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Reportaje:

Todo tiene ya su 'bajo coste'

Los productos sin accesorios superfluos se imponen en el mercado

Ana Pantaleoni

Teléfonos móviles, ordenadores, coches de alquiler, hoteles, zapatillas deportivas... la etiqueta de low cost (bajo coste) se extiende como la espuma hacia nuevos productos. El origen estuvo en las compañías áreas, pero ahora el concepto llega a cualquier productoy a cualquier mercado. Hasta la tecnología o la moda aprovechan su buena imagen. "El low cost ha supuesto una total modificación de conductas", explica Josep Francesc Valls, catedrático de mercadotecnia de la escuela de negocios Esade. "Empezó con los vuelos: viajar, antes imposible para la mayoría de la población, hoy es fácil". Las líneas de bajo coste aprovechan aeropuertos infrautilizados o poco conocidos, como Reus, Girona, Valladolid, Zaragoza... ciudades desde las que ahora se puede viajar a lugares insospechados, sin pasar por Madrid o Barcelona.

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El bajo coste es, según el sociólogo de la UNED Antonio López, un mecanismo de evolución de la economía que extiende el consumo de determinados productos. Un ejemplo son los móviles. Para abaratar su coste, estos teléfonos prescinden de accesorios como la pantalla a color o la cámara de fotos (como en los vuelos prescinden, por ejemplo, de la comida), pero cuentan con las dos funciones básicas, la voz y los mensajes de texto.

El secreto es el volumen

Motorola fabrica estos teléfonos para venderlos en África y Asia. "El secreto está en el volumen. Se fabrican partidas muy grandes, lo que permite abaratar los costes", explica Ignacio Salcedo, de Motorola. Durante el primer año del programa Conectar a los desconectados se han vendido más de 12 millones de teléfonos low cost en 50 países. "Este fenómeno amplía determinados bienes y servicios a un mayor abanico de población. El bajo coste redefine un producto que antes era consumido por un tipo de público", dice López, quien pone el ejemplo de la tecnología empleada en los relojes japoneses que amplió las posibilidades de lucir un reloj de pulsera a un mayor número de ciudadanos.

En la línea de los móviles, se encuentran los ordenadores que impulsa Nicholas Negroponte, miembro del Massachusetts Institute for Technology (MIT). El ordenador portátil barato para niños de países en desarrollo estará disponible en abril de 2007 y costará entre 130 y 140 dólares (alrededor de cien euros). Negroponte espera que su precio disminuya en el futuro, pero para ello necesitan fabricar de cinco a seis millones de unidades.

A diferencia del móvil o el ordenador, el objetivo del mercado de zapatillas de bajo coste se ha focalizado en el mundo desarrollado. El responsable de esta iniciativa es el jugador de baloncesto Stephon Marbury. Este deportista cobró la temporada pasada 16 millones de dólares (algo más de doce millones de euros) pero sus zapatillas cuestan 14,98 (11,23 euros). La implicación de Marbury en este proyecto es total. Incluso se fue de gira promocionando sus deportivas, que vende en exclusiva la cadena de moda deportiva Steve&Barry. La primera pregunta es siempre la misma: ¿Cómo soportar esos precios? Los más críticos hablan de abuso de los derechos laborales.

Mucho antes de que el low cost se pusiera de moda, los japoneses practicaron el coste objetivo. Consiste en hacerlo al revés. "Primero se decide a qué precio se puede vender el producto y después se monta la fábrica y los procesos que aseguran la rentabilidad", explica Oriol Amat, catedrático de Empresa de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona). Sin embargo, no todo se puede impregnar de low cost. "Siempre hay una parte del mercado a la que no le interesa. Por ejemplo, el sector del lujo", precisa Amat, quien afirma que el low cost consiste simplemente en eliminar o rediseñar aquello que el cliente no valora o por lo que no está dispuesto a pagar.

Hoteles y coches

El lugar natural del low cost, sin embargo, parece el sector turístico, especialmente los hoteles. "Se trata de establecimientos ubicados en el centro urbano, con pocos servicios y dirigido al público joven", define Bruno Hallé, miembro de la consultora Magma Turismo.

Los coches tampoco escapan a esta moda. Un ejemplo es la compañía española Pepecar. Su objetivo es alquilar sus coches el mayor número de días posible. El cliente que anticipa la reserva logra mejor precio. Su limitación es que no actúa en aeropuertos o estaciones. "En 2006 nuestra ocupación media fue del 86% mientras que una compañía tradicional ronda el 70%", afirma el cofundador de Pepecar, Miguel de Lucas. "El low cost no significa peor calidad, sino una promesa limitada al cliente", añade.

Habitación sin ventanas

Las compañías aéreas de bajo coste han logrado que viajen quienes no podían hacerlo. Easyjet es un ejemplo. "Nadie quiere pagar más de lo necesario por un buen producto", asegura Arnoldo Muñoz, director general de Easyjet Sur de Europa. Es ésta una idea que comparte el griego Stelios, creador de Easyjet en 1995.

Stelios no se conformó con los aviones y decidió volar más alto. Ha creado un sinfín de compañías low cost en Internet. "Sitúa al consumidor directamente frente a la empresa", afirma Stelios en un correo electrónico. Tras los aviones, este empresario continuó con los cafés con conexión a Internet, después, con el alquiler de coches. Y a partir de aquí sólo sumar: easypizza.com, que vende pizza a mejor precio si se encarga con antelación; easymusic.com, para descargar canciones; los cruceros de easycruise.com; las habitaciones sin ventana de easyhotel.com... La última aventura se llama easy4men.com, cosmética asequible para hombres. A la pregunta de si todo puede ser low cost, Stelios afirma: "Funciona en mercados elásticos donde la gente compra más si el precio es bajo. No creo que los funerales low cost funcionaran ya que la gente sólo paga una vez. Tampoco funcionaría con marcas que sobreviven por sus altos precios".

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Sobre la firma

Ana Pantaleoni
Redactora jefa de EL PAÍS en Barcelona y responsable de la edición en catalán del diario. Ha escrito sobre salud, gastronomía, moda y tecnología y trabajó durante una década en el suplemento tecnológico Ciberpaís. Licenciada en Humanidades, máster de EL PAÍS, PDD en la escuela de negocios Iese y profesora de periodismo en la Pompeu Fabra.

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