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LA NUESTRA
Columna
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Como un dios

La cercanía de un año nuevo parece que obliga a hacer buenos propósitos. Pensando en Canal Sur, la ilusión de que se cumplan es doblemente peligrosa: porque no va a dejar de ser como es (tiene las manos atadas por compromisos de los que voluntariamente depende) y porque, por razones políticas derivadas de su condición de ser una televisión en manos de una mayoría absoluta, no está dispuesta a cumplir una tarea que no sea la que por ahora cumple, la de insistir en la siembra de una mezcla de populismo andalucista y entretenimiento grosero que en realidad merece un ajuste de cuentas severo y sobre la que el Consejo Audiovisual guarda un silencio carísimo (63.000 euros por cada uno de los once consejeros al año). Canal Sur es uno más de los iconos que condensan la impotencia de los ciudadanos: da igual lo que digamos, ellos seguirán con lo suyo.

Por esos dos motivos, tengo una fe más que escasa en lo que escribo. Y porque tengo que escribir quiero señalar algo: en la programación de Canal Sur, en los propósitos de esa empresa pública que apenas tiene nada que ver con el público, se ha sustituido el concepto de entretenimiento por una mezcla de grosería y zafiedad que, en primer lugar, delata a los responsables de la cadena autonómica (insisto: ¿les gusta lo que ven, si es que lo ven?), pero que, en segundo lugar, y esto es lo imperdonable, responde a un concepto del espectador andaluz de televisión que es sencillamente ofensivo. La verdad es que, que a estas alturas de la era digital, resulta difícil decir qué es el entrenamiento. Lo obvio es que, según el programador, nos tiene que entretener todo, y esa es la coartada de los canales que emiten en abierto: te dé lo que te dé, tú lo verás. Así es como se ha hecho verdad la peor profecía según la cual lo que importa es estar delante del televisor, emita lo que emita.

Pero el entretenimiento es otra cosa: la comedia, por ejemplo, con puertas que se abren y se cierran y por las que entran y salen personajes que cambian de manera sutil el curso de la trama; o los insuperables ejemplos de series como Alf, o Friends, o Blossom, o Primos lejanos, o tantos otros. Se trata de productos perfectos que nunca dejan de hablar del mundo real, de la vida de la gente, y que entretienen sin recurrir a la estética sucia de, por ejemplo, SOS Estudiantes. En la basura que hoy se nos vende como entretenimiento no hay aventura: los personajes no aspiran a nada que vaya más allá del capítulo siguiente, basta con que sean malos (y qué mala gente son los personajes de Arrayán) o marionetas de una trama amorosa que no tiene nada que ver con el amor.

No creo que sea yo el único andaluz que cuando piensa en el entretenimiento siente que es la memoria lo que lo posee: la memoria de la mejor Andalucía en la que la vida fue de una manera que nada tiene que ver con las tramas de las que Canal Sur se siente tan orgulloso que, cuando le dan un premio a Arrayán, lo recoge el director general de la cadena. Es un gasto que hacemos para que esté ahí. Siempre. Como un dios.

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