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Columna
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Nuestro ex

Manuel Rivas

En un acto popular en El Pardo, Aznar ha pedido solemnemente que lo dejen en paz. Lo pidió como un Júpiter enfadado y obtuvo una larga ovación, por lo que se deduce que su estado de incomodidad, de falta de paz, no está causada por los aplausos, besos y achuchones que le prodigan sus incondicionales, sino por las críticas, pullas y reparos de aquellos que él percibe como enemigos también incondicionales. Natural. Uno quiere estar en paz con los amigos, y que lo dejen en paz los que lo importunan. Su posición podría ser impecable: "Yo ya no mando, soy un ex presidente, soy un ciudadano más, así que ahuequen el ala, que corra el aire, agüita camarón". La inmensa mayoría de la gente, simpatizante o no, lo entendería. Iría el personaje entrando en esa estación llamada olvido. La era virtual es la de la velocidad, tanto para alcanzar la celebridad como para descelebrarse. E incluso llegaría ese extraño momento en que alguien lo confundiese quizá con un poeta, al verlo ensimismado con el carrito de la compra. Y Aznar, en la libertad del ser anónimo, podría recurrir a la lírica para librarse del entrometido: "¿Sabe usted lo qué es el viento? Las orejas de un pelma en movimiento".

Ocurre que Aznar dejó formalmente el poder, pero no aquello que Jünger llamó el "poder presencial". Desde que abandonó la Moncloa, ha ido ejerciendo por todo el orbe, y a la menor oportunidad, un cargo otorgado por la providencia: el de presidente de la ex España. Es difícil encontrar hoy en el mundo un experto en apocalíptica de su categoría. Ese discurso envenenado de una España balcanizada, de un Gobierno rendido a los terroristas, y la producción permanente de sospecha vagando insidiosa por montes, valles e instituciones. "España se hunde", proclama Aznar en el salvavidas del Titanic. Y cuando algún náufrago pide explicaciones, él amonesta: "¡Déjenme en paz!".

Hay formas y formas de ser ex sin ex ser. Al Gore no se muestra nada vengativo con Bush, quien le birló la presidencia y de qué forma. Incluso se permite el humor de recordar los chistes que Bush le dedicaba por su ecologismo: el candidato de los búhos, etcétera. Al Gore lucha contra el calentamiento global. Aznar practica el calentamiento local.

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