Reflexión después de la batalla
No hay que abusar del énfasis, pero creo histórica la victoria del presidente Maragall sobre la derecha, tanto la de hace tres años como la lograda de nuevo a través de José Montilla y su Entesa continuadora. Todo parecía indicar, según los mass media controlados por la oposición derechista, que el tripartito sería tan sólo un breve paréntesis en la perpetua hegemonía natural de quienes se siguen creyendo propietarios de la Generalitat. La historia avalaba la esperanza de que las izquierdas no suelen durar más de tres años en el gobierno. En 1931 trajeron la democracia republicana y la autonomía, pero en 1934 recuperaba su antiguo poder la Lliga con el apoyo de la derecha española. En 1936, el Front d'Esquerres ganó las elecciones y por eso fue abatido a los tres años de una guerra exterminadora y una dictadura española de 40 para tranquilidad de los conservadores catalanes. En 1977, el PSC y el PSUC fueron los máximos hacedores de la ruptura democrática y autonómica, tras serlo de la resistencia antifranquista; pero, tres años más tarde, los poderes económicos, las derechas de este país y el Gobierno de UCD apoyaron en bloque a quien pudiera impedir que la primera Generalitat autónoma estuviese gobernada por un rojo tan peligroso como Joan Reventós.
El abstencionismo, tan hipócritamente denunciado por algunos medios, es el fruto antidemocrático de una conducta claramente irresponsable de los medios controlados por la derecha
Después de un plácido "oasis" de más de cuatro lustros con la oposición de izquierdas maniatada, ésta logró la mayoría absoluta con Maragall. ¿No era de esperar la expulsión de los asaltantes de una Generalitat profanada a los tres años de su osadía? Pues no. Esta vez, un trienio de conspiración derechista, sin guerra armada pero con odio, rencor y sed de revancha, con técnicas más sofisticadas y letales que cualquier armamento convencional, propias de la moderna comunicación de masas ( incluidas las ejercidas desde Madrid), sólo ha servido para movilizar lo mejor de la izquierda catalana de base y seguir avanzando en el autogobierno y la justicia social. Espero que haya aprendido de una vez para siempre la vieja lección histórica de que la derecha no se anda con escrúpulos cuando la democracia la desaloja del poder y la obliga a ser socialmente justa y solidaria.
El papel decisivo de los mass media en la conspiración citada incita a reflexionar sobre cómo puede deformar la opinión pública y confundir la decisión electoral el uso sectario y nada veraz de unos instrumentos concebidos en teoría democrática para mediar y unir a gobernantes y gobernados. Los ataques sistemáticos de la derecha al Gobierno de Maragall contaron con todo el apoyo mediático de una artillería que exageraba el más pequeño fallo de una experiencia inédita de coalición democrática para dividirla y cuartearla mientras silenciaba sus aciertos y su servicio al país. Las triquiñuelas, mentiras y fanfarronadas de la oposición derechista eran aireadas, bendecidas y alentadas por la infantería escritora y radiotelevisiva. Las bombas antipersona explotaban bajo el sillón presidencial, escupiendo ruín metralla de insidias y falta de respeto. En vez de explicar con pedagogía a la gente la complejidad del proceso estatutario y los verdaderos motivos de ciertas tácticas entorpecedoras, los periodistas del escándalo y del morbo sembraban la confusión y el recelo hasta que obtuvieron el hastío ciudadano y su posterior inhibición electoral; fenómenos perjudiciales siempre, como es bien sabido, para un Gobierno de izquierdas. No dudo en afirmar que el abstencionismo, tan hipócritamente denunciado por algunos medios, es el fruto antidemocrático de una conducta claramente irresponsable de los medios controlados por la derecha. En democracia y sin guerra civil armada también se puede provocar la muerte moral y política de unos gobernantes bombardeados y de unos ciudadanos gaseados e intoxicados.
Es curioso, pero han bastado unas pocas palabras del presidente Montilla y las supersabidas protestas de su ex rival para que los pesos pesados de la campaña derechista (excepto algún tirador aislado y pertinaz) estén cambiando de estilo y de intención; tal vez porque quien paga manda y los poderes fácticos conservadores no están, de momento, para nuevos conflictos,admirados sin duda por la resistencia popular demostrada y la victoria política póstuma del presidente Maragall, tan vilipendiado injustamente como tenaz hombre de fe, seguro de sí mismo y de su proyecto justiciero e innovador. Concluyo pensando que, también en la urgente tarea de recuperar la función política y moral del periodismo, la izquierda es un estímulo y ha de empeñarse cuando gobierna en ayudar a los profesionales mediáticos a ser más libres e independientes de sus amos, más objetivos, éticos y creadores de una opinión pública sana, formada en la verdad y al servicio de una convivencia justa, honesta y pacífica. Más de uno de los actuales veteranos recordará como los entonces jóvenes periodistas de los años setenta se jugaban su puesto de trabajo e incluso su libertad personal luchando por una democracia venidera y todavía proscrita, pese a la prudencia cobardona de sus empresarios. ¿Les costará mucho reconocer hoy que la que tenemos se halla en gran parte secuestrada por los mismos que no la sirven como debieran?
J. A. González Casanova es catedrático de Derecho Constitucional de la UB.
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