Capellomanía
La sucesión de acontecimientos ha sido desconcertante. Los jugadores del Real Madrid se echaron al surco hace tres años; el nuevo presidente del club contrató a Fabio Capello para que los pusiera firmes, y este tratante con vocación de acemilero pidió un euro más que quien más ganase y puso a los chicos a correr y a los espectadores a bostezar. El resultado de la operación es asombroso: en el intento de recuperar la alta cocina hemos inventado las sopas de ajo.
Sólo unos meses después, el juego del Madrid repite como nunca y responde a la estética del cemento. Para Capello, el equipo soñado no consta de un muro, sino de un dique de nueve jugadores precedido de un ariete y escoltado por un portero: es el famoso uno-nueve-uno. Puesto que el fútbol elaborado le parece una antigualla florentina, su plan consiste en deshacerse de la pelota como si fuese una bomba de mano; cuanto más lejos caiga, mejor. Reconozcamos que en las últimas semanas su piel de caimán se ha ablandado un poco y que ha hecho una concesión provisional. Por el momento acepta que siete tipos se dediquen a guardar la portería, y los cuatro restantes, a divertir a los miles de ilusos que compran una entrada convencidos de su derecho a disfrutar. Conociendo sus gustos, estará escandalizado con semejante claudicación.
El panorama, sin embargo, sigue siendo sombrío. Puesto que Guti es la única opción disponible para iniciar el despliegue y que Raúl ha caído a una banda, el Madrid de ahora es un equipo fondón cuyo centro de gravedad no está en la pechera, sino en las posaderas. Con su inconfundible aspecto de pera de donguindo, tiene mucha base, poca altura y es sospechosamente asimétrico: largo por la izquierda y corto por la derecha. Si exceptuamos las aventuras de Robinho, el juego como tal ha desaparecido; puede que en una hora no veamos un solo ataque limpio y que, si alguien se atreve a tirar un caño o a marcarse una rabona, pierda el puesto, el escudo y el gañote. Conclusión: en un solo paso adelante hemos retrocedido treinta años. La involución, al poder.
Atrapado en un cuerpo tan deforme, el fútbol del Madrid sólo puede ser un pastiche garbancero. ¿Por cuánto tiempo? Imposible saberlo. El presidente Calderón hizo cinco promesas electorales: ficharía a Kaká, Robben, Cesc y Capello, y nunca intervendría en los asuntos del entrenador. Por el momento, sólo ha cumplido las dos últimas. Si algún reportero atrevido le pide explicaciones, se tienta el traje de luces, mira al tendido y escapa por ese burladero.
Digámosle sin rodeos que, con la excusa de disciplinar a los futbolistas, su lugarteniente está castigando a los espectadores.
Y que San Nicolita El Rumano sólo se aparece una vez.
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