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Crónica:Fútbol | 11ª jornada de Liga
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Atlético golea casi sin pretenderlo

La rapidez de Torres y Agüero, decisiva en un encuentro plomizo

Aunque parezca mentira, el Atlético ganó ayer casi sin pretenderlo. Con una escueta exposición de sus recursos. Con la ley del mínimo esfuerzo. En realidad, venció básicamente por su rapidez en las dos áreas. Perea fue más veloz que los delanteros azulgrana, que siempre perdieron en el uno contra uno. Y la pareja atacante de Aguirre, Torres y Agüero, sacó varios cuerpos en sus arrancadas a Dehu y César, expulsado este último precisamente por eso (m. 65): por cazar a Torres cuando ya se le iba en un contragolpe, lo que terminó por cerrar un partido muy plomizo. Porque se jugó sin ritmo y sin intensidad. Con dos buenos goles de Maniche, sí, pero ya cuando el Levante había alzado la bandera blanca. Un Levante escuálido en todas sus líneas, sin un gramo de talento, sin un motivo para seducir a su hinchada, que se marchó tan fría como un témpano. Más contentos desfilaron los varios cientos de aficionados rojiblancos, que dieron por bueno el resultado a falta de emociones y cuestiones estéticas.

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Sin creatividad en el centro del campo, con dos medios centro de contención (Berson y Camacho), el Levante marcó un ritmo pesadísimo con el que el Atlético se sintió encantado. Sólo debía marcar bien a Kapo, puesto que Riga se marcaba solo. Nino, inexplicablemente, estaba en el banquillo. Al menos, hasta la segunda parte. El conjunto granota abusó del balonazo a seguir, en lo que el rey fue Perea, el más rápido de entre los rápidos. En medio de la nada, sólo Agüero despertó de vez en cuando del sopor para amenazar siempre con algo diferente. A golpe de cintura, despellejaba a los dos sabuesos que le perseguían y caía abatido por una falta. Los centrales del Levante fueron una bicoca. Lo advirtió Torres y se animó tímidamente. Sobre todo, a partir del penalti que transformó, consecuencia de una penetración de Antonio López hasta la línea de fondo cortada por una entrada a destiempo de Dehu dentro del área. En la misma acción, la defensa granota no cometió un penalti, sino dos: Breson tocó a continuación el balón con la mano. Para que no hubiera dudas.

El Atlético se encontró de pronto con ventaja sin ningún merecimiento. Era el momento de soltar amarras, de cerrar el partido, pero el cuadro de Aguirre se tomó su tiempo antes de escapar de la mediocridad general. Más bien se sintió muy a gusto. En el descanso, López Caro pareció tirar la casa por la ventana. Retiró a dos jugadores defensivos (Camacho y Rubiales) por dos ofensivos (Nino y Luyindula). El partido, eventualmente, se desató. Pasó más en un par de minutos de la reanudación que en toda la primera parte. Y no es que fuera mucho. El caso es que, poco a poco, el choque fue adentrándose de nuevo en las profundidades del aburrimiento. Y a ello contribuyó también Aguirre cuando decidió que Agüero ya había jugado suficiente. Entró Costinha, en toda una declaración de intenciones. Vegetó el Atlético, dominó el Levante, se movió Nino sin llegar a producir ningún desequilibrio en el área de Leo Franco. Perea y Zé Castro le dieron una tarde plácida a su portero.

El Levante, en suma, fracasó en su intento de generar fútbol. Y no sólo eso, sino que acabó por suicidarse poco después por medio de César. El ex central del Depor falló un pase sencillo que le cayó a Torres en el centro del campo y con posibilidades de contragolpe. Inició la carrera el capitán atlético y César, consciente de su lentitud, pensó que no le quedaba más remedio que derribarle por detrás. Una entrada brutal que le costó la expulsión y finiquitó el partido. No había ninguna duda. Aunque, por si acaso, las disipó poco después Maniche. Colocó la pelota en la escuadra izquierda de Molina tras un pase atrás de Galletti. El mediocampista portugués corrió a celebrarlo con gran entusiasmo con el ayudante de Aguirre, Nacho Ambriz. Se recorrió medio campo. En vena como estaba, Maniche volvió a marcar poco después, esta vez en un cabezazo en plancha, después de un centro templado de Antonio López desde la izquierda. Fue extraño. La comodidad con la que remató el internacional portugués. No era un contragolpe, sino un ataque reposado. Y Maniche estaba solo, libre en una radio de cinco metros, enfrente del área pequeña. Como en los entrenamientos. De aquí hasta el final fue una pachanga del conjunto de Aguirre, una práctica sobre cómo conservar la pelota ante un Levante que levantó la cuchara, sólo preocupado por evitar más goles.

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