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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El lenguaje feminizado

En relación con el artículo de contraportada de EL PAÍS del día 30 de noviembre del corriente, titulado "La cancillera y el azafato", quisiera compartir con usted y con sus lectores una anécdota absolutamente verídica. Una de las organizaciones sindicales más importantes de este país ha mostrado siempre una especial sensibilidad hacia el uso no sexista del lenguaje. Y esto ha sido, y sigue siendo así, hasta el punto de que en los discursos internos, que cumplen con las reglas de lo sindicalmente correcto, se utiliza el plural doble hasta el hartazgo por repetición. Pero la norma es la norma y esta organización se ha caracterizado por su inveterada obediencia en la ortodoxia. De esta forma, uno de sus dirigentes, hace ya algún tiempo, empezó su oratoria, ajeno a cualquier ironía, de la siguiente forma: "Compañeras y compañeros: nuestro mayor patrimonio somos nosotros y nosotras, cuadros y cuadras sindicales...".

Sirva este ejemplo real para poner, al menos en cuarentena, cualquier recomendación genérica del uso del plural doble. Y es que discrepando de las entrevistadas en el artículo (Mercedes Bengochea, filóloga, y Rosa Peris, directora general del Instituto de la Mujer), no creo que se pueda argüir resistencia a la feminización de profesiones y/u oficios prestigiosos, o es que acaso no lo son los siguientes: ebanista, violinista, pianista, futbolista, criminalista, jurista, ascensorista, artista, cartelista, o incluso periodista.

Así las cosas, siempre me queda la duda de si es el lenguaje capaz de transformar a la sociedad, o si, más bien, es la sociedad la que va cambiando el lenguaje a un paso similar al de la evolución de sus propias convicciones. Y dependiente de ésta, una segunda interrogante es la que se formula en torno a si nuestro esfuerzo igualitario no daría más fruto invertido en modificar aquellos aspectos trascendentales en los que la diferencia de género son determinantes: diferencias educacionales, laborales, retributivas... A lo mejor sólo es una utopía, pero yo soy de los que mantiene y abriga la esperanza de que cuando las condiciones con las que un hombre o una mujer se enfrentan a sus propias vidas partan de una auténtica igualdad de oportunidades y rendimientos, este tema del lenguaje sexista y del uso de doble plural se solucionará espontáneamente o, al menos, carecerá de la importancia que hoy se le quiere dar.

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