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Columna
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Betanzos

Escuchar la sonoridad del topónimo de la bella ciudad gallega en la voz de John Berger tiene algo mágico. Betanzos. Casi a modo de contraseña o lenguaje cifrado. En cuanto se entera de que el interlocutor es de Galicia, surgen esas sílabas mágicas: como desde el interior profundo del cuerpo de la memoria. Sílabas que nos transportan de pronto al mundo de Cunqueiro. O a aquella hermosa viñeta de un Betanzos intemporal (detenido en un sueño medieval) en un dibujo de Urbano Lugrís para la revista Vida Gallega. La palabra Betanzos en la expresiva voz de este militante de la resistencia humanista (que lucha por conservar las cosas que hay que conservar) es un talismán que nos conduce al mundo encantado que estamos perdiendo a pasos agigantados. Como sabe Berger mejor que nadie, los campesinos son los guardianes de la naturaleza: sus más firmes defensores. Una alianza estructural. Podríamos decir metafóricamente que habitan en el mismo barco. Pegados al territorio en una alianza inmemorial: que creíamos eterna. Galicia es una obra de arte popular elaborada a lo largo de siglos de trabajo anónimo. Casi como un sueño anclado en una remota lejanía mítica.

El maestro de Trasalba habló de una tierra "hondamente humanizada": que el conocía como nadie (palmo a palmo) después de su periplo cosmopolita. Después de leer a Joyce pasó a escuchar la respiración de la naturaleza de su país. La revelación definitiva fue al final la de su propia tierra. La geografía, la antropología, la etnografía. La intrahistoria de los movimientos geológicos está viva en la prosa barroca y apasionada de Otero Pedrayo. Escuchar una grabación de una conferencia suya es asistir a una catarata de palabras (sin respiración ni pausa) donde el barroco tejido vegetal y el relieve del mundo, tienen una ruta paralela en el laberinto sinuoso de su prosa. La naturaleza como acontecimiento literario. Escritura del paisaje. El escritor tiene en el gabinete de trabajo una especie de pantógrafo que traslada el ritmo vegetal y las texturas de la naturaleza a la sintaxis del lenguaje y de las letras. Basta con ver su escritura (su rítmica grafía encabalgada: como una cenefa céltica) para entender el sentido último de la palabra bocarribeira.

Hace años caminaba ensimismado por el andén de una estación del metro madrileño cuando una hoja arrugada de un periódico vino hacia mí. Asomaba desde una providencial papelera. En la basura a veces se encuentran cosas prodigiosas (lo mismo que a menudo los escaparates rutilantes muestran sólo el vacío y la desolación más trivial). No había comprado el periódico aquel día. Daba igual. Estaba escrito. Aquel hermoso texto de Berger llegó intacto a mis manos. Las palabras de aquel artículo las conservo en la memoria y en una zona de la biblioteca que tiene un rótulo imaginario: Territorio Berger (donde conviven sus libros). Allí, en ese artículo habla de los campesinos gallegos: de sus rituales y fiestas. El globo multicolor. El escritor fue testigo de la conmemoración de un tiempo cíclico, con esperanza de reencuentro (en la fertilidad nutricia de los ciclos de la tierra). La crónica de la elegancia moral, los trajes de lino. El color espeso del vino tinto. "Los anillos del pulpo tienen el sabor de mar". Crónica deslumbrada de la supervivencia campesina. Sobrevivir como triunfo. Testimonio de resistencia. Como en una espiral mágica, escuchar hoy de viva voz el nombre de Betanzos, se fusiona con el recuerdo de aquel artículo publicado en este mismo períódico: "Hombres y mujeres comiendo" (el 3 de octubre de 1993) donde habla de dos comidas juntas en la memoria: una tiene lugar en el legendario Maxim?s de París invitado por unos amigos rusos, la otra acontece en Betanzos.

Por ésta y otras mucha razones ese gallego de adopción que se llama Berger merece la medalla Castelao. Conviene adelantarse antes de que reciba el Nobel. Además Castelao y Berger harían muy buenas migas.

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