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Reportaje:VIAJE DE AUTOR

Entre el cielo y la tierra

Por el noroeste de Escocia hasta el castillo de Eilean Donan

Ya no se escucha la radio. Sólo interferencias que serpentean junto a la estrechísima carretera que bordea las colinas. A veces recuperamos una voz, una melodía. Pero enseguida se convierte en ese zumbido que hace fruncir el ceño y entrecerrar los ojos. No hay nadie más en la carretera, pocos tendrán ganas de aventurarse hacia el oeste cuando ya está por caer la tarde. Algunas ovejas esponjosas a la vera del camino, como trozos de algodón olvidados en el verde imposible de estos campos. En el mapa, el castillo parecía más cerca... El mapa. Nada decía de este verde exagerado que ilumina el camino. Nada decía del silencio que se cuela en el coche a través de las ventanillas apenas abiertas. Hoy, el día no está gris. Algunos jirones de nubes pueblan el inmenso cielo escocés, un cielo que abraza estas praderas de un verde eléctrico. Apagamos la radio.

Ya no recordamos cuándo salimos de la carretera que bordea el lago Ness, a la altura de Invergarry, y, animados por la claridad de la tarde y por esta luz esperanzadora, giramos a la derecha, siguiendo la A-87 en dirección a Kyle of Lochalsh, el punto donde se frena el coche, se baja y se mira a través del agua hacia la isla de Skye. Debe haber sido hace una hora. Hace una hora que dejamos de oír bien la radio. Hace una hora, entonces, que nuestro espejo retrovisor derecho peligra cuando se cruza con el ocasional coche de alquiler en esta carretera de carril y medio. El viento de finales de abril es frío, pero no es un día gris, y no nos atrevemos a pedir nada más porque ya nos sentimos agradecidos por esta luz que recorre el valle. Podríamos cerrar las ventanas, para no tener que echarnos por encima todo el abrigo que tenemos, pero entonces dejarían de entrar el silencio y el olor a hierba, y ya nos hemos acostumbrado a su compañía, no queremos renunciar a ellos.

La línea verde del mapa

A veces, un pueblo, dos casas, un modesto lago con un nombre impronunciable, un puente de piedra, un perro pastor con la mirada perdida, una oveja colgada de una ladera. El graznido de un cuervo se lleva la paz consigo. No lo decimos, pero el camino se nos está haciendo eterno y no queremos que nos sorprenda la noche en la A-87. ¿Qué dice el mapa? El mapa no dice nada. En el mapa, la A-87 es una línea verde, bastante gruesa y poco sinuosa que recorre la orilla del lago Duich, antes de cruzar por arte de magia Skye y perderse al norte de la isla.

Entonces vemos el cartel que indica las millas que quedan por recorrer hasta llegar al castillo, y la anticipación borra la impaciencia. Claro que hemos visto postales, es uno de los castillos más fotografiados del país, intacto, majestuoso, algo sombrío, pero ya se sabe que las postales, las fotografías, tienen sus limitaciones. Nuestra imagen mental del castillo de Eilean Donan tiene movimiento, olor a hierba, música. Eilean Donan habla por sus poros de piedra, cuenta historias, se deja acunar por el lago. El atardecer reparte sombras sobre las colinas, se van dibujando las siluetas de este paraje recostado a la vera de la A-87. Estará acostumbrado a dejar sin habla a todo el que se adentra en sus dominios; ya sabrá que nadie se arrepiente de haber conducido durante horas hasta sus puertas. Pero no parece ser un castillo arrogante; al contrario, parece retener la humildad después de años y años de figurar en las guías turísticas como una de las mayores atracciones del país. Estacionamos en un espacio terroso que hace las veces de aparcamiento y nos dirigimos hacia el puente de piedra que se eleva sobre el lago reflectante, las piernas acalambradas después de tanto tiempo en el coche, los pulmones llenos de un aire que no llega a ser frío y que lleva consigo aromas confusos de agua estancada y musgo. Sobre el puente hay un coche antiguo que parece haber sido añadido al cuadro, como un retoque innecesario hecho por ordenador. Unas cintas sedosas recorren los costados del automóvil y terminan anudadas en la parte posterior, sosteniendo un cartelito donde figuran los nombres de una pareja de recién casados. No se escucha nada más que el chapoteo de un pato en el agua que se empantana, perezosa, bajo el puente. Es cierto que hemos visto castillos más hermosos, más imponentes, mejor conservados, más luminosos... ¿Pero cuántos castillos viven inmersos en un espacio donde cielo y tierra se entrelazan y todo movimiento aparece reflejado en la superficie del agua?

Los novios del castillo

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Oímos unas voces cercanas: parecen venir de lo alto del castillo y hacia allí dirigimos la mirada. Asomada a la ventana, una figura blanca, vaporosa, señala el horizonte anaranjado. Nos sentimos como si hubiéramos sido engullidos por un cuento de hadas, donde princesas cubiertas de tules esperan en castillos flotantes a sus príncipes heroicos. Tras la figura blanca aparece otra, vestida de oscuro, que mira en la dirección hacia donde apunta la mano, lejos, donde el día va desapareciendo. "Good evening", dice una voz enérgica, sacándonos del embeleso. Ante nosotros sonríe un fotógrafo, cámara en mano. "May I?", dice con timidez, aproximándose a nosotros y señalando hacia la ventana. Sonreímos, disculpándonos por haber ocupado su hueco sobre el islote; alzamos la voz para felicitar a los novios, que nos lo agradecen con una sonrisa y un leve movimiento de cabeza, antes de fundirse en un beso para la cámara, que ilumina la creciente penumbra con sus flases. Nos alejamos, preguntándonos de dónde vendrán la pareja y su fotógrafo: ¿de un pueblo cercano? ¿De la isla de Skye? ¿O habrán viajado durante interminables horas a bordo de su anacrónico coche, el vestido blanco enredado en el asiento trasero? El cielo tornasolado se va oscureciendo, retazos de nubes se encogen y se estiran, como si también ellos hubieran viajado durante horas. No queremos irnos. No queremos arrancarnos de esta hierba y de estas paredes aunque se nos venga la noche encima; remoloneamos, las manos en los bolsillos. Antes de subirnos nuevamente al coche, miramos por última vez hacia el castillo en sombras. Ya no se escucha chapotear al solitario pato, y el aire se ha vuelto agresivamente frío. A través de la ventana vemos una figura blanca que flota sobre el puente.

Recordamos haber visto algún que otro bed & breakfast en el camino. ¿Fue antes o después de aquella curva? ¿Antes o después de aquel rebaño que alfombraba la mitad de una colina como un manto de nieve equivocado? Resolvemos no intentar hacer cálculos imposibles. Ya aparecerán. Esperamos en silencio que el cartel a la entrada de alguno de ellos nos reciba con el letrero de vacancies en verde.

No es el primero, sino el segundo, el que nos invita a aparcar junto a la cancela. Parados sobre el felpudo que dice welcome, tocamos a la puerta, de la que cuelga un ramito de violetas perfumadas. Nos abre una señora con un delantal, y nos regala una sonrisa que basta para iluminar toda la A-87 en una noche de tormenta. Una vez hemos dejado nuestros bolsos en las habitaciones de techos inclinados y colchas floreadas, bajamos al salón, donde la señora sonriente está sentada leyendo junto a un hombre que toma notas. A sus pies, un gato lustroso nos observa con desconfianza.

Paciencia escocesa

La señora Ferguson nos presenta a su marido, que se levanta a estrechar nuestras manos; su sonrisa es casi tan hechizante como la de ella. Nos invitan a sentarnos con ellos, la señora Ferguson sirve té con una bandeja de shortbread (galletas escocesas), esas que vienen cortadas en forma de abanico. Nos pregunta sobre nuestro viaje. Nos escucha con paciencia, asintiendo de vez en cuando. ¿Cuántos huéspedes embelesados habrá recibido durante su vida la señora Ferguson? ¿Cuántas veces habrá oído las mismas historias y los mismos intentos de describir un color verde indescriptible? El señor Ferguson nos pregunta de dónde somos justo cuando alarga el brazo para coger la revista que yace abierta sobre el regazo de su esposa, justo cuando vemos el mapa de la isla de Gran Canaria impreso en la página. "De ahí", le respondemos, señalando el mapa lleno de nombres y símbolos que representan aeropuertos, picos, puertos, playas, faros... El señor Ferguson se quita las gafas y nos dice que estas cosas no pasan por casualidad, que en algún lado tenía que estar escrito, que han recibido españoles en su casa, "muchos times", añade, pero nunca de Canarias; hay otros b&b en la carretera, ¿por qué decidimos pararnos en ése, en vez de seguir hasta Invergarry? Hace un gesto como para demostrar que es obvio, que no hay otra manera de entenderlo. Nosotros estamos sentados en el salón de su casa, revolviendo el té con su cucharilla y comiendo sus galletas, porque el destino lo quiso así, "everything happens for a reason" (todo sucede por una razón), sentencia, y acto seguido nos muestra sus notas, nos dice que ellos no son los típicos turistas escoceses que se pasan una semana echados en una hamaca bajo el sol mientras consumen litros de cerveza rubia. Ellos quieren aprovechar su envidiable estado de salud y hacer senderismo y conocer montañas, puertos y pinares.

A la mañana siguiente, la señora Ferguson nos regala una caja de shortbread y el ramito de violetas que colgaba de la puerta de entrada. Nosotros firmamos una dedicatoria sobre el mapa de Gran Canaria. Salen los tres al jardín a despedirnos, incluido el gato lustroso, contagiado de la alegría de sus dueños, con promesas de vernos en la isla y recomendaciones para la conducción segura. La casa se pierde tras una curva cualquiera de la carretera.

No hace mucho fuimos a pasar el día a una playa del sur de Gran Canaria. Caminábamos por las dunas, hundiendo los pies en la arena tibia, cuando nos cruzamos con una pareja joven cuyos rostros tenían algo extrañamente familiar. Varias dunas después nos damos cuenta de que, aunque los hayamos visto en bañador, con la piel enrojecida y cubiertos con sombreros de paja, no dejan de ser aquellas figuras que esa tarde sonreían ante un objetivo, las manos entrelazadas y los ojos brillantes, enmarcadas en la ventana de un castillo que quizá sólo hayamos soñado.

Dana Ptacinsky. fue ganadora de la sexta edición de Premios de Relatos de Viajes de EL PAÍS Aguilar con esta narración.

El verde domina el paisaje escocés en Glen Coe, en la región de los Highlands.
El verde domina el paisaje escocés en Glen Coe, en la región de los Highlands.GONZALO AZUMENDI

GUÍA PRÁCTICA

Cómo llegar- British Airways (www.britishairways.com; 902 88 88 88) tiene en febrero vuelos directos entre Madrid y Edimburgo desde 209,79 euros, tasas y cargos incluidos. De Barcelona, con una escala, desde 184,41.- Ambassador Tours (www.ambassadortours.es) ofrece un paquete para recorrer Escocia en julio y agosto durante 7 días (6 noches), con visita al castillo de Eilean Donan. A partir de 1.240 euros, más tasas y suplementos. El precio incluye vuelos, traslados, alojamiento en hoteles de tres estrellas (tres desayunos y tres días en régimen de media pensión) y guía de habla española.

- Transrutas (www.transrutas.com) ofrece un paquete para recorrer Escocia durante 8 días (7 noches) con visita al castillo de Eilean Donan. A partir de 1.379 euros, más tasas y suplementos. Incluye vuelos, traslados y alojamientos en hoteles de tres estrellas con desayuno y cena.Visitas- Castillo de Eilean Donan (www.eileandonancastle.com;0044 15 99 55 52 02). Dornie. Kyle of Lochalsh. Inverness-shire. Se puede acceder al interior del castillo todos los días del 1 de abril al 31 de octubre, de 10.00 a 17.30. Para llegar hay que tomar la A-87, que sale de Invergarry.Información- www.visitscotland.com.

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