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Reportaje:DEPORTES

El dopaje hunde el ciclismo

La Operación Puerto y el positivo de Landis, vencedor del Tour, destapan lo peor del deporte

Carlos Arribas

Floyd Landis es un ciclista norteamericano que antes del verano era más conocido por asuntos coloristas como su procedencia de una granja menonita de Pensilvania, su amistad con el gran Lance Armstrong o su desaforado gusto por los cafés capuchino que por sus excelencias sobre la bicicleta. Pero en julio ganó el Tour. Vestido de amarillo levantó los brazos en lo más alto del podio de los Campos Elíseos.

Lo más grande a que puede aspirar un ciclista.

Lo ganó mostrando un gusto por el espectáculo extremo fuera de lo normal; lo ganó como, dicen, lo hacían los antiguos: mostrando un día de ascensión en los Alpes todas las miserias de un ciclista hundido; mostrando, al día siguiente, en otra jornada de dureza extrema, la otra cara del deporte, exhibiendo una capacidad que sólo solemos adherir a los héroes, la de levantarse desde lo más bajo y alcanzar lo más alto. Los nombres de Merckx, de Coppi, de los pioneros del Tour, afloraron a los labios de aficionados y periodistas. El ciclismo se reencontraba con su leyenda, sus mitos, su épica. El ciclismo -y apenas un par de meses antes, con la Operación Puerto, el desmantelamiento en Madrid de una red especializada en el dopaje sanguíneo- estaba salvado. Renacía de sus miserias. Landis, un ciclista con una cadera rota, era el personaje que encarnaba el renacimiento.

La apoteosis de Floyd Landis, el sueño del ciclismo limpio, sin 'doping', duró siete días
El modelo de ciclismo científico consistía al final en supeditar cualquier valor deportivo a la química
La teoría del dopaje necesario servía de coartada a negocios prohibidos de rápido enriquecimiento

Un par de meses antes, la Operación Puerto había supuesto la muerte deportiva de Manolo Saiz, el director del equipo Liberty, el personaje símbolo del ciclismo programado, tecnocrático, pretendidamente científico de finales del siglo XX y principios del XXI, y también había supuesto la reaparición en las noticias de Eufemiano Fuentes, el mito, el médico que después de una primera época de amor por la polémica, la presencia en los papeles y la provocación pública hacia el establishment, había decidido seguir con su trabajo en la clandestinidad. La intervención de la Guardia Civil; la detención de Saiz, Fuentes y varios colaboradores; el hallazgo en varios pisos del centro de Madrid de decenas de bolsas de sangre congelada y refrigerada, de documentos con los planes de entrenamiento, medicación y dopaje de más de 50 ciclistas, de medicamentos prohibidos, de EPO y hormona de crecimiento china, de medicamentos falsificados y caducados, puso de manifiesto que el modelo de ciclismo programado, científico, como se le quiera llamar al ciclismo del siglo XXI, consistía en realidad en la supeditación de cualquier valor deportivo a los dictados de la química, en la sumisión del trabajo, el esfuerzo, el sacrificio, a las virtudes para el rendimiento de la sangre congelada, de los corticoides, de los anabolizantes.

Y toda la argumentación de Fuentes, su teoría de que el dopaje -o la toma de algunos productos prohibidos- es necesario para proteger la salud de los atletas, destrozada por las exigencias del deporte de alta competición, queda al descubierto como coartada para un negocio prohibido que se rige por las leyes de la clandestinidad, por los códigos de los grupos delictivos, cuyo único objetivo es el enriquecimiento rápido.

Esperanza y cataclismo

Un mes después de la redada madrileña comenzó el Tour de Francia, la competición bandera del ciclismo, en un ambiente borrascoso. La publicación por parte de EL PAÍS de algunas partes del sumario mantenidas secretas por el juez provocó que algunas de las grandes figuras implicadas, algunos de los grandes favoritos, como Ivan Basso, Jan Ullrich, Paco Mancebo o Alexander Vinokúrov, no pudieran participar. Como tampoco estaba en la línea de salida de Estrasburgo Lance Armstrong, el ganador de los últimos siete Tours, nadie pudo privarse de concluir que sí, que efectivamente el Tour del 2006 sería el de la renovación, el kilómetro cero del nuevo ciclismo.

Por eso, la emoción intensa que produjo la gesta de Landis camino de Morzine al día siguiente de su monumental hundimiento. Por eso, el tremendo cataclismo que supuso saber una semana después que el laboratorio de París había encontrado restos de testosterona sintética en su orina.

Toda una esperanza hecha trizas. Otra vez, vuelta a empezar. Otra vez, vía libre a los análisis que veían en el hundimiento de Landis camino de La Toussuire el síntoma de una excesiva dosis de corticoides, en su renacimiento en Morzine, en la rabia con que cruzó la meta, en su puñetazo al aire, en la estrambótica manera en que descendió de la bicicleta una vez cruzada la meta, una vez reconquistado el maillot amarillo, síntomas de los efectos de un parche de testosterona adherido en su entrepierna.

La apoteosis de Landis, el sueño del ciclismo limpio, duró siete días. Ahora, cinco meses después de terminado el Tour, Landis, que sigue clamando su inocencia, aún no ha sido sancionado por ningún organismo. Ahora, cinco meses después de terminar segundo el Tour, el español Óscar Pereiro sigue esperando la descalificación del norteamericano y su proclamación como vencedor oficial del Tour 2006, el que no pudo ser el de la renovación.

Floyd Landis cruza la meta el primero en la etapa 17ª del Tour, en la que supuestamente se drogó.
Floyd Landis cruza la meta el primero en la etapa 17ª del Tour, en la que supuestamente se drogó.AP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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