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Columna
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Desembarco europeo

Hay todavía cine europeo, todavía llegan a las salas películas de Europa, fugaces y en horarios fatales, salvo alguna película española o excepcional, y ahora empieza el festival europeo de Sevilla, el Sevilla Festival de Cine. La historia ha hecho lo posible por extinguir todo cine que no sea estadounidense. Mi educación moral, mi infancia, mi formación religiosa, ha sido de cine americano, de Hollywood: los religiosos de mi colegio nos llevaban al Teatro Isabel la Católica, en Granada, a ver Los diez mandamientos y Ben-Hur. La historia sagrada era una historia americana, y se completaba con La conquista del Oeste y El día más largo, el desembarco en Normandía durante la II Guerra Mundial.

La salvación de Europa por los Estados Unidos de América supuso el aterrizaje masivo del cine de Hollywood en Europa, misión política, adoctrinamiento en el sueño americano. Ya, antes de eso, en Turín, Cesare Pavese leía y traducía apasionadamente literatura angloamericana para escribir poemas y novelas italianas. América era una vida, un mundo más favorable que el fascismo, aunque el fascismo valoraba el cine, y Mussolini fundó en 1935 Cinecittà, los grandes estudios de Roma, e inventó el doblaje, que ha tenido dos paraísos, Italia y España: el cine y la lengua eran los unificadores de la patria.

Pero, precisamente gracias al doblaje, las películas de Hollywood han establecido el único lenguaje cinematográfico que hoy nos parece aceptable: el americano de Hollywood. Hemos imaginado la Angloamérica tal como es en las películas, sin distinguir entre fábula y vida. Si ahora mismo el país hollywoodense fuera como sus películas, constituiría un caso extremo de brutalización e infantilismo. El actor John Turturro, que tendrá un premio en Sevilla y una película en competición, Algunos días en septiembre, de Santiago Amigorena, fue una vez el guionista Barton Fink en una película de los hermanos Coen. Fink, dramaturgo de calidad, desprecia la vulgaridad de Hollywood e intenta escribir guiones para Hollywood. Está estérilmente solo en un hotel siniestro. La vida se anima cuando empieza Hollywood y un asesino en serie corta cabezas.

La costumbre de ver sólo cine hollywoodense ha hecho que no entendamos otro código cinematográfico. Pero en la Unión Europea se montan cadenas de distribuidores locales, y la situación anímica mundial no es ajena a la antipatía que provocan las acciones del actual gobierno de Estados Unidos, demostración histórica, en tiempo real, de que la violencia entusiasta, de cine, es un asunto doloroso e indeseable. Veo anunciada más películas europeas estos días en los multicines, difícil operación de desembarco en territorio propio, porque el idioma cinematográfico de la mayoría sigue siendo americano.

En el bienvenido Festival de Sevilla se verá Luces al atardecer, del finlandés Aki Kaurismäki. Este director les pide a sus actores que eviten los movimientos exagerados, llorar, reír, correr, gritar, mover los brazos frenéticamente, es decir, todo lo que exige nuestro código cinematográfico hollywoodense-televisivo. "Todo lo que podría asustar a mi frágil público", subraya Kuarismäki, todo lo que lo saque de su ensoñación de cine a oscuras para volcarlo sobre el paquete de pop-corn, o de rosetas, como se decía cuando yo vi Ben-Hur. (La influencia del cine americano es importante: en aquel tiempo apareció un tabaco canario que se llamaba Ben-Hur y tenía el papel dulce. Los niños lo compraban.)

Que el espectador sienta emociones, pero las guarde en su interior, quiere Kaurismäki. Su película cuenta la soledad de los barrios más muertos de Helsinki, fríos e impersonales para que los personajes estén más solos: seducción, amor, trampa, traición y venganza, y un héroe salido de las películas del cine policiaco americano de los años 40 y las novelas negras americanas, y el tango, que, según Kaurismäki, es de origen finlandés, llevado por los marineros a la Argentina. Nuestro mundo es glocal, palabra inventada por la italiana Niva Lorenzini para decir que es local y global a la vez.

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