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Reportaje:VIAJE DE AUTOR

Los dos mares de Mauritania

Por el país africano, de las playas atlánticas a las legendarias pistas del desierto

Siempre aprendemos, aunque a veces nos parezca que aprendemos al revés, que conceptos nuevos reflejan nuestra ignorancia, pues lo aprendido siempre ha estado ahí. En los últimos meses hemos escuchado la palabra cayuco, esas embarcaciones haciendo agua que llegan a Canarias con personas deshidratadas que han cruzado el mar ("esa otra muerte", dijo Borges, y la metáfora aquí no puede ser más triste y certera) buscando materializar sus esperanzas. Si, en los mapas que nos muestran los periódicos, seguimos el itinerario de esos cayucos en sentido contrario, llega nuestro dedo a costas en las que tal vez nunca antes reparamos. Como las de Mauritania. Costas que albergan los bancos de pesca más codiciados del mundo, anchas playas de arena blanca y que son la puerta de entrada de otro mar: el desierto, el interior de la amplia Mauritania, la pobre, hermosa y hospitalaria Mauritania.

Mauritania permite diferentes tipos de viajes. Quizá la solución más cómoda consista en uno de los recorridos en 4×4 que organizan algunas agencias, aunque también es posible peregrinar en solitario por lugares donde anduvieron viajeros míticos, como el aviador y escritor Saint-Exupéry (en ese caso nos puede resultar útil el cuaderno de viaje de Pedro Delgado Al sur del Sáhara).

Nouadhibou

Desde Gran Canaria podemos volar a Nuackchot o Nouadhibou. Nuackchot, la capital, nos invita a abandonarla pronto después de visitar el bullicioso puerto y comprobar en sus calles que estamos en África, que las cabras se pasean entre las personas y que automóviles que jamás pensaríamos que fuesen capaces de funcionar circulan sin problemas. Nouadhibou es diferente. Al norte, muy cerca de la frontera con el Sáhara Occidental, nos muestra nombres que hemos leído en la prensa, como Cabo Blanco. Los pocos kilómetros que separan Nouadhibou de Cabo Blanco constituyen un espectáculo inquietante, hermoso y fantasmal: una sucesión de barcos abandonados en la costa, gigantes de hierro varados, escorados para siempre, monumentos de óxido, un cementerio metálico. Nos hablarán de sus hermanos saharauis y de su suerte adversa, y comprobaremos que las túnicas y el té, fuerte y servido siempre de tres en tres vasos, son los mismos que encontramos en el Sáhara.

Pero queremos adentrarnos en el desierto y sus oasis, viajar al interior de este país grande y poco poblado, cruzar pueblos donde el extranjero es bien recibido. Olvidemos Oualata, una joya alejada en el sureste, cerca de Malí. Busquemos Atar, y desde allí partamos a Chingetti, a Terjit o a Ouadan.

Atar

Si salimos desde Nuackchot, hay unas seis horas en coche hasta Terjit (40 kilómetros antes de llegar a Atar), aunque si nos atrevemos a seguir coleccionando trenes legendarios y no somos muy escrupulosos (o nada escrupulosos), saldremos desde Nouadhibou en tren hasta Choum, y de ahí en taxi hasta Atar. El tren es un ferrocarril minero que tiene fama de ser el más largo del mundo, y hay quien dice que también el más sucio y lento. Doce horas en tren. Más de dos kilómetros de vagones cargados de polvo de mineral con sólo tres vagones para pasajeros. Sin luz (la mitad del recorrido se hace de noche), con el polvo y la arena del desierto barriendo constantemente los compartimentos, atraviesa unos paisajes espléndidos, ofreciéndonos diversos tipos de desierto, a cual más bonito. La gente -tanto hombres como mujeres- hablará con nosotros (conviene refrescar nuestro francés) y compartirá sus vituallas. El taxi nos llevará a Atar por pistas para nosotros casi invisibles, y cruzará un valle con poblados de chozas subiendo las montañas hasta Atar, donde alguien nos invitará a otro té, nos pasearemos por callejas de tierra entre casas de adobe, y saldremos camino a Chingetti.

Chingetti

Dos horas de camino lento pero precioso. El 4×4 (el único tipo de vehículo en que podemos hacer el recorrido) sube montañas que recuerdan el Gran Cañón del Colorado, hasta llegar a una meseta con un paisaje de sabana que, después de un puñado de kilómetros, se convierte en un desierto de arena en cuyo comienzo está Chingetti, la séptima ciudad santa del islam, un laberinto de muros de piedra que a veces parecen incapaces de contener la arena de las calles. Palmeras, pozos adonde acercan a los dromedarios al amanecer, callejones que esconden bibliotecas antiguas con ancianos manuscritos islámicos que nos enseñarán con gusto (con gusto también pagaremos algo, claro). Puertas centenarias con curiosos mecanismos de cierre; una antigua mezquita con la torre de piedra; la posibilidad de hacer una excursión en camello por el desierto, bajo el firmamento más claro, entre dunas, a la sombra de unas palmeras. Por la noche, la ciudad cuenta, durante tres horas, con luz eléctrica, gracias a la Agencia Española de Cooperación. También con un hospital de la Fundación Chingetti, de Murcia.

Terjit

En la carretera que une Atar con Nuackchot, a 40 kilómetros de Atar, comienza la pista que conduce a Terjit. El valle rodeado de montañas de cumbre plana, la arena a lo lejos, un poblado de chozas de paja y adobe de planta circular, y un cañón que se estrecha y por el que se adentra un impresionante palmeral que hace que el sol apenas golpee. Una poza natural de agua templada donde bañarnos, alojamiento muy barato en el mismo oasis, un cuscús que al llegar nos preguntan si queremos que nos lo preparen para cenar, té, más té, la sensación de estar en otro mundo, la paz, las estrellas que empezamos a adivinar entre las hojas de palma, el sonido del agua y del viento leve, poder dormir al raso, programar excursiones para el día siguiente o pasarlo allí, charlar con otros viajeros, con alguno de los encargados del oasis; si vamos solos, pelear un poco por los precios con el taxista que nos ofrezca sus servicios, disfrutar, comprobar que ha merecido la pena este destino.

Compruebo que el verso de Borges lo he recordado cambiado (escribió: "La muerte, ese otro mar"), pero como dije que a veces aprendemos al revés, mejor dejarlo.

- Pablo Aranda (Málaga, 1968) es autor de la novela El orden improbable (Espasa).

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos- Mauritania tiene unos tres millones de habitantes.- Moneda: un euro equivale a unos 360 ouguiyas.Cómo llegar- Air France (www.airfrance.es; 902 20 70 90) tiene vuelos desde Madrid y Barcelona, con una escala, a Nuackchot, a partir de 518,72 euros, suplementos incluidos.- La mayorista Nobeltours (disponible en agencias; www.nobeltours.com) ofrece un paquete de 9 días/8 noches en Mauritania, pasando por Nuackchot, Terjit, Chingetti o Atar, a partir de 1.670 euros, más tasas y suplementos. El precio incluye vuelos, traslados, guías turísticos y alojamiento en régimen de pensión completa.Información- Embajada de Mauritania en Madrid (915 75 70 06).

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