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Reportaje:

Laurie Anderson pisa la luna

La artista estadounidense inaugura hoy el Festival de Otoño con 'The end of the moon', la obra que realizó en la NASA

Andrea Aguilar

Musa underground, mito de la movida neoyorquina, ex novia de Lou Reed, violinista revolucionaria y artista ecléctica. Laurie Anderson (Chicago, 1944) es todo esto y mucho más. Su corte de pelo desfilado, sus vaqueros y su calzado deportivo de algún modo la reconcilian con esta imagen. Su mirada inquieta y atenta delata un bullir creativo y su aparato dental aporta un deje pausado e ingenuo a su habla. Pero a Laurie Anderson le sobra determinación.

Ella huye de las clasificaciones y pasa de la vanguardia en la que a menudo se la encasilla. "No me interesa lo último. Son los medios los que necesitan la novedad, y este circuito es voraz. Pero a menudo lo nuevo se parece mucho a lo de siempre. En mi pasaporte pone artista y con esto me vale. Puedo pensar en componer algo a partir de una idea y que todo acabe siendo un sello hecho con una patata. Este cambio me divierte", bromea.

"Subir a escena contiene cierta dosis de narcisismo, pero yo intento hacer buenos dibujos verbales, no interpretarme a mí misma"
"Son los medios de comunicación los que necesitan la novedad, y este circuito es voraz. Pero a menudo lo nuevo se parece a lo de siempre"

Hoy y mañana esta mujer menuda subirá en solitario al escenario del teatro Albéniz e inaugurará el Festival de Otoño con su espectáculo The end of the moon, con el que lleva de gira dos años. Un tiempo que le ha servido para simplificar y depurar algunos aspectos -"al principio tenía imágenes y una música más complicada"- y en el que se han intercalado otros proyectos. Desde una película en Japón con instalaciones electrónicas, hasta una grabación con un coro mongol.

Anderson contagia su entusiasmo tras visitar la sala donde hoy actuará. "Me encanta este teatro, es muy íntimo, perfecto para mi actuación, para esta historia sencilla". ¿Se trata de una vuelta a los orígenes? "Durante años he trabajado en espectáculos multimedia, pero el mundo ha cambiado mucho. Hoy todo el mundo hace grandes eventos multimedia, desde una firma de moda hasta un casa de perfumes y como artista me tengo que preguntar, ¿cuál es el sentido de todo esto? A mí me gusta la cercanía con el público".

Así que cuando a Anderson le ofrecieron inaugurar un nuevo programa y trabajar como artista residente en la NASA -"algo que me cayó del cielo"-, no dudó en apostar por una idea formalmente sencilla para la pieza final con la que concluiría esta experiencia. "Creo que cuando les presenté este poema se sintieron algo decepcionados, pero finalmente lo entendieron", asegura. En The end of the moon Anderson combina texto y música en su afán por "sacudir al público", que obtendrá una doble lectura de este espectáculo: lectura y sonido. La violinista explica que se trata de un poema con música de fondo. ¿Qué es lo que empuja, lo que guía? Laurie sonríe y cita a Leonard Cohen: "El deseo es la fuerza y la depresión el carro".

Ella empezó a tocar el violín a los cinco años y nunca lo ha dejado. "Es una manera de llorar. Es un pequeño compañero que puede hablarte", confiesa. La fascinación por el cielo, en el que se adentra por primera vez con este trabajo, ha sido otra constante. "De pequeña lo adoraba. El cielo sigue siendo mi paisaje ideal, el más liberador y accesible".

The end of the moon, le ofreció la posibilidad de ver el mundo desde "la mirilla de la NASA" y le hizo comprender la proximidad entre artistas y científicos, embarcados ambos en una búsqueda indefinida. "Ninguno sabe lo que está buscando. Partimos de una idea y luego trabajamos con materiales pero ¿cuándo está acabado?". El rechazo de Einstein hacia algunas de sus teorías, que no consideraba suficientemente bellas, sirve a Anderson para enfatizar sus preguntas: "¿Qué estamos buscando? ¿Qué tipo de reglas buscas? ¿Qué teatro quieres crear? ¿Qué poesía? La simetría que tanto gustaba a Einstein, en Japón la consideran estúpida", reflexiona.

Los dos años que pasó en la NASA en un programa que no ha vuelto a repetirse -"algún senador, que se creyó muy listo, decidió que los 20.000 dólares invertidos en el proyecto eran un exceso, pero en el fondo creo que debería haber artistas residentes en el Pentágono, en la Casa Blanca y hasta en la Corte Suprema "-, le pusieron en contacto con Marte, con las estrellas y también con la tecnología punta.

The end of the moon está impregnada de todo esto. "Es mi obra portátil. Todo es software, todo está en programas", explica.

La tecnología le lleva a preguntarse sobre la libertad, la colonización del espacio o la carrera armamentística. "Como artista me gusta la miniaturización que implica la tecnología. Pero me pregunto si esto nos hace más libres o simplemente nos sirve como amenaza frente al otro", afirma. Ella no duda en alertar sobre la peligrosa escalada armamentística y tecnológica, aunque reniega de las obras con mensaje: "Odio el arte propagandístico".

Anderson todavía tiene cuentas pendientes con sus trabajos anteriores. "Cuando los escucho sólo oigo los errores pero pienso que es lo mejor que supe hacer entonces. Acabo mis obras cuando ya no sé cómo mejorarlas, al final las abandono. Todavía espero alcanzar mi ideal, quizás por eso sigo creando sin parar". Las dudas sobre la realidad y la creación alimentan su conversación. "Busco una dialéctica. No estoy pidiendo que me adoren. Subir a escena contiene cierta dosis de narcisismo pero yo intento hacer buenos dibujos verbales, no interpretarme a mí misma".

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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