más votado, aunque con el sistema proporcional le sea difícil lograr una mayoría absoluta de escaños. Se ha comprometido, si gana, a convocar en 100 días un referéndum sobre la independencia.
Ese escenario puede dificultar la sucesión unas semanas después al frente del Gobierno británico y del Partido Laborista de Tony Blair por Gordon Brown, escocés, presbiteriano y puritano. Brown puede perder después frente a los conservadores. En todo caso, se abre la perspectiva de que no gobierne el mismo partido en Londres y en Edimburgo por primera vez desde que en 1998 cuando, a insistencia de Blair, se otorgó la autonomía a Escocia (y Gales), justamente para frenar el crecimiento del nacionalismo y el independentismo (aún van juntos) escocés. Inglaterra no la quiso para sí, lo que hace que en este sistema asimétrico, en Westminster los parlamentarios escoceses puedan legislar sobre la educación inglesa, pero los ingleses no sobre la escocesa.
Antes de la devolution, existían ya diferencias institucionales, entre otras, sistemas judiciales diferentes. Con la autonomía, Escocia tiene libertad de gasto sobre Educación y Sanidad, pero no legisla sobre sus ingresos. Y así en Escocia, en comparación con la carestía de las matriculas en Inglaterra, las Universidades son gratuitas (y se han llenado de ingleses y muchos otros europeos), como lo es la atención a los mayores, o la avanzada política de vivienda social (que ahora quiere copiar Francia). En unos años, Escocia ha pasado de recibir 6.000 a 16.500 millones de euros de la caja común británica. Es lo que se llama el "dividendo de la Unión". Significa que con la autonomía, Escocia ha aumentado su dependencia del conjunto del Estado, pero este aumento no se ha visto reflejado en un mayor éxito económico. Más bien lo contrario. Escocia se ha quedado por detrás.
El SNP es un partido nacionalista de izquierdas. Éste es un nacionalismo aún mal definido, de los más pobres, que creen que les bastarían los ingresos del petróleo y gas -con los precios al alza- del mar del Norte, que consideran suyos en un 90%. Proponen, siguiendo el ejemplo de Noruega, crear un fondo de inversión nacional de unos 135.000 millones de euros para cuando se acaben el maná, y con el resto ir financiando lo que sería un Estado independiente.
En este pulso no está en juego el término "nación", que se usa sin problemas entre ingleses, escoceses y galeses (e irlandeses). De hecho donde más se han enfrentado estas naciones en los tiempos recientes ha sido en los estadios deportivos con sus selecciones nacionales. El problema puede llegar ahora al pasar del deporte a la política, sentido contrario al que se da en España donde de la política se va pasando al deporte.
La independencia no es fácil. Incluso si ganan en mayo, los nacionalistas no tienen garantizada una victoria en un eventual referéndum sobre una independencia en la que el Reino Unido perdería cinco millones de habitantes, es decir, menos del 10% de su población o la base de los submarinos con misiles nucleares Trident, que Blair se ha comprometido a modernizar en contra del criterio del SNP. Paradójicamente, el obstáculo mayor a la independencia de Escocia es la pertenencia del Reino Unido a la UE. Separarse es más fácil antes de entrar (como checos y eslovacos, o eslovenos) que como resultado de una división de un Estado miembro que requeriría la aceptación por unanimidad de todos. Pero nada es imposible es una Europa que se está llenado de Estados-nación pequeños.
A la vez que parece volver a aumentar el nacionalismo escocés, está creciendo el inglés con una característica: el hartazgo por los escoceses. Michael Fryun un conservador tornado al independentismo señalaba en la revista Prospect como la independencia de Escocia sería también buena para Inglaterra. Y mientras, también allí se hacen preguntas como la de qué significa ser británicos. aortega@elpais.es
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