_
_
_
_
_
Crónica:NUESTRA ÉPOCA.
Crónica
Texto informativo con interpretación

Irak es la guerra que nunca acaba

Tal vez finalice algún día, tras un baño de sangre que enfrente a chiíes y suníes

Timothy Garton Ash

Cuando termine esta guerra sangrienta, ¿seguiremos en guerra? Al margen de que, después de las elecciones legislativas del próximo martes, el Congreso de EE UU recién elegido y controlado por los demócratas emprenda un examen post mortem (por una vez, el término resulta apropiado) de la guerra de Irak. Desde hace años, Irak es la guerra que no acaba nunca. Pero un día acabará, tal vez después de una orgía de sangre aún peor, que enfrente a chiíes y suníes tras la retirada de EE UU.

¿Seguiremos en guerra entonces? ¿Es posible que el 11-S y Afganistán, Irak y los atentados de Londres, Madrid, Bali y el resto, no fueran más que páginas del primer capítulo de una larga saga llamada La guerra contra el terror? Una guerra sin un final visible. A pesar de todas sus críticas por cómo ha llevado a cabo Bush las guerras de Irak y Afganistán, los demócratas, en general, no discuten el concepto fundamental de la guerra contra el terror. Se limitan a decir que ellos podrían hacerlo mejor. Sólo unos cuantos demócratas intelectuales, como el financiero y filántropo George Soros, insisten en que la idea en sí de la guerra contra el terror es, según sus palabras, "una metáfora falsa".

Utilizar el término guerra dignifica a los terroristas, al otorgarles la categoría de partes beligerantes cuando habría que tratarles como a criminales
No veo al presidente John McCain o a la presidenta Hillary Clinton, ni al primer ministro Brown, declarando que asumen "la lucha". Hay que buscar otra palabra
Según Mathew D'Ancona, director de 'The Spectator', los terroristas libran una guerra psicológica a largo plazo. "No es la guerra fría, sino la del sudor frío"

La mayoría de los europeos, en cambio, está de acuerdo con Soros. Y en esta columna he defendido esa postura. El Néstor de los historiadores militares británicos, sir Michael Howard, se nos adelantó a todos con un brillante artículo titulado ¿Qué significa un nombre?, publicado en la revista estadounidense Foreign Affairs, meses después de los atentados del 11 de septiembre. Cuando el entonces secretario de Estado, Colin Powell, declaró que Estados Unidos estaba "en guerra" contra el terrorismo -escribía Howard-, "cometió un error muy natural pero terrible e irrevocable". Aparte de todo lo demás, utilizar ese lenguaje dignificaba a los terroristas, al otorgarles la categoría de partes beligerantes cuando habría que haberles tratado como a criminales. Curiosamente, el propio hecho de acuñar ese término fue una especie de exaltación del terrorismo.

Las palabras políticas tienen consecuencias, sobre todo cuando se trata de grandes palabras como éstas y las utiliza el Estado más poderoso de la Tierra, y quizá alguien podría sugerir que se ha derramado mucha sangre como consecuencia de ellas. A lo que tal vez se podría responder que la sangre se habría derramado de cualquier forma, aunque el Gobierno de Bush hubiera escogido otra metáfora, y nunca podrá demostrarse que no habría sido así. Pero está claro que, tras el 11 de septiembre de 2001, cada vez que la Administración de Bush decía "guerra", se refería a una guerra en el sentido habitual de unas personas armadas y entrenadas a las que se ordena que maten a otras personas, de forma abierta o encubierta. En 2002 le pregunté a un alto cargo del Gobierno estadounidense cómo podía acabar esta guerra contra el terror. Me contestó: "Con la eliminación de los terroristas". Es verdad que desde el principio reconocieron que no se trataba de una guerra en el sentido clásico de dos ejércitos uniformados, pertenecientes a Estados rivales, en el campo de batalla. Sin embargo, la decisión de convertir Irak en un teatro central de la guerra contra el terror fue, entre otras cosas, un intento desesperado de volver a un tipo de guerra más tradicional que el ejército más poderoso de la historia podía ganar claramente y con rapidez. O eso creían.

En la última semana, he oído dos poderosos argumentos en favor de conservar la palabra guerra para describir el carácter esencial de esta época en la que vivimos. En dos conferencias sucesivas pronunciadas en Oxford, tanto el historiador de EE UU Philip Bobbitt, autor de The shield of Achilles [El escudo de Aquiles], como Matthew d'Ancona, director del semanario británico conservador The Spectator, insistieron en que Irak no debe hacer que renunciemos a hablar de "guerra contra el terror". Ambos contrapusieron la noción de guerra a la de lucha contra el crimen, de la que son partidarios muchos liberales europeos. Sí, en Irak se han cometido graves errores, dijo D'Ancona, pero estamos ante un tipo de guerra tan nuevo que esos graves errores eran inevitables. Al nuevo terceto terrorífico de Estados descontrolados, armas de destrucción masiva y terrorismo internacional -que tan a menudo evoca Tony Blair- no se le puede derrotar con los viejos instrumentos de la guerra fría, contención, disuasión y no proliferación. Los terroristas libran una guerra psicológica a largo plazo que pretende reducirnos a un estado de terror. No es la guerra fría, dijo D'Ancona, es la guerra del sudor frío.

Tres guerras contra el terror

Bobbitt, por su parte, habló nada menos que de tres guerras contra el terror: contra las redes globalizadas de terroristas, contra la proliferación de armas de destrucción masiva y contra las grandes agresiones naturales y no naturales que afectan a la infraestructura civil, desde los terremotos y las consecuencias del calentamiento global hasta el genocidio y la limpieza étnica. Es decir, cubrió todas los supuestos.

Los dos dijeron cosas asombrosamente parecidas, muy alejadas de la retórica grandilocuente inicial de Bush, Cheney y Rumsfeld. "Estamos -insistieron ambos- en una lucha generacional, de larga duración, que exige no sólo patriotismo sino paciencia". Ninguno de los dos justificó Guantánamo ni Abu Ghraib. Los dos estaban de acuerdo en que esta guerra hay que combatirla dentro del marco de las leyes internacionales, aunque es preciso adaptarlas a las nuevas circunstancias. Y ambos hicieron hincapié en el nuevo contexto de lo que Bobbitt llama "Estados mercado", en los que los ciudadanos se han vuelto una especie de consumidores y los Gobiernos se comportan como empresarios nerviosos. ¿Al consumidor no le gusta el producto? Se retira de las estanterías inmediatamente. Se habla de nuestra presencia en Irak, dijo D'Ancona, como si fuera una compañía que cotiza en Bolsa y cuyas acciones están cayendo en picado. Son argumentos importantes que un sector de la izquierda británica y europea ya ha adoptado como propios.

Término inapropiado

Pese a todo, no lograron convencerme de que no haya que rechazar la expresión "guerra contra el terror". En mi opinión, sí hay que hacerlo. Nunca fue un término apropiado. Independientemente de las cosas que hubieran podido ocurrir, ahora está ya indisolublemente unido a una política concreta de EE UU que ha quedado desacreditada y una guerra real en Irak que ha resultado desastrosa. ¿Qué podemos perder renunciando a él?

Ahora bien, si decimos eso, necesitamos proponer una alternativa que refleje la dificultad del reto. Tal vez sería mejor tratar a los terroristas internacionales como criminales internacionales, pero el crimen no basta como metáfora para describir toda la situación. Esto es algo más que crimen y algo menos -o, por lo menos, distinto- que guerra. Ya "guerra fría" era un término un poco forzado. Esto es llevarlo demasiado lejos.

Una palabra que surge constantemente en las descripciones de lo que estamos viviendo es "lucha". Y, a la hora de la verdad, es eso. Ésta es una lucha a largo plazo para defendernos de una serie de amenazas nuevas contra las sociedades libres y abiertas. Lo malo es que la palabra "lucha" también tiene sus connotaciones problemáticas. En alemán no sirve, desde luego; en cualquier caso, no desde Mein Kampf. En las lenguas románicas suena bien, aunque tiene fuertes ecos de las viejas batallas de la izquierda: "la lutte des classes!", "a luta continua!". En inglés -al menos, en inglés de Inglaterra- suena vagamente a gente repartiendo ejemplares de Socialist Worker en esquinas barridas por el viento, aparte de que struggle

[lucha en inglés] se asocia a otro significado poco feliz, el de "esforzarse para aprobar". Francamente, no veo al presidente John McCain o a la presidenta Hillary Clinton, ni al primer ministro Gordon Brown, declarando que asumen "la lucha". Así que voy a luchar y a esforzarme para dar con otra palabra mejor. ¿A alguien se le ocurre una idea?

Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_