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Columna
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Candombe, brujas y vudú

Como aves precursoras de lo invisible, en Madrid aparecen y se multiplican las brujas y la santería ("sistema de cultos que tienen como elemento esencial la adoración de deidades surgidas del sincretismo entre creencias africanas y la religión católica", señala el diccionario). Esta semana la policía ha decomisado en la capital cuatro de estos establecimientos, incautando, entre otras cosas sorprendentes, patas de mono, una rana africana, pezuñas de elefante, pieles de jaguar, huesos de serpiente pitón y restos de animales protegidos por el Cites (Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna Silvestre). Hay gente para todo. Lo dice la Biblia en el Libro de los Proverbios: "Stultorum numerus infinitus est" ("El número de los tontos es infinito").

Éramos pocos y parió la abuela. Hay gente que, desesperada de las entidades bancarias, acude al candombe ("baile de ritmo muy vivo, de procedencia africana"). Otros, recelosos de los médicos, se ponen en manos de un chamán ("hechicero al que se supone dotado de poderes sobrenaturales para sanar a los enfermos e invocar a los espíritus"). Algunos, para conseguir amor y sexo a la carta, se apuntan al vudú ("cuerpo de creencias que incluyen fetichismo, culto a las serpientes y sacrificios rituales"). Todo esto existe aquí y ahora. Muchos ciudadanos que se cruzan contigo por la calle y algunos conocidos confían en brujos para cuestiones fundamentales: salud, dinero, amor. Menos mal que ya no existe la Inquisición. ¿Quiénes están como cabras, ellos o el resto de los contribuyentes? ¿Hay alguien razonable en este mundo traidor?

Sea lo que fuere, es fascinante la oferta que las tiendas de santería exhiben en sus escaparates. En una de la calle de López de Hoyos aparecen polvos "contra el mal de ojo", ungüentos para "callar los chismes", preparados para "tapar bocas", jazmín "abrecaminos", eucalipto "rompemal", velas lujuriosas, inciensos libidinosos. Hay otra tienda en Madrid especializada en el rito cubano de la Regla Conga (Palo Ma yo mbe), que consulta a los muertos y utiliza restos humanos en sus rituales. Parece una novela inquietante, pero todo esto ocurre en Madrid, aquí, ahora.

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