Al sur
Estuvimos en el sur del sur. En el sur de Tenerife, allí dónde casi se termina el sur español -hay más sur, Gomera, Hierro, pero no mucho-, allí dónde pasan el invierno miles de europeos y privilegiados jubilados españoles. Allí dónde viven los canarios que no saben qué es el invierno. También por ese sur, de hermosos y tranquilos pueblos, de plantaciones plataneras, de pesca, playas y turismo, es por dónde entran muchos de los que se fugan de su vida al sur. Los africanos del sur del Sáhara, los que huyen en cayucos de sus pobres vidas del sur, cuando llegan al sur de Canarias, es como si hubieran conquistado un lugar en el norte. Muchos lo intentan, pocos lo consiguen, pero el sueño de otra vida, la quimera de occidente, la huida al norte, el sueño de un futuro mejor, ¿quién puede o debe parar los sueños?
En Guía de Isora, apacible y razonable pueblo con aspecto colonial, entre plátanos, campos de golf, entre sus puertos pesqueros y un mar que mira a la Gomera, se celebró un festival internacional de documentales. Un encuentro pensado por el poeta isleño, Alejandro Kráwietz, que en su primera edición demostró la cantidad de historias que se pueden contar desde los sures geográficos, políticos o estéticos. El cine documental, aunque tenga muchos de sus maestros entre las gentes del norte, siempre parece que es un cine de gentes del sur.
Sureños del norte el sur, como decía el recordado roquero sevillano, Silvio. Un sureño capaz de cantar a las vírgenes con rock. Ese sureño que se sabía víctima de una antigua maldición, ganar el pan con el propio sudor, aunque él consiguiera sudar en Sevilla sin hacer nada. Eso de no hacer nada era bueno para Silvio, un hombre llamado tabaco, un genio musical que terminó demasiado pronto. Un sabio del dolce far niente que, sin embargo, tuvo que trabajar en la música. Poco, pero con calidad. Silvio decía que la "música era el silencio bien cortado". Estoy deseando ver el documental sobre Silvio, primer roquero español, más o menos de la edad de Miguel Ríos, que son el dúo de nuestra mejor prehistoria de los modernos que vinieron del sur.
En Guía de Isora vimos documentales de casi todos los sures, de israelíes a chilenos, de sudafricanos a iraníes. Buenos, malos, regulares, bienintencionados, necesarios y prescindibles. La mayoría mostraban vidas complicadas, situaciones duras, injustas o peculiares. También había otros de menos durezas. Y alguno tan personal como el que sigue la creación y los silencios del pintor Cristino de Vera. Ese es el mundo real o no tanto de los documentales. Después estaba el mundo real de fuera. Nos tocó manifestación en Santa Cruz que, para decirlo suave, parecía un desmemoriado ejercicio de la propia historia española y, principalmente, canaria. La manifestación, que decía no ser racista, no quería que a las islas llegaran más inmigrantes. Que ya estaban todos. Que ya no cabían más. No fueron muchos, pero eran demasiados. ¿Cuántos de ellos serían familiares de aquellos otros canarios que en años de necesidad se tuvieron que ir para buscar un futuro mejor al otro lado, a Venezuela, Uruguay o Argentina? Lo mismo que en la península hicieron con papeles o sin papeles -lo vimos en un documental de Docusur- camino de los nortes europeos que estaban situados en los márgenes de París, Hamburgo o Colonia.
Más memoria de nosotros mismos, menos manifestaciones contra los que vienen de fuera. Tenemos un problema, sí, habrá que buscar soluciones. No parecía que una solución fuera aquella manifestación contra el otro, los otros. Después paseamos por la Rambla y, una vez más, la memoria de tiempos duros nos asaltaba desde el nombre de la calle, de esa rambla y de muchas calles de Tenerife que se empeñan en seguir llevando nombres de los tiempos en que los españoles, los peninsulares y los isleños, tenían que huir por necesidad de trabajo, por deseos de libertad. ¿A nadie le extraña que el paseo principal de esa hermosa ciudad se siga llamando del General Franco? ¿Perdemos la memoria?
La manifestación se terminó. El festival también. Volvimos al hotel. Volvimos a la prosa y la poesía de Adam Zagajewski. El y los suyos saben mucho de migraciones. Dice que la música ha sido creada para le gente sin hogar. Que la pintura es el arte de los sedentarios. Y que "la poesía encaja con los emigrantes, aquellos desdichados que, con un patrimonio ridículo, se balancean al borde del abismo, a caballo entre generaciones, a caballo entre continentes".
Mascullaba la escritura de Zagajewski en la piscina del hotel. Delante un padre jugaba al fútbol. Era un hombre atlético, calvo, alto, se llama Zinedine Zidane. No se porqué me dio la impresión que ese padre, ese hombre tímido que juega en un lugar del sur con sus hijos, no ha debido olvidar que también los suyos emigraron un día de otro lugar del sur. Un poco de memoria, por favor.
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