_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Menéndez Pelayo, un genio

Leí en ABC que para que prevenir el sobrepeso hay que andar 10.000 pasos diarios. Y recordando a un gran hincha del Real Madrid, Jenofonte, el autor de La Anábasis o La retirada de los Diez Mil y uno de los grandes andarines de la historia, me fui a pie, el martes pasado, a la Biblioteca Nacional. Allí, hasta el 18 de febrero, se exhibe la espléndida exposición A pesar de todo dibujan: la Guerra Civil vista por los niños. Por mi afición en la infancia al cálculo aritmético, puedo afirmar que di en este paseo hasta la Biblioteca, iniciado en Nuevos Ministerios, unos 3.515 pasos. No puedo responder de la exactitud de los 15 ni de los 800 y quizá tampoco de que los pasos hayan sido 3.000. Y al ser ya inminente la Navidad -y en inminente aparece el minae latino que significa amenaza-, incluso aceptaría que no anduve ni un décimo de parasanga, la medida itinerante persa que tanto menciona Jenofonte. Y ¿a cuántos pasos equivale una parasanga? Que responda el sabio don Marcelino Menéndez Pelayo, ante cuya estatua instalada -al menos, de momento- en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional creí alucinar al ver lo que el escultor sevillano Lorenzo Coullaut-Valera, sobrino del escritor Juan Valera, esculpió en honor del maestro cántabro.

Este genio, abominado por los integristas de derecha e izquierda, es una gloria de nuestra cultura

¿Era verdad lo que veían mis ojos o alucinaba como quien se nutre de éxtasis en una discoteca de Azca? Era verdad: don Marcelino Menéndez Pelayo -"el español henchido por sus dogmas", según el memorable e injusto verso de Luis Cernuda-, el gran ídolo de la derecha española, estaba representado con un libro colocado... ¡en la mano izquierda! ¿Era, pues, don Marcelino zurdo o se trataba de una licencia escultórica de la misma estirpe que las licencias métricas de los poetas? ¿Le venía mal a Coullaut Valera colocarle al autor de Historia de los heterodoxos españoles el libro en la mano derecha?¿O era un error mi interpretación de la posición del libro? ¿No cogen los diestros el libro con la izquierda y pasan página con la derecha? Lorenzo Coullaut-Valera murió en Madrid en 1932. En la parte posterior de la estatua se lee: "Los católicos españoles / por iniciativa / de la / Junta Central / de / Acción Católica". Aunque hay un precepto evangélico que dice que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha de Rajoy, se comprende que la Acción Católica no haya podido renunciar a la dulce honrilla de figurar en el monumento.

Tras el recuerdo de la polémica desatada, en marzo pasado, con la decisión de la directora de la Biblioteca Nacional, la jacobina Rosa Regás, de trasladar la estatua de Menéndez Pelayo al jardín de la Biblioteca, en compañía del madrileño Lope de Vega -una decisión, al final del verano, rectificada, oh sabia Rosa Regás-, me voy andando -unos 4.200 pasos- a la Real Academia de la Historia.

En esta noble Academia, fundada en 1735, y hoy dirigida por Gonzalo Anes, una magnífica exposición, abierta hasta el 21 de diciembre, honra a Menéndez Pelayo en el 150º aniversario de su nacimiento. A la Academia de la Historia se puede entrar por la calle de León, a dos pasos del metro de Antón Martín, o por la calle del Amor de Dios, que es, para alegría del cardenal Rouco, por la que se entra a la exposición. Menéndez Pelayo fue bibliotecario y director de esta Academia. Aquí vivió el maestro hasta su muerte en 1912, durante 18 años, prácticamente en dos habitaciones: un estudio y un dormitorio. Fotografías, grabados, pinturas, libros y documentos nos ilustran sobre la vida de este auténtico genio, abominado por los integristas de derecha e izquierda, y que es una de las mayores glorias de nuestra cultura. Extrema información, metodología científica, pasión por la literatura y la filosofía, y una maravillosa prosa de enorme agilidad, junto con un humor soberbio, dan un personaje tan potente como admirable. Un magnífico catálogo que lleva el título de Don Marcelino Menéndez Pelayo en la Real Academia de la Historia, dirigido por Gonzalo Anes, con la colaboración de Carmen Manso Porto, nos guía con los textos de Rubio, Miralles de Imperial, Manso, Manglano, González, Olmedo, Maier, y Almagro, los autores de las sabias fichas. Fui de allí a pie, dando algún rodeo, hasta el pub Libertad, 8, de la calle homónima, donde Jaime Alejandre presentaba la excelente novela La Gioconda llora de madrugada de Elvira Daudet. Y así, en total, apenas logré andar una parasanga larga -también denominada pachanga en ¡Mira quién baila!- que equivalía a unos 7 kilómetros.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_