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Crítica:XIV Bienal de Flamenco
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Bailar hasta el alba

Alcanzar el alba de la misma forma que te sorprende tras una noche de copas en la que el tiempo se ha esfumado sin sentir. Una noche en el café, en todos los cafés cantantes que representan los tres últimos en cerrar sus puertas: El Kursaal, el de Chinitas y el Suizo. Julio de 1936. Estamos ante el amanecer de un tiempo oscuro tras una edad dorada flamenca que coincide con la experimentación de las vanguardias poéticas, la ultraísta entre ellas. Con tal trasfondo teatral y la ilustración de los cantes de ese tiempo, el artista se propone ser vehículo del espíritu de una época, bailar su poesía y escuchar el cante de sus cafés.

Bailarlo todo y en soledad, la vanguardia de ayer es la de hoy en la figura de un bailaor que se enfrenta a la ancha escena con una compañía que viene y va, pero que se muestra imprescindible para el propósito.

El alba del último día

Compañía de Andrés Marín. Baile: Andrés Marín. Cante: Segundo Falcón, José Valencia. Guitarra: Salvador Gutiérrez. Piano: Pablo Suárez. Percusión: Antonio Coronel. Dirección escénica: Salud López. Dirección artística y coreografía: Andrés Marín. Sevilla. Teatro Central, 7 de octubre de 2006.

El cante fue tan exquisito como el baile e igual de cuidado que la guitarra, el piano y la percusión. La sencillez de unos elementos que estaban ordenados con una disposición nada convencional en la dramaturgia preparada por Salud López. Una aparente dispersión que se esfuma según cada uno va surgiendo para deparar una sorpresa, sugerir y evocar. Porque, cuando llega la música, hermosa en su comedimiento, no lo hace meramente para acompañar, ni siquiera para ilustrar, tiene vida propia y constituye la guía con la que adentrarse en el viaje por los cafés, por Sevilla, Málaga y Granada.

De los cantes de trilla a la dulce soleá trianera, la caña y el abandolao, el taranto, los tangos o la seguiriya, todo un recital de cante en las voces de Segundo y Valencia que fueron repartiéndose matices y estilos para acabar fundiéndose con la malagueña de Manuel Torre, cantada a dúo y con un impecable trabajo de afinación. El piano evocaba nostálgico y la percusión ponía colores tan imposibles como los del agua.

Andrés Marín es conocedor de la tradición, pero rehuye su representación mimética y la viste con trajes de su tiempo. Elegancia y sobriedad en un baile geométrico que se presenta desnudo en su búsqueda de la esencia. Baila los números que salen en el juego de los dados y su cuerpo emula el movimiento pendular de las campanas. En los cantes de trilla nos remite a su origen campestre con el sonido de unos cascabeles situados en su bota y en la seguiriya se encarama a un andamio para bailar en un metro cuadrado. Pareciera una dedicatoria para los que reclaman como puro el baile en una losa. La proyección de su baile agigantado sobre el telón de fondo es una metáfora del artista que se crece en la soledad.

Andrés busca el riesgo, pero consigue su objetivo de trasladar el alma y la esencia de un tiempo y de un baile que se torna intemporal en su figura que aunque fina, reúne jondura y reciedumbre.

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