Cómo dominar una pastilla de jabón
Di Stéfano, Pachín, Pantaleón y Gento evocan al amigo húngaro, del que destacan su generosidad imprudente y un pie izquierdo sobrenatural
"¿Sorpresa? ¡Nosotros ya sabíamos que esto podía ocurrir! ¿Cómo no nos vamos a morir si tenemos ochenta años?". Sentado en su feudo de la Asociación de Veteranos, Alfredo di Stéfano despidió con una mueca de malhumor todo asomo de luto por la muerte de Ferenc, Pancho, Puskas. El presidente de honor del Madrid acudió ayer por la mañana a lo que él llama "mi córner", para cumplir con labores representativas y charlar un rato con viejos compañeros.
Estaban Pachín, Pantaleón, y Vicente Traín, entre otros. Oían a Di Stéfano con reverencia. La Saeta, que superó con éxito una operación de corazón hace un año, se mostraba fuerte y enérgico, dispuesto a opinar de cualquier cosa. Desde el elevado precio de las sardinas al origen de los auténticos gauchos, pasando por el tango, la patria chica de sus abuelos maternos, San Juan de Luz, y el calentamiento global. Rezongando, como siempre, con un finísimo sentido del humor con el que va repartiendo ocurrencias a su paso: "¿Yo bien? ¡Sólo la carrocería!".
Puskas solía recordar a Di Stéfano como una persona "impredecible". En su primera temporada en el Madrid, la 1958-59, ambos llegaron a la última jornada de Liga empatados con 21 goles cada uno en la cabeza de la tabla de goleadores. El Madrid jugaba contra el Granada y el húngaro no tardó en driblar al portero y quedarse solo ante la red. Sin embargo, no marcó. "Pensé para mí mismo, si marco aquí, Di Stéfano nunca me volverá a hablar", confesó en su libro Puskas sobre Puskas. "Lo mejor era que él fuese el máximo goleador y yo el segundo. Así es que lo esperé y le di el pase para que lo metiera él".
Ayer Di Stéfano prefería hablar de todo antes que del amigo muerto. Sin embargo, tuvo palabras en memoria de su generosidad desproporcionada. "Fue mejor persona que jugador", dijo. "Y eso que como jugador fue extraordinario. Vino con 33 años y fue un fenómeno".
"El problema", objetó, "es que él era dadivoso. Tenía un agujero en la mano".
Por el hoyo de la mano de Puskas se escapó toda su fortuna. En la última década, hasta que el Madrid comenzó a mandarle dinero a la familia, mensualmente, su estado se aproximó a la pobreza. En la casa del héroe se acumulaban desparramados cientos de trofeos y recuerdos, copas, camisetas, escudos y botas de oro. Pachín, que le visitó en Budapest hace tres años, coincide con Di Stéfano: "Pancho lo soltaba todo. A sus compatriotas les daba dinero y los trataba de maravilla. Se cabreaba con nosotros cada vez que le decíamos que era demasiado generoso. ¡Le queríamos defender porque le estaban tomando el pelo!".
Cada vez que piensa en Puskas, Pachín imagina lo mismo. "Lo primero que me viene a la mente es el gol", dice. "Cada vez que cogía la pelota nos dábamos la vuelta porque sabíamos que era gol. Su gordura era distinta de la de Ronaldo: Pancho era más ancho de cadera y de tripa, pero sus gemelos se parecían a mis muslos. Pensabas que no se movería y te engañaba. Tenía una velocidad de reacción superior y su zurda era mejor que una mano. Un día, después de un entrenamiento, puso seis balones a un metro del área grande y dijo: 'Le voy a dar seis veces al larguero'. Nosotros contamos: la primera, la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta y la sexta. ¡Increíble!".
Pantaleón era un central joven y fuerte. Jugaba en la Unión Deportiva Las Palmas cuando se enfrentó a Puskas. Estaba lleno de confianza en sí mismo. "Pensé", recordó ayer, "que si me pegaba a él no le dejaría moverse. Yo era muy rápido y él estaba ancho y lento. Hasta que en una jugada, Gento subió la banda, le dio el balón, él dio un paso y chutó. Fue gol. No necesitó más que medio metro para colocarse y preparar la pierna. Lo hizo con un gesto rápido, sin apenas moverse. Su golpeo fue seco y colocado, a media altura, pegado a los palos. Las tres veces igual. Nos hizo tres goles".
Gento, que por problemas de salud ha dejado de acudir a la Asociación de Veteranos, fue el compañero de habitación de Puskas en los desplazamientos con el Madrid. Ambos forjaron una estrecha amistad a base de asombro. A Puskas le sorprendía la velocidad del cántabro. A Gento, la técnica del húngaro. "Puskas tenía el pie más sensible del equipo", dijo; "controlaba el balón mejor que Di Stéfano. ¡Y lo que le echaras! En las duchas yo le tiraba el jabón mojado y el tío lo amortiguaba en su pie y lo dominaba: tac-tac-tac...".
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