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FUERA DE CASA
Columna
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Identidades

Cuando a Bogart en Casablanca le preguntan por su patria, por su identidad, rápidamente contesta que él es borracho. Pues sí, borracho, sin duda una identidad sin fronteras. Una identidad que está más allá de idiomas, culturas, nacionalidades y posición social. De identidades y cultura hablamos en un pueblo que se identifica con una nueva identidad: la mezcla de identidades. La carencia o la pérdida de identidad también es otra seña de identidad. El pueblo es Tomares. Un pueblo cercano a Sevilla que hasta hace poco era un pequeño pueblo tranquilo del otro lado del río. Un lugar de huertas y casas para los sevillanos que querían huir de los rigores de la ciudad. Hoy es otra cosa. Tiene más de veinte mil habitantes, la mayor renta per cápita de la provincia y más de 60 nacionalidades viviendo y trabajando en un pueblo que construye su identidad con la suma de culturas, religiones, idiomas y costumbres. Organizan charlas, conciertos, encuentros con participantes que llegan de Cataluña, Madrid, Canarias, Galicia o el País Vasco. Rosa Regás, José María Ridao, Fernando Delgado, Manuel Rivas, Jorge Reverte, Kepa Junquera o Inés París saben de qué hablo. En ese lugar de Andalucía parecería posible que incluso el sevillano Blanco White o el barcelonés de Marraquech, Juan Goytisolo, que voluntariamente quisieron perder su identidad, se lo pensaran dos veces. En pueblos como ése tiene uno la sensación de que España es posible. Y necesaria. Y sin tener que imponer una identidad sobre las demás. Una historia del presente que nos da un ejemplo del futuro. Si en alguna ciudad están buscando un alcalde, que se fijen en la alcaldesa de Tomares. Un consejo gratuito para buscadores socialistas madrileños. Tengo otros, pero ése sería un buen modelo. De verdad, no puede ser tan difícil. O al menos, no imposible.

Seguí ampliando identidades en Ciudad Real. En la capital manchega, lo que nos identificaba, nos unía y nos convocaba era el placer de comer. Lorenzo Díaz y Juan Echanove se habían inventado una forma de unirnos: la propuesta de "comernos España". Al final lo dejamos en comernos un jarrete, un bacalao y otras delicadezas de la patria abierta que es la comida de esta vieja tierra. También por ese lado nos encontramos con muchas posibilidades de identificarnos, de mezclarnos, de llegar a acuerdos y compartir patrias. Después de haber pisado muchos charcos del desencanto nacional nos dimos cuenta de que todavía nos quedaban esenciales lazos para el encuentro. Con el gran maestro de los fogones de las Españas, el catalán Santi Santamaría, compartimos lo que nos sigue uniendo: el ajo y la superstición, bases fundamentales de nuestra cocina, como aseguró Julio Camba. Santamaría, que se come España, no sólo la da de comer; se manifestó identificado con la cocina de nuestros antepasados. Está por renovar la tradición; renovar, sí, pero no dejarse perder la identidad en los experimentos de laboratorio. También está cansado de la excesiva popularidad de los cocineros. No quiere ser la estrella, no le gusta verse firmando autógrafos o posando para fotos después de haber dado placer a sus comensales.

El cocinero con más estrellas Michelin de nuestro país pretende que los cocineros vuelvan a su lugar natural. La cocina. No es un mal lugar para encontrar la identidad; es una patria que tiene sabores y olores tan diversos, tan ricos, que no hace falta estar subido en pedestales mediáticos.

La muerte también nos acerca, nos une, nos iguala, aunque no tenemos prisa para identificarnos con ella. Mala racha de muertes para la tribu que sabía beber, disfrutar y perderse por las noches de Madrid. Ahora, Gonzalo Armero. Hace poco hablaba de él con dry martini en la mano. Ahora vuelvo a su recuerdo, pero esta vez no desde ese rincón tan suyo del madrileño Cock -no será igual esa barra sin Gonzalo-, sino de otra barra que estoy cansado de frecuentar en los últimos meses, la barra del bar del tanatorio. Es verdad que en el bar de los tanatorios te encuentras amigos, bebes acompañado, brindas por la vida y te ríes sin demasiados motivos. Pero quiero descansar una temporada, se me repiten como los jueves sin aguacero en esta tierra de secano. Recordó en las páginas de este periódico parte de la vida profesional de Gonzalo Vicente Molina Foix; no tengo que repetir lo sensible que seremos a su ausencia los que amamos la poesía. Los que amamos la vida, y sus noches.

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