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Reportaje:

Italia se rinde al Palermo

La actual revelación del 'calcio' recuerda en muchos detalles al gran Verona de 1985

Enric González

En 1985 ocurrió un milagro: el Verona, un equipo modestísimo y recién ascendido, ganó la Liga italiana. Uno de los jugadores del Verona, Francesco Guidolin, entrena ahora al Palermo y sueña con vivir un nuevo milagro. El Palermo ocupa la cabeza de la clasificación, practica un juego eficaz y no teme a los grandes: el domingo pasado ganó 0-2 al Milan en San Siro.

El técnico Guidolin cree que existen paralelismos entre aquel Verona mágico de hace 21 temporadas y el actual Palermo. El Verona, por ejemplo, ganó el scudetto en su tercera temporada en Primera División; y la actual es la tercera temporada del Palermo en Primera. El Verona contaba con dos extranjeros relativamente baratos que resultaron muy rentables: el panzer alemán Hans-Peter Briegel y el delantero danés Larssen Elkjaer; el Palermo dispone del australiano Bresciano y del brasileño Amauri. Según Guidolin, que vivió desde dentro aquel sueño de hace más de dos décadas, el ambiente en el gran Verona era muy parecido al que se vive ahora en el Palermo.

Guidolin, actual técnico del Palermo, jugaba en aquel Verona campeón junto a Briegel y Elkjaer

Desde que ascendió a la máxima categoría, el Palermo ha tenido que superar una pérdida sensible al final de cada temporada. En la primera, se quedó sin Luca Toni, fichado por el Fiorentina. En la segunda, al exterior derecho Mariano González, que recaló en el Inter. Las contrataciones, sin embargo, han compensado esos golpes. El criterio básico ha consistido en llevar a la capital siciliana a jugadores periféricos, algunos ya internacionales pero hambrientos de éxito. Como Corini, un medio centro espléndido. O De Michele, un segunda punta que no acababa de florecer en el Udinese. O como Amauri, un ariete brasileño que pronto dispondrá de pasaporte italiano y sueña con ser convocado por la nazionale de Roberto Donadoni.

Otro elemento necesario para aspirar a un título es la suerte. Y el Palermo la tiene. El domingo, en Milán, recibió dos tiros a la madera, ambos desde fuera del área, en el plazo de tres segundos. A Fontana, el portero palermitano, se le escapaba la risa mientras su portería aún temblaba. Unos minutos después, en un contraataque, Amauri marcó el segundo tanto para los visitantes.

Mauricio Zamparini, propietario del Palermo, tiene, se supone, su parte de mérito: paga los fichajes. Zamparini, originario del norte de Italia, se hizo multimillonario con una cadena de grandes almacenes de muebles. Fue propietario del Venezia y no logró sacarlo del abismo. Luego compró el Palermo y se esperaba otro fracaso: Zamparini compone a la perfección el arquetipo del magnate que busca en el fútbol el reconocimiento social que cree merecer, que no puede callar la boca (hace dos jornadas dijo de todo contra el entrenador Guidolin) y que se considera un sabio del balón. Pese a sus antecedentes, estos son los días más felices de su vida.

El martes, en declaraciones a La Gazzetta dello Sport, Zamparini dijo algo que, en el primer año sin Luciano Moggi y las influencias del Juventus, podría ser cierto: "Ganamos gracias a la nueva clase arbitral; los árbitros siguen equivocándose, pero lo hacen de buena fe y no favorecen siempre a los mismos".

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