Socio-polifonía
He leído que en su libro titulado Ponga un vasco en su vida, Óscar Terol dice que en las fiestas de cumpleaños a un vasco se le reconoce enseguida: es el que se anima a hacer la segunda voz en cuanto se entona el Cumpleaños feliz. Me ha hecho gracia, y me ha recordado ese otro tópico, también gracioso y tierno, según el cual "un vasco es un soso; dos, una cazuela; tres, un orfeón". Quedémonos con esto último. Afirmar que entre nosotros existe una gran afición a la música coral no es incurrir en un lugar común, sino constatar una evidencia. Tenemos en Euskadi excelentes coros (como donostiarra me enorgullezco de los míos, empezando por el primero), y además aquí el que más o el que menos ha hecho algún pinito a varias voces, si no en un coro formal, al menos en uno de esos orfeones improvisados que propician las bodas, las fiestas patronales o las sobremesas. En fin, que los vascos tenemos suficiente cultura polifónica como para comprender que un coro necesita de los oídos tanto como de las voces, que un coro es una suma donde cada integrante canta lo suyo, pero no va a lo suyo, sino que está atento a lo que dicen los demás.
A los coros se les llama también masas corales, expresión que, sin ser particularmente estética, tiene un fondo expresivo generoso, incluso optimista, en el sentido de que remite alegremente a lo social. Masa coral como imagen de una sociedad armoniosa, hecha de multitud de singularidades que, sin perder su texto y su tono, se equilibran en un canto común.
Ya me doy cuenta de que me están quedando unas frases bastantes navideñas, como contagiadas de nochebuenismo. Sobre todo, si se tiene en cuenta que los coros necesitan dirección, lo que traducido al mismo simbolismo socio-polifónico, nos llevaría a una clase política enemiga de cualquier dividiendo o dividendo; empeñada, por el contrario, en armonizar los agudos y los graves sociales, en minimizar los primeros planos y los últimos, en mestizar las aportaciones ciudadanas en un tejido multicolor (el color es una de las propiedades de la voz). Pero para representarme, aunque sólo sea fugaz y abstractamente, a nuestros dirigentes políticos como directores de masas corales, como alentadores de polifonías sociales, me temo que no me da el nochebuenismo.
Y es que ya se sabe que el espíritu navideño es un puro espíritu de la contradicción. A cada cara le pone su cruz, o a cada exceso su pesebre. Para comprobarlo basta con revolver un poco en los armarios de las lenguas que son las que más saben y mejor memorizan. "Estar hecho un belén" o "dar el turrón" son expresiones que nos indican que las navidades no escapan a la regla de lo común, que tienen una segunda voz, más honda y menos cristalina que la oficial, con más cuerda y sin embargo mucho menos lazo, etiqueta y envoltorio.
Las voces roncas de esta polifonía navideña nos dirían, por ejemplo, que los vascos tenemos mucha mejor mano para los coros que para la sociedad. De lejos. Lo que sin duda se explica también por la evidencia de que en el terreno musical contamos con mejores batutas que en el político. Pero no quisiera darles el turrón insistiendo en que los cánticos que nos propone nuestra actualidad más puntual no son precisamente villancicos, ni en la dimensión pesebre de algunas representaciones nacionalísticas ni en las hechuras de belén de nuestra convivencia. Nada de eso, ni de amargar el dulce festivo evocando la imagen de los paquetes japoneses, obras de arte de exterioridad, de fachada, que relegan el interior a un segundo plano, o que convierten el contenido en un descubrimiento irrelevante y/o decepcionante.
No. Lo que estas líneas quieren es desearles, desearnos, un año nuevo polifónico: pluralidad de temas (frente al monotema que es coartada de incivilidad y de ingobierno), asuntos reales convertidos en verdaderos debates por exigencia ciudadana agudo oído crítico y un ánimo social como de orfeón, en el que cada uno canta lo suyo, pero no va a lo suyo, sino que está atento a lo que dicen, piensan, necesitan, los demás.
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