_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Filósofa, científica, artista

Desde el punto de vista del discurso, de la estructura de la narración, de la composición y la puesta en escena de la danza, me decepcionó el espectáculo Nefés que Pina Bausch trajo al Festival de Otoño. Sí hubo esos hermosos instantes, propios del baile, en que la fugacidad se vuelve virtuosismo, hubo un humor de agradecer, delicados y brillantes solos, pero el conjunto de la obra me dejó un regusto a carencia, a reiteración, a relato simple, acaso críptico, o representación pobre de una imagen que se quisiera mayor.

Disfruté, no obstante, y como siempre que los bailarines son de calidad, viendo bailar, admirando el milagro (no existe: el esfuerzo, la creación, el prodigio de la condensación de posibilidades, de la máxima concentración) de los cuerpos en danza: la postura inédita, el insólito movimiento, el lenguaje carnal, muscular, el deslumbramiento del gesto improbable, la dificultad de la belleza posible. Su morfología. Su ser. Y distraje el tedio y el cansancio producidos por un espectáculo largo y repetitivo advirtiendo los puntos en común que la articulación de la danza contemporánea tiene con el yoga, cuya práctica se ha puesto de moda a riesgo de frivolizarse, lo que no merma un ápice el valor de su sabiduría, su excelencia como disciplina. "El yoga es, como la música, el ritmo del cuerpo, la melodía de la mente, la armonía del espíritu, creando la sinfonía de la vida", describe BKS Iyengar, creador del estilo de yoga que lleva su nombre.

Mientras nuestro Congreso de los Diputados se desgañita en sucias y espurias luchas, la Puerta del Sol se desloma sobre sí misma forzada por taladros, cercada, destripada, mientras los autobuses bufan, los motores rebufan, braman los cláxones, chillan las sirenas, se burlan las motos sin silenciador, los transeúntes tropiezan, trastabillan, zigzaguean, basculan, vacilan, se tambalean, son un titubeo, empujan, cabecean, se tuercen, se retuercen, se contraen, contrariados, contrarios, mientras los árboles expiran y los pájaros se infectan, a cinco pisos del asfalto de la misma Carrera de San Jerónimo un grupo de yoguis y yoguinis del Centro de Yoga Iyengar Madrid-Sol se concentra en el más mínimo detalle de la postura y el movimiento de su cuerpo. Con los pies bien plantados en el suelo (¡abrid al máximo las plantas, ensanchad el arco de apoyo que dibujan los dedos, firmes los talones, compensados al límite los bordes, sin forzar los tobillos, sostenidos por la potencia de las piernas, esas rótulas siempre arriba, arriba, siempre en línea con el empeine, los cuádriceps fuerte hacia atrás, fuerte, el coxis hacia dentro!) no deben perder un instante la atención si quieren mantener el equilibrio.

Cada una de las partes es imprescindible, indisociable del todo que es su cuerpo (¡los hombros atrás, el pecho fuera, arriba los dorsales, abajo esos trapecios, la nuca recta, la cabeza alta, en línea con la columna, los ojos abiertos al frente, los párpados relajados, la frente ancha, los labios flojos, reposada la lengua, los brazos estirados al máximo, al máximo, como si salieran del centro mismo del esternón, las manos lejos, lejos, la punta de los dedos buscando el infinito, ese coxis adentro, se han caído las rótulas, arriba, arriba, abiertas, bien abiertas las plantas de los pies!). Como una Pina Bausch estricta y cargada de humor, la maestra María Ángeles (hay otros, ella es la mía) explica, demuestra, insiste, exige. Sabe que la dificultad de esa minuciosa concentración, la consecución de la postura física perfecta, es indisociable de un ejercicio mental igualmente difícil pero profundamente beneficioso para el desarrollo de la inteligencia y del espíritu: la unión al fin y en calma del cuerpo y de la mente, equilibrados en una suerte de meditación activa, libres de la traición del pensamiento y de la desestabilización del entorno, dueños (valga la inexacta, ajena expresión) del espacio vacío e infinito que todos, en todo, siendo todo, somos.

"Cuando practico, soy un filósofo; cuando enseño, un científico; cuando hago una exhibición, soy un artista", dice Iyengar. A veces me imagino Madrid haciendo yoga. Me refiero a todo, a la ciudad misma: los edificios, las aceras, los coches, las tuneladoras, las antenas, las tiendas, los andamios, las fuentes, los árboles, los pájaros, los semáforos, los peatones, los ancianos, los niños, los políticos.

La imagino buscando el ritmo, la melodía, la armonía, creando la urbana sinfonía de su vida. Concentrada en la postura perfecta. Aspirando a ese equilibrio, a esa inteligencia. Combinando cuerpo y mente para ser espíritu. Filósofa, científica, artista, dueña en calma de su espacio vacío e infinito.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_