En memoria de un maestro
Quizá la mejor manera de iniciar esta pequeña semblanza intelectual de quien se nos ha ido definitivamente sea recordar una entrevista concedida a finales de los años noventa en la que José María Jover Zamora evocaba el despertar de su vocación de historiador y aludía a la dramática fecha de su ingreso en la Facultad de Filosofía y Letras, septiembre de 1939, y a cómo fue la impronta del presente lo que le hizo vivir la historia como algo mucho más complejo, dramático y real que lo que dejaban traslucir los relatos convencionales y lineales que le habían proporcionado sus lecturas. Los aspectos políticos e internacionales le interesaron desde el primer momento, pero fueron sobre todo los aspectos éticos de la guerra los que le conmovieron y le impulsaron hacia el estudio de una disciplina que no siempre acertaba a ponerlos de manifiesto. Y desde entonces, en su andadura profesional, desde su Cartagena natal, a la Universidad de Murcia y luego a la que entonces se llamaba Central, y desde los inicios de su magisterio, primero en la Universidad de Valencia y después en la Complutense, siempre se mantuvo fiel al compromiso de hacer y entender la historia con el máximo rigor científico, pero sin olvidar la necesaria referencia a los fundamentos sociales y humanos de los hombres y las mujeres protagonistas del pasado.
Formado en un contexto intelectual no demasiado amable, en el que guardaba un excelente recuerdo de algunos profesores y amigos, en buena medida autodidacta, y dotado de un verdadero espíritu crítico, inició sus investigaciones sumergiéndose en la escritura del barroco y preguntándose por la conciencia histórica de un periodo que él mismo consideró como un quiebro respecto al anterior y del que su tesis doctoral, 1635. Historia de una polémica y semblanza de una generación, reeditada hace pocos años, supone un verdadero hito en la historiografía modernista española. Frente al carácter mucho más homogéneo de las aportaciones de otros historiadores de su generación, le interesaron los problemas muy distintos y hasta el último momento se sintió tentado por abordar otros nuevos, quizás porque sus inclinaciones tendieron más a lo sectorial que a lo cronológico. Por ello primero, diversificó sus estudios entre los siglos XVI y XVIII, y cerró el ciclo dedicado a este periodo con un lúcido e imprescindible trabajo dedicado a la Guerra de la Independencia, para después desplazarse hacia tiempos y problemas más inmediatos. Algunos viajes al extranjero y, sobre todo, su participación en el Congreso de Ciencias Históricas de Roma del año 1955, le inclinaron definitivamente hacia el estudio de las relaciones internacionales y a una forma determinada de hacer historia que oscilaba de las mentalides, aunque se mantuvo siempre abierta a nuevos planteamientos, ya no abandonará nunca. Fue en estos años cuando comenzó a concebir la historia de España de forma más compleja, y a dar entrada en ella a perspectivas no castellanas, como muestra su tantas veces citado trabajo Sobre los conceptos de monarquía y nación en el pensamiento político español del Barroco y cuando descubrió la problemática social y la apertura de una nueva parcela de intereses vinculados a las mentalidades de distintos grupos sociales que representan muy bien un conciso estudio que también constituyó un hito en la historiografía española; Conciencia burguesa y conciencia obrera en la España contemporánea.
José Maria Jover fue un gran conocedor del siglo XIX, desde Isabel II a la Restauración que siempre mostró una especial inclinación por la Revolución de 1868. No desdeño las reflexiones historiográficas siempre comprometidas sobre su propio presente, y nunca el rigor le impidió establecer nexos entre personas y corrientes diferentes. Siempre le gustó resaltar la continuidad de una tradición intelectual que el exilio había roto y defender su independencia intelectual. Su agudeza a la hora de abordar el estudio de las mentalidades populares o de utilizar fuentes literarias, entonces bastante denostadas, quedaron plasmados en una serie de trabajos de cuya modernidad en planteamientos y conceptos, solo hoy somos plenamente conscientes. Su giro final hacia la historia de la civilización y sus precisiones conceptuales son una lleva para entender muchos de sus escritos anteriores. Admirador de Galdos a quien siempre consideró su verdadero maestro y especialmente atento a lo que fue una de sus grandes obsesiones, la integración de la historia española en la historia europea o las relaciones con Portugal, de sus mano salieron algunas de las mejores páginas dedicadas al estudio de las relaciones internacionales de una potencia que se debatía entre el pasado y el presente, llevada en demasiadas ocasiones por unas clases dirigentes que no estaban a la altura de las circunstancias. Pero además de sus aportaciones personales, su dirección desde los años setenta de la Historia de España iniciada por Ramón Menendez Pidal le permitió abordar la compleja sistematización de una obra de características muy especiales a la que dedicó toda su atención y que, además de sus colaboraciones, puede percibirse claramente su impronta. Obra coral, no de escuela, abierta a todos los que en su momento respectivo tenían algo que decir sobre un tema, y en la que los nombres cargados de experiencia se daban la mano, con otros casi desconocidos que constituían su personal apuesta de futuro.
José María Jover fue un gran historiador cuya impronta marco las generaciones que pasaron por sus clases en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense. Fue un investigador riguroso que tuvo además el don de escribir con una gran calidad literaria, quizás la única r forma de romper la barrera de la erudición, sin traicionar la función del intelectual. Supo interesar a sus alumnos y a sus lectores y hacerles partífices de sus razonamientos y de sus preocupaciones y nunca confundió la objetividad con la asepsia. Ajeno a cualquier frivolidad intelectual, al ajetreo y las prisas que presiden nuestra vida académica, el vacío que deja a sus discípulos, que fuimos sus amigos, es inmenso. Con el se va no solo un gran historiador sino un hombre comprometido y sincero que supo dar a los demas lo mejor de si mismo. Somos muchos los que le debemos nuestra formación como historiadores, y que tuvimos el privilegio de contar con su palabra.
M. Victoria López-Cordón Cortezo es catedrática de Historia Moderna de la Universidad Complutense
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