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Reportaje:Refugiados y estrellas

Tras la estela de Puskas

España acoge a varios deportistas que huyeron de sus países, como en su día hizo el húngaro

"Cuando dejé Hungría y me sancionaron sin jugar, me juré que nunca volvería. Sin embargo, 25 años después, volví. El aeropuerto estaba atestado de gente gritando como si fuera una estrella del pop. En cuanto pude, visité el cementerio de Kypest: no había visto la tumba de mi madre antes". Ferenc Puskas, gran estrella del fútbol mundial, fallecido hace dos semanas, resumía así el día en el que volvió a su país. Antes, claro, se había marchado. Y a toda prisa. Corría 1956. La URSS había invadido Hungría. Y Puskas, símbolo nacional, decidió no volver. Y se quedó en Viena. Y leyó en los periódicos que estaba muerto. Y tuvo que contratar a unos contrabandistas para que sacaran del país a su familia. Puskas tardó 25 años en volver a Hungría. Y, de alguna manera, inauguró la lista de deportistas extranjeros que viven en España tras abandonar sus países en circunstancias más que peligrosas.

"Me fui el día del golpe contra Gorbachov. Había tanques y parecía una película", dice Morskova

Para Julio Fis, como para Puskas, todo empezó en Hungría. "Tuve que esconderme dos días en una casa de Budapest, hasta que mi contacto me confirmó que podía volar a España, donde me quería fichar el Bidasoa", cuenta Fis, jugador del Ciudad Real y de la selección española de balonmano. "Fue como ser de la mafia. Todo el mundo se puso a buscarme, sobre todo por los alrededores de la embajada cubana. Llegué sin transfer, porque Cuba no lo daba. Y eso era como morirse. Decidí no dar un paso atrás: en cuanto aterricé me sentí libre para siempre".

Fis jugaba en Hungría por un convenio del gobierno cubano: "Y cuando descubrieron que estaba aquí, me llamó el cónsul: 'debe regresar, el convenio es sólo con Hungría', decía. Y yo me hice el tonto y le dije '¿no era también con España?", se ríe. "Ahora llevo siete años sin que me dejen ir a Cuba. Es como estar preso", explica. "El sueño más grande de mi vida siempre fue jugar con España. Si no me dejan entrar por eso... ¡que se coman Cuba para ellos solos! ¡Yo no maté a nadie!", continúa. "Son noes rotundos, quizás porque yo fui el primero que se quedó en España. Yo no decidí por el resto, pero creen que fue así. Nunca hablé ni una palabra de Castro. Eso sí, la vida me va bien, de corazón".

A Víctor Onopko, ex jugador de Rusia, el Oviedo y el Rayo, la vida no le va tan bien. Vive en Asturias y está enfrascado en un juicio con el Oviedo, que le reclama el pago de su cláusula de rescisión desde que fichó por el Rayo. "Siempre quise venir a España", cuenta. A Onopko, sin embargo, le dieron un empujón en 1996 para que dejara Rusia. El mismo empujón que le mantiene en España, más allá de que sus hijos "sean casi españoles". "En Rusia, tenía un Mitsubishi de lujo. Me lo robaron. Luego empezaron a llamar a mi piso, con llamadas extrañas, insistiendo en que si quería venderlo... creo que para que me marchara más rápido. Y un año después, a la presidenta de mi equipo, el Spartak, no sé por qué, ni quiero saberlo, la asesinaron. Entonces, como ahora, había mafia en Rusia".

"La mafia conoce a la gente", coincide Natalia Morskova, estrella de las selecciones rusa y española de balonmano. "Llega hasta ti si quiere. Van a robar el dinero tonto y loco. El dinero del fútbol", dice. Morskova, que llegó a España con 25 años, habla de robos. Y de golpes de estado. "Vine a España en 1991, justo el día del Putsch contra Gorbachov. Parecía una película. Cuando despegó el avión, vimos los tanques, los vehículos de los militares, rodeando Moscú. Iba con la selección de fútbol, que iba a Valencia a jugar el Trofeo Naranja. Y, por poco, nos dio tiempo a salir antes de que cerraran al aeropuerto". Morskova cambió la rigidez de la URSS por España: "Viví el golpe desde Valencia. Aquí encontré otra vida. La URSS era como la mili, había tensión, miedo, jugaban con tu psicología. Por cada fallo, pensabas que te iban a echar del equipo. Y eso se trasladaba a la vida. Ahora, cuando vuelvo, a veces siento miedo a los cambios. Y a la noche".

En la historia de la familia de Javier Balboa, canterano de 21 años del Madrid cedido en el Racing, no hay miedo a la noche, pero sí represión política. Javier tiene pocos recuerdos de su abuelo Norberto y de su tío abuelo Armando. Militantes del Movimiento Nacional de Liberación de Guinea Ecuatorial, participaron en un fallido golpe contra Francisco Macías. "Mis padres hablan poco de eso. No son hechos agradables. Mi abuelo estuvo en la cárcel por problemas políticos que escapan a mi control", admite, sin abundar en los datos que dan los cronistas guineanos, que detallan que la represión "se llevó por delante" a Norberto. "Luego, mis padres vinieron a España, en los 80", continúa. "Allí se enriquecen los que están arriba y para el pueblo, nada. Mis padres no han vuelto nunca".

Quien sí ha vuelto a su país, una vez cumplida su promesa, es Mijai Suba, rumano de 59 años y gran maestro de ajedrez. "Nunca volveré a Rumania mientras Ceaucescu siga vivo", cuentan sus amigos que prometió al llegar a España. "Abandoné Rumania en 1988, antes de la caída del muro de Berlín", explica. A Suba, que vivía en la dura Rumania del dictador Nicolae Ceaucescu, se le ocurrió contactar con una amiga exiliada durante un torneo en Canadá. Fue su perdición: "Dijeron que me suspenderían de por vida. Eso era contactar con enemigos del pueblo. Eran muy intransigentes. Además, de manera diplomática, siempre evité hacerme del partido. Con la ayuda de un amigo que vivía en Berlín y de otro de Londres, me escapé. No volví hasta 1991: Ceaucescu estaba muerto y bien muerto".

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