_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Teoría del aburrimiento

"A partir de ahora nos vamos a aburrir mucho": tal es el mensaje que propagan desde hace tres semanas los círculos de máxima confianza política de José Montilla, a manera de lema o divisa de su pontificado; "nos vamos a aburrir de narices".

Esos augurios de quietud y tedio se sustentan, en primer lugar, sobre las características personales -caracteriológicas y estilísticas- del nuevo presidente de la Generalitat, unos rasgos que quedaron de relieve en su discurso de toma de posesión. Después de que Pasqual Maragall -genio y figura...- aprovechase la despedida para sacarse todas las espinas acumuladas a lo largo de su biografía política, las palabras de Montilla fueron breves, por no decir lacónicas, milimétricamente fieles al texto escrito, sin concesión alguna a la retórica ni a la lírica. "No soy hombre dado a las citas poéticas", confesó el flamante mandatario; y lo cierto es que la lectura de unos versos enjutos de Espriu, el más contenido y austero de nuestros poetas cívicos, no perturbó el aire calvinista de las palabras presidenciales.

Las palabras de Montilla, en el discurso de toma de posesión, fueron breves, por no decir lacónicas, milimétricamente fieles al texto escrito, sin concesión alguna a la retórica ni a la lírica

Pero los factores coadyuvantes al pronóstico de aburrimiento no se circunscriben a la personalidad presidencial. También el clima político es, en el seno de la mayoría de izquierdas, cauteloso, escarmentado, atentísimo a no cometer el menor desliz. ¡Qué diferencia entre la atmósfera reinante en el Palau de la Generalitat el 20 de diciembre de 2003, día en que Maragall prometió el cargo, y la del 28 de noviembre de 2006, en que lo ha hecho Montilla! Lejos de la ilusión, de la euforia entre ingenua y arrogante de tres años atrás -cuando a algunos les parecía que iban a reinventar Cataluña-, este pasado martes flotaban en el ambiente el comedimiento, la prudencia, la convicción general de que un segundo fracaso de la fórmula tripartita arrojaría a sus miembros a la oposición durante décadas. Abajo, en la plaza de Sant Jaume, el escaso público congregado mostraba también un ánimo encogido, expectante, de como esta vez tampoco salga bien...: ni banderas, ni pancartas, ni abucheos, ni apenas aplausos, excepto la cálida ovación de adiós al presidente Maragall.

Si, según asevera el refrán, "el miedo guarda la viña", el miedo a cualquier movimiento en falso que provoque un nuevo estropicio va a ser el mejor aliado de la silente autoridad de José Montilla y de su programa de gestión eficaz, discreta y aburrida. Pero, ¿y Esquerra Republicana?, se preguntan cuantos responsabilizan a este partido del colapso del primer tripartito. Esquerra -responden sus máximos dirigentes- farà bondat. Y arguyen, para acreditarlo, una teoría más o menos freudiana: en 2003 -explican- la dirección de ERC quedó tan traumatizada por haber osado matar al padre (léase enviar a Convergència a la oposición) y entronizar a Maragall, que desde la puesta en marcha del nuevo Gobierno tuvo la necesidad de marcar paquete todos los días, de hacer notar constantemente que mantenía a los socialistas agarrados por el pescuezo y que el pacto con ellos no suponía renuncia alguna a la radicalidad del independentismo republicano. Ahora, en cambio -prosigue esta teoría-, el tabú de la solidaridad nacionalista CiU-ERC ya estaba roto, la coalición con el PSC es algo asumido e interiorizado desde Esquerra y, por tanto, no existirá aquel prurito de diferenciación y marcaje que tanto minó el mandato de Maragall.

Es indudable, en efecto, que ERC concurre a la renovada alianza de izquierdas con ánimo desacomplejado, sin los escrúpulos, ni las prevenciones, ni el afán de justificarse de tres años atrás. Pero deberemos admitir también que, desde una sensibilidad política nacionalista, la apuesta de 2006 es más arriesgada que la de 2003: para Esquerra no supone lo mismo haber hecho presidente a Maragall que hacer presidente a Montilla (de quien el propio Carod Rovira subrayó que no procedía del catalanismo político o cultural...). Si, durante el próximo semestre, la gestión gubernamental de la Entesa se circunscribe a la agenda social y a la estricta eficacia administrativa, y sepulta en el olvido o pone al pairo las cuestiones identitarias (aplicación de la Ley de Política Lingüística, representación catalana en Francfort 2007, etcétera), ¿cómo reaccionarán los votantes de Esquerra en las municipales de mayo próximo? Y, en el caso hipotético de que tales comicios diesen a los de Carod y Puigcercós un mal resultado, ¿no les sería entonces tan inevitable como urgente volver a marcar paquete, recuperar fibra nacionalista y buscar otra vez un cierto grado de tensión con el PSC? Porque conviene no olvidar que, después de las municipales, entre el otoño de 2007 y la primavera de 2008 vendrán las elecciones generales, en las que ERC tiene la difícil misión de defender un score altísimo, el mejor de su historia reciente: 650.000 sufragios y 8 diputados.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

No se trata, pues, de ponerse agoreros, sino simplemente de recordar que todos los programas políticos -incluido el plan de aburrimiento que propugna el entorno de Montilla- son susceptibles de desviarse bajo la presión de una realidad siempre compleja e imprevisible. Por lo demás, la composición del nuevo Gobierno de la Generalitat suscita en este articulista sentimientos encontrados: satisfacción ante la continuidad de nombres con grosor político y eficacia gestora (Antoni Castells, Joaquim Nadal...); desagrado por la desaparición de Ferran Mascarell y Joan Manuel del Pozo; expectativa ante la llegada de Joan Saura y Joan Puigcercós a carteras tan estratégicas como Interior y Gobernación, respectivamente; buenos augurios para Joan Manuel Tresserras en Cultura, y dudas, muchas dudas con relación al papel y el peso de la vicepresidencia que ejercerá Josep Lluís Carod Rovira.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_